«La soberanía popular no se debe transar… Nos llaman a validar la carta hecha por los «poderosos de turno». Ni los partidos ni los parlamentarios con sus expertos y adláteres del sistema Neoliberal, podrán imponernos, una vez más,  una constitución antidemocrática. Digamos NO.»

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EDITORIAL. Una sociedad desquiciada.

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

Es evidente que, en general, uno no elige el lugar en que va a nacer, salvo, podríamos decir. los casos, cada vez más frecuentes, de quienes se incorporan a la vida en un punto inesperado como consecuencia de las migraciones, las persecuciones políticas, las expulsiones, de que son objeto sus progenitores. Así, ciertas circunstancias determinan nuestra nacionalidad.

Por otra parte, los seres humanos, por nuestra propia naturaleza, somos entes sociales y nuestra existencia se desarrollará como fruto de la interrelación con los semejantes.

Asentados en un cierto territorio, nuestra convivencia con los demás fijará las características de la comunidad de la que formamos parte, y el grado civilizatorio hará que seamos una sociedad agresiva, violenta, negativa, o que seamos capaces de avanzar hacia formas crecientemente superiores de convivencia.

Lo extraño, lo asombroso, es constatar cómo importantes grupos humanos que han alcanzado niveles destacados de buena relación dentro de sí mismos o frente a los demás, en un momento dado de la historia experimentan una regresión que los hace retornar a formas primitivas y precarias de convivencia, retrocediendo a un tiempo pasado que se creía superado. Un ejemplo trágico y doloroso en el tiempo contemporáneo, puede encontrarse en la Alemania que, tras su derrota en la Primera Guerra Mundial y las abusivas condiciones que le fueron impuestas por las naciones triunfadoras, se convirtió en el terreno propicio para el florecimiento del nazismo       que, reivindicando el orgullo nacionalista, se transformó en uno de los movimientos ideológicos y políticos más nefandos que se haya conocido.

Cabe preguntarse: ¿Qué es lo que hace posible que un pueblo o una sociedad retrocedan hasta niveles que tiempo antes parecían inimaginables?

En el caso antes mencionado de la nación europea, un demagógico liderazgo populista supo interpretar el dolor de un pueblo avasallado, alimentando su orgullo para recuperar su destruido poderío y definiendo un enemigo interno -la comunidad judía- como responsable de todos los males del país. Las consecuencias fueron inconmensurables: una segunda guerra con millones de muertos pero, por sobre todo, una comunidad humana que fue arrastrada a una aventura grotesca y vergonzosa de odio, racismo y aniquilación moral.

La realidad chilena, aunque sustantivamente diversa del caso descrito, tiene aristas que no podemos dejar de observar con preocupación.

Con todos sus defectos y limitaciones, la convivencia democrática marcó una forma de relación con importantes rasgos de amistad cívica, lo que hizo posible que personas y grupos sociales pudieran abordar sus diferencias construyendo soluciones de compromiso que significaban avances progresivos.

Sin embargo, ese clima, probablemente lento y opaco que marcaba el tranco de una población cansina, fue arrollado por la irrupción brusca de las necesidades y demandas de los grupos hasta entonces postergados y excluidos. La fuerza y la violencia irrumpieron como métodos de acción política y la incapacidad y la ineptitud de los detentadores del poder hicieron lo propio para completar el cuadro.

Los diecisiete años de dictadura erradicaron la formación cívica con la tolerancia y aquiescencia de sus cómplices pasivos y el país involucionó hacia una fase de agresividad que se fue manifestando en todos los campos de la vida común.

La ciudadanía observa con sobresalto como se ataca a bomberos, personal de salud, mujeres, estudiantes, profesores, autoridades y académicos. Las funas, las amenazas, los atentados, en contra de quienes piensan distinto, se han hecho un lugar común y hasta la gran prensa, que presume de seria y formal, se esmera en mantener una segunda cara alternativa en la que da tribuna, sin asco ni vergüenza, a las peores y más ramplonas expresiones de injurias, calumnias, racismo, chovinismo, etc., para el ataque aleve a quienes ve como sus adversarios.

¿Es el país, expresado de esa manera, el país real?

Indudablemente que no.

Creemos que la inmensa mayoría de las mujeres y hombres de Chile anhelan vivir en paz y sostener lazos positivos no solo con sus vecinos sino también con quienes tienen una relación de dependencia laboral o institucional. Los Juegos Panamericanos y Parapanamericanos mostraron una nación hermanada, capaz de respetar a otros pueblos y a otras razas, comprobando que los violentistas constituyen una minoría exacerbada comunicacionalmente con el fin indudable de generar sentimientos de angustia y temor que abran paso a las aventuras populistas y autoritarias.

Un gran esfuerzo comunitario que implique el compromiso de defender nuestros derechos con vehemencia pero que cierre el paso a las insinuaciones autoritarias que se ocultan tras bambalinas, es imprescindible. A esa tarea estamos llamados todos y cada uno.    

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