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Editorial: Todos contra la democracia
La Ventana Ciudadana ha sostenido una invariable línea de defensa de la democracia como sistema político. Permanentemente se ha insistido en algunos conceptos fundamentales insistiendo en que el régimen democrático es el que más cabalmente posibilita el respeto de los derechos humanos al tiempo que tiene en sí mismo la capacidad de renovarse e incluso de enmendar sus propios errores. También se ha destacado que la democracia no es solo el gobierno de las mayorías sino que en su esencia conlleva el respeto a los derechos de las minorías.
La alternancia en el poder de sectores de la sociedad de pensamiento diverso y aun contradictorio, es una eventualidad que le es connatural al sistema. Por su parte, la sola legitimidad de origen, es decir el hecho de que un determinado gobierno haya sido elegido por los ciudadanos a través de elecciones limpias y transparentes no basta para otorgarle credenciales democráticas ad eternum ya que, como lo demuestra la historia, siempre está presente la posibilidad de que las autoridades electas deriven al totalitarismo.
Por supuesto, en muchos países, como con frecuencia sucede en naciones de América Latina y de África en particular, la amenaza de que las fuerzas armadas usurpen el poder es un hecho. Los casos son más que frecuentes.
La democracia está obligada a preservar su esencia misma sobre la base de determinados principios y valores que le ganen día a día, el respeto de la sociedad.
Como se ha dicho con insistencia no basta el ritual de la emisión periódica de un papelito en una urna cerrada sino que es indispensable desarrollar un proceso participativo mediante el cual las autoridades electas para ejercer el poder estén atentos a las preocupaciones y demandas ciudadanas procurando atenderlas con eficiencia y compromiso.
Uno de los problemas más graves que deben enfrentar países como Chile, que mantienen un sistema político relativamente aceptable, es el desalineamiento creciente entre los requerimientos de la gente, sus problemas concretos del día a día, y las respuestas de las elites políticas que viven en otro mundo. Propuestas como las de la diputada de Renovación Nacional Erika Olivera o del senador socialista Juan Pablo Letelier, tendientes a declarar “el tacataca” o “la brisca” como deportes nacionales, iniciativas que buscan declarar una determinada fecha como “el día de…” o declarar “feriados locales”, constituyen sin lugar a dudas una burla al ciudadano común y corriente que se desvela cada jornada por la seguridad de su familia, por su puesto de trabajo, por su salario y sus pensiones.
Esa convicción frustrante de que quienes ejercen el poder lo hacen no para atender al bien común sino a sus propios intereses y a los de sus amigos, genera indignación y desconfianza. En los últimos días, los casos de Pablo Piñera, Fernanda Bachelet Cato, y luego de Benjamín Salas Kador, demuestran palmariamente que la sociedad chilena se mueve muy alejada de la tan mentada “meritocracia” ya que gobierno tras gobierno se sigue insistiendo en privilegiar el nepotismo, el amiguismo y las relaciones de clase. Cómo olvidar el caso de Ricardo Solari, quien ejerció durante cuatro años como Presidente de Televisión Nacional de Chile con un salario superior al de casi todas las autoridades del Estado, que mientras ejercía su cargo se dedicaba paralelamente a manejar precandidaturas presidenciales de su partido, que se mantuvo impávido mientras la televisión pública se deslizaba de forma acelerada hacia el fracaso comunicacional y financiero y que, sin vergüenza alguna, se despedía en marzo de 2018 de sus subordinados expresando en emotiva carta : “nos ha tocado vivir tiempos desafiantes pero hemos sabido salir adelante”.
La democracia está amenazada no solo por tendencias extremistas de ultraderecha. Está en peligro por la incapacidad de sus actores para asumir sus responsabilidades. Mientras el presidente Sebastián Piñera ni siquiera cumple un año de mandato, una docena de individuos de su sector ya se han autodeclarado como presidenciables sin más méritos que los que ellos mismos se atribuyen o de la simpatía que le asignan encuestas de dudosa seriedad. En otro frente, ya varios diputados, en vez de cumplir con las labores que constitucionalmente les corresponden, trabajan para ascender a senadores.
Es obvio, si el poder, en todos sus niveles, no se ejerce con responsabilidad y con un compromiso efectivo con los problemas prioritarios de la comunidad y en particular de los sectores más marginados y vulnerables, la democracia chilena entrará en una fase de crisis que puede ser muy grave.
Muy buen artículo.
Aprovecho la lectura para recomendar la lectura del Filósofo Enrique Dussel «Radicalizar la Democracia»
Saludos