
La historia de Erika, Ruth Vander Zee/ Roberto Innocenti: Memoria en poesía e imágenes
Me gustaría compartir con ustedes una historia muy especial, es la Historia de Erica que nos relata Ruth Vander Zee en este precioso cuento ilustrado por Roberto Innocenti y editado por Kalandraka.
Este cuento me impactó muchísimo cuando lo leí, al tiempo como observaba la expresión de sorpresa en las caritas de mis alumnos. Creo que hay libros para cada momento y situación, pienso que las historias que les relatamos a nuestros estudiantes deben estar fundamentalmente plagadas de magia, diversión, optimismo y fantasía, sin embargo, en ocasiones también podemos mostrar la dureza de algunos hechos históricos a través de la literatura. Opino que este cuento puede ser apropiado para niños de a partir de los diez años.
Se inicia con un encuentro casual entre unos viajeros (que bien pueden ser la escritora y su pareja) y Erika, una mujer de avanzada edad que les cuenta su sueño de haber viajado a Israel ya que ella es judía, después les relata su historia, una vida marcada por la tragedia, pero también por el amor y la transmisión de valores.
Los niños son capaces de entender la realidad y cualquier aspecto que la rodee, siempre que se le explique de una manera clara y adecuada a su edad. No hay que envolver las lecturas infantiles en nubes de algodón o de azúcar ya que los niños pueden -y deben- formar parte del mundo que los rodea. Eso no quiere decir, por supuesto, que no lean textos más lúdicos o imaginativos; al contrario, es bueno conocer todos los géneros y aprender a disfrutar con ellos.
El relato se destina a los lectores desde 10 años, aunque es un texto atemporal que ganará con cada lectura. Es un libro de esos que ayudan a crecer.
En suma, un libro necesario y, como decíamos al principio, siempre oportuno porque no hay que perder la memoria si no queremos perdernos a nosotros mismos.
La historia de Erika es una de esas historias. Escrita por Ruth Vander Zee (Chicago, 1944), se trata de una autobiografía que surge de un encuentro fortuito entre la escritora norteamericana y una superviviente del drama de la deportación. Es en 1995 cuando las dos se encuentran en un banco en Rothemburgo (Alemania) e intercambian sus experiencias.
“Entre 1933 y 1945, seis millones de los míos fueron asesinados. Unos murieron de un tiro. Otros murieron de hambre. Y otros muchos murieron en hornos crematorios o asfixiados en cámaras de gas.”
Así empieza La historia de Erika, contada en primera persona por la protagonista. Erika no sabe cuál es su fecha exacta de nacimiento, no sabe cuál es su verdadero nombre, ni siquiera sabe dónde nació. Lo único que sabe es que sus padres biológicos la arrojaron desde la ventanilla de un tren sin retorno, un tren que les habría llevado a los campos de exterminio nazis. La niña se salvó gracias al gesto de extrema desesperación y esperanza de sus padres, y a la benevolencia y el afecto de la señora que la cuidó desde el momento en que encontró a esa pequeña criatura, abandonada, al lado de los raíles del tren. Para nuestra protagonista es imposible olvidarse de sus orígenes, y se hace innumerables preguntas sobre las condiciones de vida de su familia durante la reclusión, o sobre los últimos instantes en brazos de sus padres en un tren que les llevaba a algún lugar desconocido de Alemania…Hacia una muerte atroz.
“Me imagino a mi madre acurrucándome entre sus brazos para protegerme del hedor, de los llantos y del miedo que había dentro de aquel vagón. […] Me pregunto dónde estaba ella. ¿En mitad del vagón? ¿Estaba mi padre a su lado? ¿Dio ánimos? ¿Hablaron de lo que podían hacer? […] Mientras me envolvía con cariño en una manta, ¿susurraría mi nombre? ¿Me llenaría la cara de besos y me diría cuánto me quería? ¿Lloraría? ¿Rezaría?”
A través de estos múltiples interrogantes, recorremos los sentimientos y los paisajes que han marcado su historia, una historia triste y desoladora que empieza con la tragedia de la muerte y el abandono y se convierte en un canto de esperanza y optimismo hacia el futuro. Se trata de un libro pensado para niños, gracias a la prosa sencilla y directa de Ruth Vander Zee, que recuerda a las narraciones orales, y a las maravillosas imágenes que hablan por sí solas. De hecho, esta edición de La historia de Erika (Kalandraka, 2014) está magistralmente ilustrada por el italiano Roberto Innocenti (Bagno a Ripoli, 1940), al que Fabulantes tuvo el placer de entrevistar en 2012. El artista, célebre a nivel internacional por haber ilustrado obras de narrativa infantil como Las Aventuras de Pinocho, La Cenicienta o El Cascanueces, había dedicado ya otro magnífico trabajo al tema del Holocausto: Rosa Blanca (1985), cuya protagonista era también una niña. A partir del texto de Ruth Vander Zee, el ilustrador italiano realiza unas láminas de lo más hermosas y cargadas de significado que se limitan a representar lo esencial de la historia: raíles, vagones y figuras sin rostro.
El estilo de Innocenti es realista, las láminas nos recuerdan a antiguas fotografías y reproducen fielmente los profundos sentimientos que la autora quería transmitir a través de sus palabras. La poesía de Ruth Vander Zee reside en la sencillez, en el arte de sugerir, de evocar y de emocionar al lector. Y las imágenes de Innocenti se concilian perfectamente con la prosa de la escritora norteamericana, sumergiendo el lector en una atmósfera evocadora y cargada de símbolos.
El ilustrador italiano recurre a la alternancia entre el blanco y negro y el color para jugar con el pasado y el presente, con el antes y el después que han marcado la vida de la protagonista. Utiliza el blanco y negro para representar el drama de la deportación y todo lo que Erika no puede recordar; el color le sirve para hablar de la vida después de su abandono y del presente. Las únicas láminas “coloreadas” son las que abren y cierran la narración: el encuentro entre la escritora y Erika en un banco en Rothenburgo y otra escena que representa a la protagonista de niña en la casa donde la habían acogido y amado.
Los colores grises acentúan el carácter opresivo y dramático de las escenas, la subida al vagón, la desolación del paisaje, el carrito abandonado en la calle, las figuras sin rostro. Sin embargo, en las imágenes en blanco y negro hay unos puntos cromáticos que sirven al dibujante para focalizar la atención del lector en los detalles y enfatizar así la escena. Resaltan, por ejemplo, las estrellas de David cosidas a los abrigos de las figuras humanas (sin rostro) que suben al vagón. De esta manera, se resalta la identidad judía, simbolizada mediante este zurcido, que resiste a pesar de la pérdida de la identidad personal. En otra lámina lo que destaca es el carrito blanco abandonado en la estación, mientras el tren cargado de deportados se aleja de la vida. El carrito simboliza la pureza, la inocencia y la vida que se quedan mientras el tren se dirige hacia un destino fatal. Están cargadas de emotividad y sentimiento también las imágenes de Erika envuelta en una manta rosa que viene lanzada desde un vagón del tren y aterriza en un prado. Esa pequeña mancha rosa rodeada de un paisaje gris y desolador representa la salvación, la esperanza, la vida.
“En su viaje hacia la muerte, mi madre me lanzó a la vida.”
La antítesis entre la vida y la muerte que se refleja en las palabras de la autora, se traduce en la oposición entre el blanco y negro y el color en la lámina del artista. El extremo y último intento de escapar a una muerte segura no puede ser otro que tomar la decisión de deshacerse de su propia hija y darle así una esperanza de vivir. Antitético es también el resultado de su gesto, que de un abandono pueda surgir la posibilidad de rehacerse una vida.
Todas las figuras humanas que aparecen en las ilustraciones de Innocenti carecen de rostro, o se ven de espaldas o aparecen cortadas por el pecho hacia abajo, como queriendo recordar por un lado la pérdida de la identidad personal y por el otro, la dimensión universal del drama que afectó a millones de judíos en esos años. Los únicos rostros que están delineados son el de la niña envuelta en la manta rosa y el de la escritora mientras escucha la historia de Erika en la primera lámina.
Otro elemento recurrente y de significado intrínseco es la presencia de los puentes: en la primera lámina que precede la narración, en la escena donde la niña viene lanzada desde la ventanilla del tren, y en la última lámina donde Erika de espaldas mira hacia delante. El puente, lugar de pasaje que conecta y concilia, representa simbólicamente el salto de la muerte a la vida, del pasado al presente, de la tragedia a la esperanza en la vida de la protagonista. La historia de Erika es el cuento de una memoria personal y universal, de un tren sin retorno del que sólo queda un recuerdo indeleble.
“Alguien dijo un día que nosotros llegaríamos a ser tantos como estrellas hay en el firmamento. Seis millones de estrellas se apagaron entre 1933 y 1945. Cada una de ellas era uno de los míos cuya vida fue destruida y cuya familia fue tronchada como un árbol.”
Para no olvidar: 27 de enero, Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto.
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