
La ciudad: Amenazas al espacio público y común
¿Qué es una ciudad? No es solo un simple espacio físico donde se construyen, levantan y establecen edificios y propiedades públicas y privadas o el lugar donde los ciudadanos o vecinos se constituyen y relacionan social y culturalmente; es decir, aquel espacio que se crea según las necesidades y proyectos de quienes allí se establecen. Sin embargo, la ciudad va más allá de aquello, de ese espacio físico, es al mismo tiempo un fiel reflejo de la cultura de un país, la forma como se relacionan sus habitantes y las prioridades que tienen sus autoridades; por lo tanto, la ciudad, como todo espacio físico es al mismo tiempo simbólico y además de aquello es un espacio que refleja las tensiones, contradicciones y relaciones de poder (intereses) que allí se desenvuelven. Pero no es solamente aquello, la ciudad debe(ría) ser por sobre todas las cosas un espacio público y común por excelencia, donde sus vecinos construyan relaciones sociales y desarrollen sentidos de identidad y pertenencia (raigambre), además de sentirse escuchados, representados y aquello pasa por respetar el buen vivir y la calidad de vida en una ciudad.
Entonces pensar, proyectar y disfrutar la ciudad como espacio público no sólo conlleva comprenderla y situarla de manera abierta a todos y todas, también implica vivirla como espacio cívico, del bien común, en clara oposición o distancia con quienes conciben la ciudad como un espacio privado, de intereses particulares, es decir, como un negocio más dentro de un modelo que potencia la rentabilidad y competitividad.
Entonces ¿qué tenemos hoy en día? De manera progresiva esa ciudad concebida como espacio público y común ha ido involucionando hacia espacios privados, cerrados, cosificados, y bajo sistemas de tele vigilancia y grabación, donde lo que impera y se impone es el interés de lo particular; en otras palabras, la ciudad ha dejado de ser ese espacio público y común donde se encontraban y relacionaban las familias y vecinos, para convertirse en un espacio al servicio, por ejemplo, del negocio inmobiliario y sus redes de poder. Así, la ciudad se va privatizando, el espacio público y común se particulariza y en otros casos se atomiza, cada uno vive literalmente “su metro cuadrado”. La vida en comunidad, de vecindario sucumbe ante un modelo que privilegia lo individual por sobre lo colectivo o bien el sentimiento de inseguridad por sobre la certeza y tranquilidad. Qué decir de la categoría de vecino, cuando lo que importa es la condición de cliente y consumista.
Es cosa de ver cómo avanza a pasos agigantados las edificaciones o proyectos inmobiliarios en Concepción; al respecto, no se trata solamente si son 5, 10, 15 o 25 pisos o la cantidad de edificios (Departamentos) que se levantarán en un determinado espacio. Sin restar importancia a dicho aspecto, la discusión y el problema pasa, entre otras cosas, por la calidad de vida de las personas que colindan esas edificaciones, por cómo se sigue violentando la ciudad y ese espacio público y común cada vez más reducido a la ley de la oferta y la demanda.
En consecuencia, defender la ciudad como espacio público y común implica tomar conciencia de los daños y perjuicios que acarrea la violencia de esas inmensas e invasivas construcciones para la salud de los vecinos, para su vida cotidiana, su caminar diario, en otras palabras, para su calidad de vida.
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