¿Cómo enfrentar la violencia en los colegios?
Enseñar con la actitud, el gesto y la palabra. Enseñar siempre: en el patio y en la calle como en la sala de clase.
Gabriela Mistral.
A raíz del “Proyecto Aula Segura”, ingresado el 20 de septiembre de 2018 al Congreso Nacional, cuyo objetivo “es fortalecer las facultades de los directores de los establecimientos educacionales, incorporando un procedimiento más expedito de expulsión o cancelación de matrículas en aquellos casos de violencia grave que afecten los derechos e integridad de los miembros de la comunidad educativa.”, se abre un amplio campo de opiniones y debate, respecto a la educación en nuestro país.
En primer lugar, quisiera refrescar el concepto educación, desde su etimología latina: Educare (ex-duco), que significa “conducir de dentro a fuera” o si se prefiere, “sacar desde adentro”. Esta acepción deja entrever la noción de que hay algo que se puede extraer desde el ser humano para su formación, atisbando que cada individuo viene a este mundo con un potencial a trabajar, que le sea útil tanto en su desarrollo como al contexto donde se inserta. Traído esto a colación, no perder de vista entonces que el colegio en su función educadora, busca (o debería buscar) aquello que es constitutivo en el alumno, en la idea de expresar su potencial con miras a la realización personal.
Hoy en día, la visión romántica de la educación se ve lejana. Aquella imagen del maestro inspirador y el discípulo motivado, no parece posible. No parece posible, pues las exigencias actuales de la sociedad poco y nada tienen que ver con preocuparse genuinamente por la felicidad y bienestar de los individuos. Más bien, apunta a prepararlos para la consecución de una meta académica de largo plazo, de tan largo plazo que muchas veces pierde el sentido en el continuo de su desarrollo. De esta manera, al permanecer doce o trece años inmersos en la educación formal, muchas veces sin más norte que ser promovido al siguiente curso, suele diluirse el sentido de estar ahí.
Sin perjuicio de lo anterior, se reconoce el esfuerzo titánico de miles de profesores que intervienen en el proceso enseñanza-aprendizaje, pero las variables actuales son de complejidad tal, que las metodologías pedagógicas no dan abasto para trascender el aula hacia el entramado social. Pretender que el colegio supla la función socializadora de la familia, es una quimera. Es en ese lugar donde se modelan los valores y se adquieren principios que permearan la conducta y los afectos de manera permanente. A la familia de hoy, le cuesta lidiar con el modelo neoliberal y manejar la frustración que significa mantenerse en el mercado, que los exprime en la ilusión de acceder a él. Un colegio particular en Chile, tiene un valor que oscila en torno a los $260.000. El suelo mínimo es de $276.000. Por tanto, en términos generales se está más focalizado en la sobrevivencia que en la crianza.
De esta forma, sí se conjugan adultos frustrados y colegios centrados exclusivamente en el cumplimiento de programas académicos, ¿Dónde quedan los jóvenes? ¿Quién se ocupa de ellos? Probablemente su grupo de pares y el acceso sin filtros a la desmesurada información a la que tienen acceso, sin el acompañamiento de un adulto amoroso y la tan necesaria reflexión del ser en el mundo.
En este contexto y estando plenamente de acuerdo con el establecimiento de límites en la convivencia escolar, basado en el respeto y la inclusión a todo nivel, me genera un gran ruido fortalecer la expulsión como método de sanción. Apartar a un joven del sistema educacional, es apartarlo de una organización referencial y es desoír un llamado de auxilio. Más aún, es deshacerse de un problema y no abordar una situación co-construída entre los padres, colegio y el propio joven, lo que en mi opinión, debería ser resuelta con los actores involucrados. Sí se ha de sancionar, que sea acogiendo y evaluando en profundidad la realidad del alumno, buscando alternativas a la marginación, pues separar de la unidad educativa es quitar un soporte fundamental para una posible elaboración de la falta cometida.
Llegar a un acto de “violencia grave”, no es cosa que ocurra de un día para otro. Tal vez, antes de otorgar facultades para que directores de colegios puedan expulsar alumnos, se debería reflexionar acerca de la función del colegio, como espacio donde se fomente la expresión emocional y aliente la resolución alternativa de conflictos, de manera no violenta. Desde la tríada colegio-padres-alumno, puede generase un sistema potente que trabaje límites y convivencia, aceptando el enojo y la ira, como emociones constituyentes del ser humano que deben ser integradas a lo largo de su continuo vital, de manera tan o más importante que la adquisición de contenidos formales.
La violencia en los colegios, es una radiografía del tipo de educación que como sociedad estamos construyendo y creo que el Estado no puede pretender erradicarla eliminando el síntoma. La situación es compleja y multicausal y al expulsar a un joven de una institución, se le está estigmatizando y cerrando prematuramente una vertiente central de socialización. No avalo la violencia de ningún tipo, pero con la que existe en los colegios se debe tener un abordaje acorde a la educación que pretende impartir en sus aulas.
Bueno, bueno y útil.
Mas allá de las leyes, lo importante es la educación, formación, compromiso y… mucha educación respecto del tema.
Cuanta sabiduría hay en su artículo, concejos prácticos para padres , adultos en general pero sobre todo, ojalá los lean los Jóvenes.