Editorial: Graves problemas de comprensión de lectura
Periódicamente el sistema educacional chileno debe enfrentar controles de evaluación que de alguna manera miden la calidad de los programas, de la función docente y, lo que es más importante, por supuesto, los progresos técnicos, científicos, humanísticos y culturales de los alumnos del país. En general, los resultados dejan mucho qué desear pero lo más sorprendente es que las diferencias finales entre educandos del área pública y los del área particular pagada son prácticamente irrelevantes. Entre las escuelas “con número”, de presupuestos exiguos y reiteradas pérdidas de clases, y los “colegios bien”, con colegiaturas aledañas al millón de pesos mensuales, las distancias son exiguas.
Una de las áreas que son medidas es la relativa a la lectura. Como se ha señalado muchas veces, no es lo mismo leer que saber leer. “Leer” es una técnica, un proceso relativamente mecánico, en tanto que “saber leer” implica capacidad de entender lo que se lee, no solo en cuanto al significado de cada palabra aisladamente considerada sino, y esto es lo relevante, en cuanto al sentido de un texto, al mensaje que quiso entregar su autor, de tal manera que se genere una interacción eficaz entre lector y texto, una comunicación crítica entre ambas partes.
La vida en sociedad también es un libro abierto. Sus letras y palabras son las personas y grupos sociales con todas sus diversidades, características y conflictos, con sus sueños, aspiraciones y desafíos.
En una democracia, quienes son (para bien o para mal) seleccionados para conducir la res publica, tienen la obligación no solo de deletrear la realidad identificando sus signos sino de captar su sentido, de entender la complejidad de una situación crítica. Esta fase de comprensión nos debiera llevar no solo “a ver el problema”, a ver fotos o videos en blanco y negro o en colores, sino a preguntarnos algo tan simple como por qué sucede lo que está sucediendo, cómo salimos del brete en que estamos, en qué valores se debiera sustentar una sociedad más justa y más humana, y, aportando una buena dosis de racionalidad, qué debemos hacer concretamente para avanzar en la construcción de un mundo distinto.
Resulta duro decirlo, incluso irrespetuoso, pero no es posible callarlo: el gobierno de Sebastián Piñera ha demostrado palmariamente que carece en absoluto de una adecuada comprensión de lectura de la coyuntura social. En estos setenta días, el país ha visto a un presidente ambiguo y vacilante que ha transitado desde “el oasis de paz” al “estamos en guerra”, desde la declaración del “estado de emergencia” y la represión policial hasta el “he escuchado las demandas sociales”, desde “esta es una operación fraguada por los anarcos, la delincuencia y el narcotráfico” hasta el “hemos constatado la injerencia extranjera”, y, lo que es más grave, desde el reconocimiento del atropello a los derechos humanos hasta el negacionismo más ramplón.
El tratamiento de toda patología reclama, de partida, un acertado diagnóstico. Y, si el Presidente de la República no es capaz de reconocer que la indignación generalizada de la ciudadanía es en contra de un modelo de especulación, colusiones y abusos que a la gran mayoría ya le resulta intolerable, claramente estamos en graves problemas.
Pretender que la crisis desaparecerá con unos cuantos bonos y beneficios para sectores sociales críticos sin tocar un pelo al negocio de las AFPs, o a la inaceptable doble cara de la atención básica de salud, o a la desafección total hacia la educación pública, o sin tocar tributariamente a “las familias dueñas de Chile” es de un ingenuidad incomprensible. Simplemente, un gobierno desorientado y mal calificado por todos los sectores lo que está haciendo es tratar de sobrevivir sin resolver nada de fondo encapsulando el problema contingente para dejar la tarea a su sucesor.
Sobre los hombros del Presidente recae una responsabilidad que no puede seguir evadiendo. Mientras siga pensando y actuando como si todo lo que sucede fuese solo un problema de orden público y de mayores penalizaciones de delitos, mientras siga creyendo que el manejo de la crisis es un problema comunicacional y de construcción de imágenes, mientras su preocupación central sea tratar de remontar en las encuestas su alicaída imagen en base a publicidad fiscal, nada se resolverá. La insistencia en culpar a un presunto “enemigo externo” para procurar generar unidad y cohesión social, la tozudez discursiva tendiente a separar a los “buenos” (que somos nosotros) de los “malos” (que son todos los demás), son caminos que conducen a ninguna parte.
¿Habrá llegado la hora de procurar avanzar en comprensión de lectura social?
Déjanos tu comentario: