
El Culto Mortal Del Trumpismo
Estimados lectores de La Ventana Ciudadana: Si ustedes pensaban que el racismo lo ha iniciado la administración de Donald John Trump, al enforzar una campaña permanente contra los inmigrantes y contra los musulmanes en esta nación, hoy les demostraré que ese culto, él lo ha aprendido de muchas administraciones presidenciales anteriores.
La estrategia de Richard Nixon sobre la nacionalización de los Estados del Sur de los Estados Unidos de Norteamérica, no aceptando que los afro-americanos residiendo en estos Estados; el recorte en gran escala de la asistencia gubernamental a las comunidades pobres de este país, realizado por Ronald Reagan, tal como lo ejecutó después George H. W. Bush padre, esa misma pasión demostrada anteriormente, la está ejerciendo una vez más Trump, negando por completo casi todo lo legitimado bajo la administración de Barack Obama, que ha sido el primer presidente en la historia de esta nación, de origen afro-americano.
Ta-Nehisi Coates he descrito a Donald John Trump como el primer presidente «blanco» del país, y esto nos hace pensar un poco más profundo, especialmente cuando lo que dice va en contra de los filósofos de la moralidad, que indican que el derecho a la soberanía política, solamente puede ser reclamado por aquellos que poseen una soberanía emocional. Pero en 1889, el presidente Woodrow Wilson escribió, que los pilares para sostener el excepcionalismo norteamericano son «El automandato y la autoposesión». Con este modo de pensar, siendo el más blanco de los presidentes blancos de este país, Wilson fue el que segregó todos los servicios civiles federales en toda la nación. Además, celebró dándole carta blanca al Ku Klux Klan en esa época, y envió a Haití un ejército racista contra la oposición insurgente en ese período de tiempo. Señalando que «un gobierno como el nuestro es una forma de conducta, y sólo su fundación estable es de un muy buen carácter». Woodrow Wilson asociaba la virtud del autoreglamento con la piel blanca, en contraste con la posesión de la propiedad, autodemandar soberanías con sus opositores, quitándole el poder a la gente de color. Él decía: «Ellos se imaginan en fantasías que van de la nostalgia que poseen como Afro-Americanos, Nativos-Americanos, Mexicanos-Americanos y Mexicanos inmaduros, infantiles en sus emociones e incapaces de distinguir entre una libertad verdadera y un libertinaje, y auto-perseguir la felicidad y la codicia».
En contraste a toda esta forma de pensar, Trump, se comporta de una forma parecida con un apetito político que realmente desconoce, es insaciable, con un enojo infantil cada noche en sus Twitter. Es una persona con una falta de reglamentos e incapaz de gobernar como nunca se ha tenido en la presidencia de esta nación, es un ejemplo de lo que le puede pasar a la psiquis de la gente blanca millonaria después de cuatro décadas con una falta de reglamentos económicos. Pero individuos blancos, por lo menos los que tengan un poder, tienen que decidir la excepción a la regla.
En una nación como los Estados Unidos de Norteamérica, fundada en una creencia mística de una clase de inmunidad de especies, menos el excepcionalismo estadounidense de que están exentos, lo que es una insistencia que esta nación estuvo libre de la naturaleza, la sociedad, la historia, y aún de la muerte, la realización de que no puede continuar así para siempre, es realmente traumática.
Debo indicar que este ideal que se tiene de la libertad como algo infinito, ha sido posible solamente a través de la dominación de los Afro-Americanos, los Mexicano-Americanos, los Nativo-Americanos, los Mexicanos, y los Chinos, como esclavos y a través de los trabajos mal pagados, haber transformado las tierras robadas en una capital, cortando la soga y enviando la economía del país a la estratósfera. Y, ahora, estamos cayendo a una tierra despilfarrada, la gran existencia de la gente de color funciona como un recuerdo indeseado, un recordatorio de los límites, la evidencia que la historia impone cargas y contratos de por vida y obligaciones sociales. Que muchos inmigrantes Latinoamericanos vienen de países donde la democracia significa realmente una democracia social, y eso, una vez acá, ellos revitalizan las ciudades y forman parte de sindicatos laborales, lo que solamente inflama a los de extrema derecha. Los derechos sociales, dentro del marco de libertad estadounidense, simboliza mucho más que una mera restricción económica. Ellos invocan la última restricción: la muerte. Una implicada combinación de los derechos sociales, la raza, y la mortalidad fue lo que hizo, para algunos, la línea «de la muerte» cuando se atacó la efectividad del Cuidado de la Salud Accesible creada por Barack Obama.
El Trumpismo es un culto mortal. Mantiene entre sus sacerdotes a un alguacil que tortura a los más pobres entre nosotros. Sus santos son las víctimas de un crimen coloreado, y sus pecadores son afro-americanos, lo que es un vivo recordatorio que la libertad estadounidense fue posible solamente por la esclavitud norteamericana, los inmigrantes latinoamericanos, que han sido víctimas por décadas de las faltas de reglamentos que han tenido los Tratados de Libre Comercio, y que vienen con una tradición política la cual indica que el cuidado de la salud, la educación, y la dignidad humana son sus derechos humanos, y que ahora llegan como refugiados de regiones desvastadas por el militarismo norteamericano. Pero el culto ha probado tan desconcertadamente cual es la parte que explica por qué aquellos que se rechazan, como si fueran una payasada inmoral, se les hace difícil salir con una alternativa efectiva, porque lo que vino antes, también fue un culto mortal.
El patriotismo nacional de Trump es frecuentemente presentado como lo opuesto a un internacionalismo de post-guerra, lo cual verdaderamente es. Pero el internacionalismo dirigido por los EE.UU. durante la época dorada fue profundamente tergiversado. Mantuvo un ideal formal de una igualdad universal dentro de las naciones, aun cuando, de acuerdo con los cálculos de la organización conocida como Sierra Club, los Estados Unidos de Norteamérica, «con menos de un 5% de la población mundial, consumió un tercio del papel mundial, un cuarto del aceite mundial, un 23% del carbón, un 27% del aluminio, un 19% del cobre». También indica que «el uso per cápita de la energía, los metales, los minerales, los productos de las forestas, el pescado, los granos, la carne, y el agua fresca», todo lo cual aumentó con un factor de 17 entre los años de 1900 y 1989, «disminuyendo lo que la gente viviendo en países con un sub-desarrollo usan». Tomó una enorme cantidad de violencia en el Sur Este de Asia, en África, en el Medio Oriente, y en América Latina, para mantener esos números, y la pretensión de llamarle a estos arreglos «universalismo», podría mantenerse mientras la promesa que el crecimiento de una economía sin fin se establezca de una forma que sea creíble.
Trump ganó la presidencia corriendo contra todo el legado de la orden dada en la post-guerra: con una guerra sin fin, una austeridad, un «tratado de libre comercio», un poder corporativo desencadenado, y una desigualdad increíble. A tan sólo un año de su administración, la guerra se ha expandido, el presupuesto del Pentágono ha aumentado enormemente, y la falta de reglamentos se ha acelerado. El corte de las contribuciones continuará con la clase de guerra contra la comunidad pobre, y el empleo judicial y de las agencias ejecutivas, aumentará el reglamento monopolizado.
Incapacitado de ofrecer una forma diferente a manejar la única alternativa de la sobrevivencia política, en la agenda presidencial existente, que va a una velocidad vertiginosa del “trumpismo”, inutilizará la sobrevivencia de nuestro planeta Tierra. Las ventajas triviales del resentimiento de Donald John Trump contra un emergente manifiesto sobre un destino común, un verdadero universalismo que reconozca que todos compartimos el mismo planeta que está muy vulnerable. Este presidente norteamericano enriquece un enfurecido rechazo sobre los límites, aun cuando esos límites han sido reconocidos. Un sufragante campesino blanco que es un minero del carbón, acaba de declarar a la revista “Político”: «Nosotros vamos a ver el final del mundo en nuestra generación», explicando lo que él sabe en su apoyo hasta la muerte hacia su presidente Trump.
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