
EDITORIAL. ¿Para quién trabaja el terrorismo?
Nuestro país ha estado viviendo un preocupante proceso de terrorismo. Desde los atentados simbólicos, expresión light de una actitud de protesta que en su tiempo hasta logró cierta simpatía en la población dado que se coincidía en estimar que muchas de las reivindicaciones planteadas obedecían a derechos históricamente conculcados, se transitó hasta las acciones abiertamente delictuales que, sin dudas, corresponden a hechos terroristas.
En los últimos años, se han quemado viviendas y cabañas, iglesias y escuelas, bosques y torres de alta tensión. En una sistemática sucesión de hechos destinados a imponer por la violencia y el miedo las pretensiones de pequeños grupos étnicos y sociales, se ha llegado hasta el asesinato de personas inocentes de toda edad y condición social.
Los hechores han hecho gala de sus conductas y han buscado desafiar la legítima autoridad del Estado, con poses provocadoras enfundando armas de fuego de variado calibre pretendiendo amedrentar al vecindario aledaño al exhibir un poder paramilitar.
Al asumir Gabriel Boric, algunos voceros anunciaron que proseguirían en su forma de actuar cualquiera que fuese el Gobierno que tuviese el país y así han procedido de hecho.
Más allá de la enorme gravedad que tienen estas conductas, resulta llamativo constatar cómo una cultura de violencia ha ido impregnando a todos los sectores del país, particularmente a las comunidades estudiantiles que buscan obtener la solución de sus problemas a través de tomas, de funas, de paros, sin considerar plazos, recursos ni prioridades; sin tener siquiera la capacidad de mirar la globalidad de la comunidad nacional ni, por supuesto, las limitaciones propias que son evidentes.
Hay consideraciones que no pueden desconocerse en el desenvolvimiento de una sociedad democrática. Y una de ellas radica en el hecho irrefutable de que quienes encabezan los movimientos y acciones violentistas constituyen una clara minoría dentro de sus propias comunidades. Estos líderes de papel no reconocen la autoridad de sus propias organizaciones ni aceptan la constatación de que hay una mayoría que está en desacuerdo con ellos. El hecho más evidente lo han constituido las últimas votaciones que han optado, por ejemplo, por opciones de derecha en casi todas las comunas en que predominan los pueblos originaros.
La historia, aquí y en todas partes, ha demostrado palmariamente que los sectores más radicalizados, aun cuando se proclamen como revolucionarios de izquierda, trabajan objetivamente en favor de las posiciones más extremistas del autoritarismo de derecha. El significativo triunfo logrado en los recientes comicios por las fuerzas republicanas, debiera constituir un grito de alerta. Las personas, al tiempo que reclaman una sociedad más justa y solidaria, con amplio respeto a la dignidad y a los derechos humanos, exigen su derecho a vivir en un medio en que reine el orden indispensable para una convivencia civilizada.
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