«La concentración de riquezas, el poder del dinero, por sobre todo, el dinero fácil, en su accionar destruye la historia, la educación, cultura , los valores de una sociedad que desee permanecer limpia y sana.»

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El conatus de Spinoza

Andrés Cruz Carrasco

Abogado. Doctor en Derecho (Universidad de Salamanca). Magister en Filosofía moral (Universidad de Concepción). Magister en Ciencias Políticas, Seguridad y defensa (ANEPE). Máster en Política Criminal (Universidad de Salamanca).

“No lo turba la fama, ese reflejo/de sueños en el sueño de otro espejo, / ni el temeroso amor de las doncellas” escribía Jorge Luis Borges respecto de uno de los más grandes exponentes de la filosofía occidental: Baruch Spinoza. Este solitario pulidor de lentes, que nacido en 1632, murió a los 45 años, se dice como consecuencia de su oficio, al inhalar constantemente el polvo de vidrio. Fue excomulgado y expulsado de la sinagoga de la que formaba parte y condenado al ostracismo por su comunidad judía. Sufrió de atentados contra su vida, por el contenido de su pensamiento. Vivió de manera austera y casi toda su obra fue publicada con seudónimos o después de su muerte. Nunca se desempeñó en ninguna institución académica. Incluso, se alzó como uno de los fetiches del misticismo nazi, cuyos jerarcas no podían comprender como un judío pudo llegar a ser tan brillante. Tuvo que asumir el ser consecuente, propugnando hasta la muerte la idea de que cada ser humano debía buscar por sí mismo la verdad y vivir de acuerdo con ella, no importando lo que ocurriese.

Para Spinoza, la ética es conocimiento y éste a su vez es descubrir que no podemos ser otros que lo que somos, teniendo el deber de comprender nuestra posición en la naturaleza y el porque de nuestras imperfecciones. Esto es la felicidad. El ser humano no puede ser entendido sólo como razón. Es también deseo, esa fuerza que le imprime la energía, la fuerza, el fuego a nuestros actos. Es el impulso a una razón fría y estática. Es el conatus, la potencia que nos empuja. Sólo con la pasión, que junto con la necesidad de conocer, constituyen nuestra esencia. Es perseverar en el ser, para que este deseo devenga en acciones y no se quede en meros proyectos. Para Spinoza, “la alegría es una pasión por la que el alma pasa a una mayor perfección. La tristeza es una pasión por la cual el alma pasa a una menor perfección”. La perfección es entonces el deseo de ser, la potencia de actuar, la auto conservación. Siendo panteísta, concibe al ser humano como lo más importante para el ser humano, de manera que cuando uno se busca a sí mismo necesariamente buscará al prójimo, que es el lugar donde mora la alegría. Para este filósofo, no es el miedo lo que empuja a los seres humanos a vivir en sociedad, sino que la esperanza. Siguiendo a Tácito dirá: “el temor no crea sociedad sino que soledad”. Nos unimos para darnos cobijo. Así, la ética spinoziana se funda en una pasión: la alegría; y no en un principio racional.

Quien vive para conocer y actuar puede decirse y sentirse libre. Ya no tiene que temerle a nadie ni a nada, ni siquiera a la muerte. “El hombre libre no piensa en la muerte, y su saber es meditación no de la muerte, sino de la vida”.

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1 Comentario en El conatus de Spinoza

  1. Es Usted un gran maestro Don Andrés y sus artículos deleitan.
    Grande es su permanente enseñanza a través de esta ventana abierta al saber.

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