«La concentración de riquezas, el poder del dinero, por sobre todo, el dinero fácil, en su accionar destruye la historia, la educación, cultura , los valores de una sociedad que desee permanecer limpia y sana.»

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Chile y el ocaso de los ídolos

Pietro Cea

Doctor en Filosofía, Universidad de Barcelona. Investigador visitante en diferentes centros de estudio como The Warbug Institute de la Univerdad de Londres y el Istituto Nazionale di Studi sul Rinascimento en Florencia.

Ya ha pasado poco más de un año de que ocurriese el llamado “Estallido Social” en Chile, haciendo surgir numerosos trabajos, análisis e investigaciones de cuáles fueron las causas y cuáles serán las consecuencias.

De momento, un punto importante de las demandas de la población se ha logrado: la posibilidad de redactar una nueva constitución. Cuestión que, para muchos, cierra un trágico episodio de la historia de nuestro país.

¿Pero por qué ahora un estallido social? ¿Qué hay en los jóvenes de hoy que los llevó a tomar las riendas de esta revolución? Ciertamente es difícil saber que mueve a cada una de las personas que el día 6 de octubre del 2019 saltaron las vallas del Metro de Santiago, provocando una ola imparable de movilizaciones que exigían justicia social y dignidad.

Por lo mismo, no es mi intención aquí mostrar ni cifras, ni datos que intenten de ser la base argumentativa de mi texto. Esta vez, me doy la licencia de compartir con ustedes una reflexión, un pensamiento, una idea que creo podría explicar, en alguna medida, esta coyuntura política.

Muchas veces he afirmado que mi generación, aquella que vio la luz a mediado de los ochenta, es de las más fastidiada de nuestro país. Y eso, porque nacimos en dictadura y nos criamos en una pseudo democracia. Es decir, nos desarrollamos en un país libre, pero heredando todos los miedos y traumas de nuestros antecesores.

Todavía recuerdo, siendo un niño de tercero o cuarto básico, caminar con mi mamá por las calles aledañas a mi colegio en Concepción, y en mi inquietud incontrolable, patear una caja de cartón. El reproche de mi madre no tardó en llegar. Aunque más asustada que enojada, me dijo: “no lo hagas más, puede haber una bomba”. Nunca se me olvidó dicha frase, a pesar de que en ese momento no causo en mí mayor impacto. Ahora, treinta años después, la entiendo: el miedo seguía intacto.

Esa angustia se traspasó a la nueva generación y el miedo es terreno fértil para la aparición de supuestos mesías. Basta con hacer un discurso elocuente, un gesto desafiante, apuntar con el dedo índice o darse un paseo en tanque, para ser rápidamente idolatrado y asumido como un salvador o salvadora.

La historia ya es conocida, y nosotros que vivimos conscientemente esa época de la llamada “transición”, fuimos responsables de cómo estos mesías permitieron el robo de aquello que era nuestro: nuestros recursos, nuestros derechos. Perdimos la lucha por un royalty para la educación, desperdiciamos la posibilidad de explotar nuestros recursos naturales, de establecer una buena ley de pesca, fuimos testigo solapados de los asesinatos de mapuches y obreros.

Una famosa vieja frase dice que los pueblos que no conocen su historia tienden a repetirla. Para nosotros fue peor, porque conociendo nuestra historia, cerramos los ojos, he hicimos lo mismo que hicieron nuestros padres: levantar ídolos, becerros dorados. Apostamos por la chica hippie que llegaba a reuniones con los ministros en bicicleta, por el estudiante del sur que parecía descentralizar la tóxica política santiaguina o por aquel líder que a pesar de venir de una universidad tradicionalmente de derecha se planteaba como alguien de izquierda. Levantamos esos becerros dorados para quedar exactamente igual como estábamos. Incluso peor, porque mientras estos nuevos liderazgos juveniles comenzaban a posicionarse dentro de los espacios de poder económicamente más solventes de nuestro país, la clase obrera seguía muriendo de hambre, aunque con renovadas esperanzas de que, gracias a estos mesías, las cosas podían llegar a cambiar.

Muchas veces, amigos y cercanos me han preguntado qué motivó el estallido social, y mi respuesta es: “no sé, rabia supongo”. Ahora, casi a un año de aquel fenómeno, esbozo ciertas luces que comparto con ustedes para generar un espacio de discusión y debate. Creo, y lo pongo en el plano de la creencia y no del saber, que lo que generó el estadillo social fue el cambio de generación. En innumerables oportunidades escuché y vi a la típica señora transeúnte o al señor jubilado ser interrogado, raudamente por periodistas de grandes consorcios de comunicación, con respecto a su opinión a este fenómeno social y político. Varios hicieron alusión a que esta generación no tiene miedo.

Es verdad, esta generación no tiene miedo, tiene rabia. Nosotros, mi generación masticó y comió miedo, un miedo que no nos correspondía, un miedo heredado. Somos los hijos más fieles de nuestros padres. Hicieron que nuestro voto pareciese un acto revolucionario, cuestión que no nos correspondía. El voto fue un acto revolucionario, pero no el nuestro. Nosotros somos la generación del fracaso, la que no alcanzo ni siquiera a luchar, y que por lo mismo nunca logró nada.

Por lo tanto, la actual generación fue testigo de cómo nosotros, sus hermanos mayores o incluso sus jóvenes padres, siempre quedamos a mitad de camino. Desarrollando luchas que se resolvían en mesas de negociación conformistas, convenciéndonos que votar por nuevos mesías, por los ídolos de turno, haría cambiar las cosas. La generación actual comió esa frustración, comió nuestra frustración y la convirtió en rabia.

Esta generación entendió la necesidad de no levantar ídolos. Asumió la organización, el asambleísmo y la utilización de los espacios públicos como las grandes herramientas políticas. La base de esta revolución ha dejado entre ver que esa forma anárquica, realmente es la mejor expresión del orden. Un orden que se establece a partir de la “comunitariazación” de las ideas y no de liderazgos mesiánicos.

Chile hoy vive, por fin (o eso espero), el ocaso de los ídolos.

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20 Comentarios en Chile y el ocaso de los ídolos

  1. Es difícil explicar, cómo chilena, toda la rabia que sentimos. Porque son mil y un razones que sacuden la herida de muchos, con el solo pensar.
    Me gustó este artículo, enrostra de forma amable el sentir de muchos que pedimos Dignidad en las calles.

  2. ¿Que te parece el discurso o el concepto de la meritocracia en Chile? A veces pienso que el hecho de ver personas con tanta capacidades y más que varios de los que están en grandes cargos, y que tengan que morder el polvo a cada rato sea un factor gatillante en el tema del estallido porque son personas que no tienen nada que perder, por lo mismo, no tienen miedo a nada.

  3. Un inicio a un gran análisis que se debe ir dando entre todos, el cambio de esta generación y su hastío con los abusos diarios cambiaron la forma de ver y actuar. Me parece interesante la publicación.

    • Muchas gracias Denisse. Francamente espero lo mismo, que este pequeño texto sirva para dar una pequeña luz en todos los análisis, reflexiones y conclusiones que debe emerger de todo este movimiento. Así también, y como usted bien dice, el hastío de esta nueva generación se vea reflejados en una nueva forma de hacer política.
      Saludos cordiales

  4. Muy interesante. Ojalá nazca de esa rabia una constitución que mejore verdaderamente la vida de los chilenos, sin excepciones.

    • Muchas gracias Ana. Supongo que la incertidumbre que genera una nueva constitución está latente. Sería realmente triste que la nueva carta magna sea redactada por los mismos que han sido cómplices y abusadores de la actual, quedando toda esa rabia archivada en los libros de historia. Sin embargo, existe la pequeña garantía de que una vez escrita, pase por un proceso de aprobado o rechazada por medio del voto de los ciudadanos chilenos.

    • Muchas gracias Magaly por el comentario.
      En Europa están pasando muchas cosas interesantes. Espero poder abordar algunas en próximos textos.

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