
De imágenes
Dos imágenes brutales que podrían perfectamente constituir una representación perfecta de la radicalización de posiciones que han ido desenvolviéndose en el contexto del conflicto social.
Por un lado, un vehículo destruido por la acción del fuego en una zona rural, uno más de muchos otros, dejando, de nuevo, una víctima que prontamente será olvidada, cuando tengamos otro sangriento acontecimiento en el que las autoridades, con rostro compungido pero cuya honestidad se pone en entre dicho por las superfluas medidas adoptadas tendientes a evitar su repetición, que vociferan y anuncian las mismas inútiles respuestas, contribuyendo a que la desazón, la frustración y la rabia ante la impunidad se vayan acumulando y ante la ausencia del Estado, van dejando entregado el control territorial de esas zonas a grupos extremistas, que actúan sembrando el peligroso germen para la organización de la autotutela.
Todo esto ante el silencio espurio de los que se dicen defensores de los derechos humanos, pero cuyo ingenuo romanticismo o su ceguera ideológica les impide ser empáticos ante el dolor ajeno, viéndolo sólo cuando se trata de aquellos con los que simpatizan, pero mirando para otro lado cuando las víctimas son otras.
Por otro lado, un adolescente en el lecho de un río, boca abajo, que rememora infaustas alegorías del pasado, que resulta ser auxiliado por personas distintas de aquellos llamados a socorrerlos por mandato, de nuevo, del Estado, proliferando imputaciones en las confusas y poco confiables redes sociales destinadas a mostrar a la víctima como un individuo que se merece estar en esa condición, por lo que hizo, por lo que piensa, por donde tiene su hogar. Ante extemporáneas y erráticas explicaciones de la autoridad, que pretenden deslindar la responsabilidad en un joven de 22 años, cuando detrás existen protocolos e instrucciones que podrían hacer conveniente extender el marco de las imputaciones.
Nos indignamos y la primera reacción es la de imputarle la responsabilidad al que está en la otra trinchera. La repulsa hacia lo distinto nos hace cerrarnos en las redes sociales para acceder solo a lo que nos reafirma caricaturas y prejuicios que nos hacen deshumanizar al “otro”, que no es más que uno mismo. Al cosificar al que consideramos distinto, estamos perdiendo algo que forma de nuestra condición de seres humanos, que es empatizar con el prójimo. La segregación y permitir que los espacios tradicionales para que nos expresemos se compren ha permitido el desarrollo de una visión simplista y pobre de la realidad, sin recoger la riqueza de la diversidad cultural. Levantar un discurso que arremeta con los medios de la paz contra la violencia cosifica dora es responsabilidad de quienes asumen una posición verdaderamente democrática, para no escudarse en la exclusión o en la comodidad del inmovilismo para preservar los privilegios, como excusa para derramar la sangre de otros. Esto nos conduce a realizar una profunda reflexión en torno a como estamos operando desde una desgastada institucionalidad para lograr gestionar adecuadamente algo tan natural como son las diferencias y conflictos, en lugar de obnubilarnos con el paradigma del orden impuesto.
Gracias Andrés cada vez nos obliga a pensar, gran ejercicio analítico el suyo, felicitaciones.