
¿Nuevas brisas?
El proceso electoral vivido por el país entre los meses de noviembre y diciembre de 2017, trajo importantes cambios en la política nacional. El candidato de la coalición “Chile Vamos”, Sebastián Piñera, logró su segundo mandato presidencial con una inusitada votación jamás imaginada por los sectores de la autodenominada “centro-derecha”. La UDI que, con su disciplina, rigidez doctrinaria y su fuerte poder económico, se había transformado en la principal colectividad del país, se vio súbitamente desplazada por sus aliados de Renovación Nacional. La “Nueva Mayoría”, que enfrentó la primera vuelta a dos bandas, no logró consolidarse y solo alcanzó un magro 23% en el balotaje con un candidato independiente sin mayores atractivos ni personales ni programáticos. Y finalmente, un emergente Frente Amplio que revolvió el ambiente empinándose al 20% de apoyo, cifra que le permitió alcanzar 1 senador y 20 diputados.
A propósito, tres consideraciones de interés:
1.- La abrumadora victoria del presidente Piñera en segunda vuelta, no constituyó un respaldo irrestricto a su programa. Ha quedado demostrado que una cifra del orden del 30% del electorado de centro (radical y demócrata cristiano) y un 20% del electorado del Frente Amplio, votó por él.
2.- La decisión ciudadana dio clara victoria al actual mandatario pero también dio clara mayoría parlamentaria a la oposición. La lectura lógica de este hecho es que el electorado espera de la coalición ganadora algunas cosas específicas (orden, seguridad pública, buen manejo de la economía) pero que espera de la heterogénea oposición radicada en el Congreso una defensa irrestricta de las políticas de inclusión social y pro equidad.
3.- La emergencia del Frente Amplio, como un nuevo actor que rompe las tradicionales agrupaciones de “centro derecha” y “centro izquierda”, constituye, por ahora, una incógnita bastante difícil de descifrar.
La ex – Nueva Mayoría (heredera de la Concertación, en buenas cuentas) continúa moviéndose en un marasmo incomprensible, Mientras la poderosa prensa de derecha, encabezada por El Mercurio, sigue clavando tenazmente “el problema comunista” como banderilla indispensable para impedir una sólida y racional convergencia progresista con proyección de futuro, los líderes opositores se refocilan en la pequeña tonterita diaria que les permita acorralar a sus eventuales aliados y ocupar algunos espacios en medios de comunicación de reconocida filiación.
Construir una alternativa de gobierno seria y eficiente, es considerado como una necesidad para un importante sector de la ciudadanía. Las próximas elecciones municipales y de gobernadores regionales serán una prueba de fuego y los resultados de esos comicios seguramente predeterminarán lo que sucederá en las presidenciales y parlamentarias del 2021.
Con porfía hemos señalado que la comunidad nacional percibe que la democracia chilena es un régimen tremendamente imperfecto, no solo por sus notorios déficits institucionales que en vez de superarse se van agravando en un proceso de burocratización creciente e incontrolable, sino por su incuestionable elitismo. Es doloroso constatar que los “representantes populares” viven alejados de la realidad social, recién elegidos se radican en el estrecho y clasista mundo de las tres o cuatro comunas del “barrio alto” de la capital, e insisten en hacernos creer que para el ciudadano la democracia consiste en marcar una preferencia en un papel periódicamente.
Si bien al Gobierno de Bachelet II se le debe reconocer que colocó sobre el tapete problemas graves como el de la exclusión e inequidad educacional o el tributario, no puede silenciarse que ambos procesos fueron técnicamente mal conducidos derivando en una fuerte afectación a la educación pública y en un nulo avance en el mejoramiento de la calidad de la enseñanza y la formación en el aula, por un lado o en complejización impositiva que, por su propia naturaleza, afecta a los pequeños y medianos contribuyentes.
Por otro lado, históricamente se ha comprobado que todo régimen que se perpetúa en el tiempo tiende a anquilosarse y a generar grupúsculos endogámicos que se acostumbran a vivir del Estado y que muestran incapacidad de innovación y de compromiso con los requerimientos efectivos de la gente que padece problemas perennes.
Construir una alternativa de futuro pasa por perfilar acuerdos reales sobre temas que son trascendentes para el desarrollo de nuestra sociedad. Aunque las necesidades y demandas son múltiples y los recursos limitados, se nos ocurre que, en principio, trabajar específicamente cuatro puntos pudieran encauzar un debate serio:
- Derechos humanos.
- Medio ambiente.
- Uso del suelo e inclusión urbana.
- Mejoramiento de la calidad de la educación en el aula.
En próximos comentarios, procuraremos desarrollar estas materias para incitar un debate que nos parece impostergable si se quiere avanzar.
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