EDITORIAL. El cóctel del progreso.
La gran mayoría de los países del mundo pasan por épocas de crisis que pueden ser transitorias o permanentes. Aun las naciones que han alcanzado elevados niveles de desarrollo se ven afectadas por situaciones coyunturales imprevistas que pueden ir desde enfermedades propias de las sociedades de la abundancia hasta el aumento de las afecciones mentales o la disminución, voluntaria o impuesta, de la población.
Enfrentar los nuevos tiempos de cada grupo humano requiere una respuesta colectiva, un esfuerzo de todos, y una comprensión adecuada de la realidad, de forma que se entienda que el colectivo solo puede progresar y alcanzar verdadero desarrollo humano si presta atención práctica a la situación de los demás.
Nada de novedoso tiene el repetir hasta el cansancio que una comunidad afectada por la desigualdad insolente y la pobreza, está condenada al fracaso. Las elites que se encierran en su mundo, en sus barrios exclusivos, en sus distritos del lujo, en sus colegios privados, que se niegan a ver más allá de los cercos que protegen sus residencias, se transforman en grupos endogámicos exclusivos y excluyentes que privilegian sus intereses (generalmente económicos) por sobre un compromiso con el bien común.
En nuestro país, es frecuente atribuir a los demás razones ideológicas para sustentar sus críticas a la realidad dolorosa en que vive gran parte de la población como si la defensa de los propios intereses y privilegios no estuviese ligada férreamente a una ideología esencialmente individualista.
El filósofo social Daniel Innerarity ha vislumbrado el camino por el cual deben transitar los pueblos.
En una época en que se nos tiende a encerrar en medio de dogmas intransigentes, ha planteado claramente que son tres los actores que deben concurrir para que podamos avanzar efectivamente: el Estado, el mercado y la sociedad civil.
Las experiencias estatistas expresadas en los llamados “socialismos reales”, han demostrado palmariamente su fracaso y fueron derivando hacia dictaduras que hoy solo mentes afiebradas se atreven a defender. El mercado sin límites ni controles, por su parte, ha generado sociedades fragmentadas en las cuales es notorio que cada vez los pobres son más pobres y los ricos, más ricos.
Ambos extremismos no son lo que los países necesitan.
La conjugación de ambos elementos, sustentados y apoyados por una sociedad civil fuerte y debidamente organizada, puede encaminarnos por la senda indispensable de una comunidad solidaria.
Si los partidos políticos fuesen capaces de entender estos conceptos y abandonar su miopía actual, sería posible que coincidiéramos en objetivos y sueños comunes.
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