«La concentración de riquezas, el poder del dinero, por sobre todo, el dinero fácil, en su accionar destruye la historia, la educación, cultura , los valores de una sociedad que desee permanecer limpia y sana.»

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Desde la ciencia

Sofía Valenzuela Aguila

Doctora en Bio-química. Investigadora Centro de Biotecnología. Universidad de Concepción.

Estamos finalizando un año muy especial en Chile, el año en que la ciudadanía dijo basta, no más abusos, no más desigualdad, no más injusticia. Desde el 18O, millones de personas se han manifestado en las calles para exigir equidad en educación, salud, salarios, calidad de vida, justicia, jornadas laborales, de género, minorías, participación política, transparencia en los procesos, solo por mencionar algunas. En estos pocos meses Chile cambió. Después de años de diagnósticos técnicos y políticos, de años sin soluciones concretas por parte de los gobiernos y la elite gobernante, la olla a presión no aguantó, en un levantamiento histórico que aún no obtiene respuestas de fondo ni de forma.

Uno de esos tantos diagnósticos, ha dado cuenta que los países que han apostado por la creación de conocimiento han alcanzado el desarrollo y  bajado los niveles de desigualdad. Seguir con un modelo de extracción de recursos naturales, que tributa a capitales pagando un impuesto bajo, no es viable en este siglo. La OCDE, la academia y la calle en coro se han pronunciado al respecto y recomendado que Chile haga algo distinto a vender piedras. La academia chilena puede aportar creando herramientas que den soluciones a problemas complejos, mejorar la calidad de la educación, construir ciudades más amigables, más áreas verdes, mejorar la salud y hacer políticas públicas basadas en evidencia científica. Estoy cierta que este estallido social ha sido un llamado de atención a quienes trabajan en centros de investigación y universidades. La vinculación con el medio tendrá un rol preponderante en los próximos años, debemos escuchar a la ciudadanía y desde ahí plantear nuevas preguntas de investigación que respondan a la curiosidad y a nuestra misión cívica y ética.

Por otra parte, si logramos aumentar la inversión en I+D por parte del estado, pero también del sector privado, podremos contar con empresas de base tecnológica, que darán empleos de mejor calidad, y nos permitirán agregar valor a nuestras exportaciones, dejando de lado ser un país exportador de materia prima, y empezar a exportar tecnología, materiales de alto valor, impactando directamente en nuestra economía.

Antes, tenemos una tarea pendiente, acortar brechas en la academia. La transparencia, probidad, más diálogo y equidad están al debe en las Universidades y centros de investigación. En el caso de la transparencia, algunas universidades han ido por el 10x o limitar los salarios de sus directivos. Otras han apostado por mayor equidad en cargos directivos, creando unidades de género, y fomentado la participación de mujeres en comisiones. Se han iniciado instancias de diálogo triestamentales, para tratar distintas temáticas sociales. Si bien se valoran estos esfuerzos, aún tenemos pendiente mejorar la calidad y condiciones laborales de muchos investigadores/as en Chile, en especial investigadores/as jóvenes. Aún existen los contratos de los profesores taxis, es decir investigadores contratados por horas para realizar clases desde marzo a diciembre; investigadores contratados en proyectos de investigación, por lo general por un período acotado y en muchos casos sin beneficios. Si pidiera un par de deseos para el próximo año, sería que la élite económica y política que entienda la urgencia de transformar la forma de hacer las cosas como una respuesta efectiva a las demandas sociales. A su vez, que el ministerio de ciencia lidere una política atrevida y transformadora como se necesita. Sostener este modelo como está, implica renunciar a la oportunidad que la historia y la ciudadanía consciente generosamente nos ha entregado.

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