
EDITORIAL. ¿Cuánto cuesta una encuesta?
En todo sistema democrático, los ciudadanos que se interesan por la res pública adoptan una definición y de acuerdo a ella desean que el mayor número posible de sufragantes se sumen a su causa.
Pero no siempre las cosas son tan claras. De partida, en las elecciones pluripersonales hay muchos que, aun teniendo más o menos clara su simpatía, a última hora, en el secreto de la caseta, optan por marcar una preferencia distinta, privilegiando lo que los politólogos llaman el voto útil. Por el contrario, en las votaciones unipersonales – segundas vueltas de alcaldes, gobernadores regionales o presidenciales – y en los plebiscitos con solo dos opciones – blanco o negro, a favor o en contra- las posiciones se radicalizan siendo poco probable que el ciudadano cambie su juicio.
Otra cosa distinta es que el sujeto, llamado a exteriorizar su posición en una reunión social o frente a un encuestador, diga realmente la verdad ya que siente que hay actitudes que no son bienvenidas, como la del obrero que declara tener la misma opción que el empleador o, por supuesto que menos frecuente, la del ejecutivo de empresa que asume opiniones de izquierda. Nadie, salvo que esté muy fanatizado, declara ser racista o contrario a los derechos de las mujeres, aunque así lo piense.
En todo proceso político, ya sea por mera curiosidad o para adecuar cada campaña, se busca predecir de alguna forma el resultado final, para o cual se recurre a lo que popularmente se conoce como la encuestología. La validez de sus predicciones estará dada por la adecuada selección y extensión de la muestra (diseño, cantidad y tipificación de encuestados, territorios seleccionados), si es presencial o telefónica (aparato fijo o móvil) y si se concluye o no la entrevista mediante el depósito de un voto secreto en una urna sellada.
En Chile, lamentablemente, esta herramienta de análisis social ha sido mal usada como burdo instrumento de propaganda, siendo posible constatar que empresas del rubro, que en oportunidades anteriores han errado estrepitosamente en sus augurios, no titubean en efectuar nuevos pronósticos para satisfacer el gusto de quienes les pagan por su trabajo.
Peor aún, importantes medios de comunicación exageran su importancia sin aclarar ante sus lectores los conflictos de interés existentes entre los investigadores de opinión y determinadas colectividades políticas. Son fácilmente identificables, por ejemplo, facultades o escuelas de universidades ligadas a determinadas colectividades políticas, que periódicamente dan a conocer estudios sobre determinadas cuestiones y cuyos resultados, siempre, coinciden milagrosamente con las posiciones de sus mandantes.
En lo ya dicho, hay mucho de deshonestidad tanto de los seudo – investigadores académicos como de faltas graves a la ética profesional del periodista que, en vez de entregar “hechos” a sus lectores, auditores o telespectadores, para que cada receptor construya su propio juicio, pretende mañosamente inducir actitudes en determinado sentido.
Destacable es el caso de la gran prensa estadounidense que, frecuentemente, toma posiciones claras en favor de un determinado candidato en su editorial o en sus páginas o columnas de opinión, pero ello no le impide ser objetiva en el material que entrega a su público al que respeta como ente pensante sin verlo como un ente fácilmente manipulable.
Para el plebiscito constitucional del próximo 17 de diciembre, ya está circulando una quincena de encuestas con vaticinios disímiles que luego podremos evaluar en sus niveles de seriedad. Lo realmente importante, a fin de cuentas, es que cada ciudadano, a la hora de votar, sepa fundar su determinación considerando si con ella estamos o no contribuyendo a un país más solidario y justo.
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