«La concentración de riquezas, el poder del dinero, por sobre todo, el dinero fácil, en su accionar destruye la historia, la educación, cultura , los valores de una sociedad que desee permanecer limpia y sana.»

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El habitante excluido

A medida que avanza la madrugada, las calles recuperan su soledad. La húmeda bruma recorre la ciudad y la ausencia de gente regala a los trasnochadores la oportunidad única de contemplar casi despejadas avenidas como O´Higgins en Concepción, Colón en Talcahuano o Pedro Aguirre Cerda en San Pedro de la Paz. Sin embargo el intenso ruido a la mañana siguiente irrumpe sin permiso para dar inicio a la rutina de sus habitantes.

Es hora de desarmar el refugio, recoger el colchón extendido afuera del edificio de la Gobernación del Biobío, recolectar mantas y algunas pertenencias de abrigo, conseguir alimento caliente entre algunos vecinos del sector, todo aquello que permita sobrellevar el día y continuar la vagancia. Otras, también personas sin hogar, se mantienen protegidos en improvisados albergues debajo del puente o espacios residuales, muchos duermen en la urgencia de hospital penquista.

Este inquilino urbano, sea un anciano, mujer, joven o niño se margina pocas veces por autodeterminación. Se vuelca a la calle tras historias de maltrato, ante el abandono e incomprensión familiar o tras insalvables problemas económicos. Esta condición lo lleva a construir su propia identidad, a configurar un grupo social por fuera de la comunidad formal. Su vulnerabilidad los expone al deterioro físico, mental y emocional y se vincula con adicciones como forma de sobrellevar la calle, ocupando el espacio público con la consiguiente dinámica de una ciudad en disputa.

En esta ciudad moderna, donde la lógica del éxito se vincula al desarrollo y crecimiento, lo define irremediablemente como un habitante excluido. Para muchos, sus conductas atentan contra la tranquilidad, seguridad ciudadana y a la estética urbana. Sin embargo, todo ello pareciera poco relevante al comprender la fragilidad y estigmatización que se oculta tras este ciudadano evidentemente extraviado.

En Chile hay más de 10.000 personas en situación de calle registradas y en nuestras calles 1.000 personas deambulan en condiciones extremas. Acciones como el Albergue Móvil a cargo del Arzobispado de Concepción o la Casa de Acogida del Hogar de Cristo dan una atención primordial y, gracias a un equipo interdisciplinario (muchas veces ad honorem), logran atender la emergencia y de paso visibilizar una realidad que indigna; sin embargo esta tarea no puede quedar relegada por vocación.

Se requiere pasar de una etapa inicial de asistencialismo a de inclusión vinculada a la innovación social, que permita transitar en forma gradual hacia una mejor calidad de vida. Las carencias que esconde habitar la calle ocultan también grandes posibilidades. Estas personas tienen una alta capacidad de desarrollar, frente a condiciones adversas, infinidad de acciones creativas e innovadoras para generar autoempleo o su propio lugar para pasar la noche en las calles de la ciudad. A partir de ello, se pueden desarrollar tipologías de intervención, como la reutilización de edificios en desuso transformados en albergues de invierno (futuro destino del edificio ex Cema Chile) o centros de permanencia transitoria y acopio, comedores comunitarios que fomenten la protección, sean flexibles, de carácter temporal y reciclables.

Es improbable que una persona se separe totalmente de la sociedad si cuenta con relaciones o redes de amistad, pertenencia comunitaria, espacios de soporte, apoyo y estrategias de reinserción y ocupación a través de la generación de empleo productivo. Esta problemática social lo es también de equidad urbana, y la inclusión solo se puede lograr en la medida que ésta y otras realidades dejen de ser invisible a los ojos.

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4 Comentarios en El habitante excluido

  1. Perdón, y qué pasa con el fenómeno de miles de familias y personas aisladas que han optado por «retirarse del mundo» o, a lo mernos de la institucionalidad y han seguido caminos de vida en comunidades, sacan a sus hijos de los colegios tradicionales y viven… arrancándose de este esta sociedad correpto,
    Otros, mas osados se van al sur del país a internarse en los bosques nativos o al desierto, solitarios en el norte del país, abandonando la «contaminación social».

    • Efectivamente, pero esa es una desicion tomada en total consciencia, sea en comunidad u otros sistemas de colaboración. En este caso, me refiero a aquellos que son marginados por la propia sociedad.

  2. Qué tristeza, ver a diario al «Habitante Excluído» en nuestra region del Bío-Bío, y las autoridades ignorar por completo esta seria realidad social. Agradezco enormemente su mensaje a través de La Ventana Ciudadana, Soledad Garay Pita, y como gran arquitecto nos ha construído una enorme concientización sobre esta situación. Ojalá que los que se hacen llamar «Organizadores Comunitarios» lean su artículo, e inicien un plan de acción para poder INCLUIR a estos habitantes en el desarrollo de nuestro país.

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