LO QUE LA PANDEMIA NOS ENSEÑA
Desde Madrid, España.
Especial para La Ventana Ciudadana
Madrid, Viernes 10 de abril de 2020.
La pandemia nos ha obligado a resguardarnos en nuestras casas, a mantener cerrados nuestros negocios, nuestras oficinas, los trabajos, en definitiva, paralizar nuestras actividades habituales. Pero, además, nos ha obligado a adoptar una nueva forma de vida para preservar, precisamente, la nuestra y la de quienes nos rodean.
La pandemia apareció de improviso y comenzó a quitarle la vida a mucha gente. Y no han muerto más, porque en la actualidad los mecanismos de defensa son mayores y mejores. Aunque todavía no tenemos un fármaco que combata al virus, sí tenemos elementos médicos y mecánicos que ayudan a nuestros órganos afectados a cumplir con su función. Por eso mismo, no es comparable esta pandemia con las de épocas anteriores.
Ahora nos hemos tenido que refugiar en nuestros hogares, mantenernos encerrados junto a nuestras familias. Y estamos aprendiendo que esta es la única forma de evitar que nos contagien y que nosotros, muchas veces sin saberlo, contagiemos a otros. Porque el virus tiene 14 días de incubación, lo cual nos convierte en involuntarios vectores de la epidemia. Incluso, hay personas asintomáticas que –sin saberlo- siguen circulando y contagiando por los barrios, centros comerciales y lugares de concentración de personas.
Lo siguiente en aprender es el real valor que tiene la familia. Compartir con tu pareja, con tus hijos, con los abuelos, nos enseña algo que no habíamos sabido valorar, probablemente por la vorágine de las rutinas laborales. El disfrute de esa compañía, el ingenio desarrollado para resucitar las llamadas “horas muertas”, el amor que te profesan, todo eso pasa ahora a constituir las prioridades cotidianas.
Si esto nos ha pillado en soledad, estamos aprendiendo a distinguir la dimensión que tiene un libro, cómo nos lleva a imaginar nuevas vidas, a vivir aventuras nuevas, a abrirse al pensamiento universal. Ya nos estamos deteniendo frente a la pantalla de un televisor para disfrutar de una buena película, seguir las indagaciones de sagaces policías, mantenerse informados y atentos a la pericia de los malabaristas, a reír con comedias hilarantes o a convertirse en seguidores de interminables telenovelas de amor.
Descubrimos que la cocina es el templo de la imaginación culinaria, que si mezclamos cosas ricas, tendrán que salirnos platos ricos. Que es divertido cocinar en compañía de tu pareja, de hijos. Que los presupuestos diarios para alimentarse merecen más recursos. Y descubrimos que la intimidad tiene más pasajes, más recovecos para dar rienda suelta al amor.
Y aprendemos a valorar en su justa medida lo que significan los amigos de verdad. Con ellos te comunicas por las vías que la modernidad ha puesto a tu servicio. Las nuevas tecnologías se convierten en maravillosas ventanas para respirar el aire fresco de la confraternidad con los demás, tan confinados como tú, tan iguales como tú. Y aprendes a optimizar esos recursos, no malgastarlos, dándoles un uso preciso y precioso.
Pero, además, aprendes a ser solidario. A pensar en los que no tienen lo que tú tienes, a imaginar las estrecheces de muchos y las dificultades de los que más necesitan. Comienzas a pensar en los abuelos que están solos, a los que permanecen ingresados en centros convertidos en jaulas de oro, solos, sin la compañía de quienes le deben amor.
Entonces aprendes a buscar fórmulas de apoyo a los demás, a organizarte con esas redes sociales para ir en ayuda de los desvalidos, a ser más responsable socialmente. Aprendes a compartir con gente que no conoces, pero que son tan humanos como tú.
Esa es la principal enseñanza: la solidaridad, la responsabilidad social, la disciplina, el real valor de la vida y del amor. Si todo esto lo desarrollamos, nuestro futuro será mucho más luminoso y será el mejor homenaje a quienes se están quedando en el camino y a quienes luchan contra esta pandemia maligna.
El tema es ¿Cuánto aprenderemos?
De todo lo que nos enseña la pandemia y la vida cada día.