Cuanto más cambie, es más de lo mismo
Cambiarlo todo, reformar todo desde sus bases, crear un nuevo país, construir un nuevo sistema; son las afirmaciones que cientos de personas hacen día día en televisión, diarios o redes sociales. De algún modo es el germen propio de la era posmoderna con sus claros y oscuros. Ahora bien, la mayor interrogante que a muchos nos preocupa, tiene relación con el ¿cómo?, puesto que, no por creer que soy Don Quijote, salgo a llamar gigante a un molino. Vale decir, todo cambio, todo proceso real, requiere un apoyo considerable en lo cotidiano. En esta perspectiva, no hay saltos cuánticos, siempre debemos someternos a un criterio realista.
Ahora bien, en medio de una sociedad profundamente antagónica, resulta necesario alcanzar un criterio común, sobre todo si lo que queremos es recuperar el sentido democrático. Sin embargo, dado los últimos acontecimientos, da la impresión de que no se quiere alcanzar un sano equilibrio, sino que se prefiere la radicalidad de un movimiento, por sobre la búsqueda de soluciones.
El boicot a la prueba de selección universitaria, donde grupos minoritarios terminaron por dañar el proceso, deja en evidencia que estamos frente a una sociedad light, en la que todo se observa con liviandad. No importa si terminamos imponiéndonos por sobre el derecho de otros, no importa si atentamos contra la libertad de los demás, a fin de cuentas, se trata de imponer una visión, en una suerte de “Tolerancia intolerante”.
Frente a toda esta decadencia que estamos observando, resulta difícil pisar terreno firme en materia de reflexión conjunta. Por lo que se hace necesario preguntarnos: ¿Cuáles son los desafíos frente a las urgencias del presente? Y ¿De qué modo hemos de asumirlos para entender su significado?
Respecto a nuestro país, sabemos que existen desafíos por trazar, particularmente desde la óptica social y política, por lo que hemos de procurar asumir una postura razonable, que pueda posibilitar una comprensión más acabada de lo que somos como nación. Desgraciadamente ahora, está triunfando la falta de cordura, lo cual difícilmente podrá enmendar el rumbo antes iniciado, el desafío es revitalizar el camino democrático, construyendo acuerdos reales que vayan en la línea de recuperar la dignidad de la persona humana. Por otra parte, reconozco la urgencia de revalorizar las ciencias sociales, que permitan al hombre, volver a lo esencial.
Sin lugar a duda la tarea del pensar ha de ser resuelta con prontitud, de modo que, podamos entender que cada desafío del presente responde a una dimensión del pasado. En este sentido, la filosofía tiene mucho que aportarnos en la construcción social, en tanto garantiza la búsqueda de sentido, por lo que apelar a una sana racionalidad individual, junto con alcanzar un criterio más certero, podrá iluminar los destinos de nuestro país. Cabe señalar que la crisis aun en curso no es solo social, política o económica, sino que además profundamente moral, por lo que debiéramos preguntarnos: ¿Es posible el progreso sin una moral definida?
G. K. Chesterton, escritor y periodista británico de inicios del siglo XX, afirma: “Nadie puede usar la palabra progreso si no tiene un credo definido y un férreo código moral. Porque la misma palabra «progreso» indica una dirección; y en el mismo momento en que, por poco que sea, dudamos respecto a la dirección, pasamos a dudar en el mismo grado del progreso”.
Déjanos tu comentario: