EDITORIAL. Sol de septiembre.

El mes de septiembre ha pasado a constituir un período simbólico, clave en la vida de chilenas y chilenos.

La llegada de la Primavera nos genera una nueva actitud, cargada de niveles de mayor optimismo, días más largos y con mayor luz, mayor disposición a asumir tareas que hemos ido postergando, el reverdecer de la naturaleza, el florecer de los jardines.

En la historia de nuestra nación, hay hechos que constituyen hitos y recuerdos simbólicos que nos unen, como el Dieciocho y sus tradicionales festejos y otros que marcan nuestras diferencias. Así, el 4 de este mes se conmemoran las elecciones de Eduardo Frei Montalva y de Salvador Allende, en tanto que el 11 del mismo, se evoca la deposición del gobierno constitucional por el golpe de Estado.

Si pretendemos mirarnos a nosotros mismos y observar nuestra realidad, coincidiremos en estimar que vivimos en una sociedad profundamente fracturada, en la cual, aunque nos cueste aceptarlo, conviven grupos económicos, sociales e incluso étnicos que han demostrado su incapacidad de dialogar y de avanzar en la construcción y realización de un destino común.

El patriotismo ha pasado a ser un artificio falso, expresado en múltiples símbolos formales, comerciales y publicitarios, que se despliegan a toda orquesta pero que no van más allá de las apariencias.

El país vive en un ciclo de crisis permanente, en que se ponen al descubierto nuestras carencias materiales y monetarias en campos que afectan profundamente la vida de las personas, tales como la vivienda, la salud, la educación, la seguridad social. Sin embargo, la sensación del ciudadano común  es que las elites políticas parecieran no percibir la gravedad y urgencia de atender estas necesidades angustiantes y se empecinan en afincarse en posiciones partidarias egoístas manifestadas en un cúmulo permanente de frases hechas, de pantallazos comunicacionales, de promesas irreflexivas.

Al implantarse el voto obligatorio, se está utilizando el sistema electoral para ocultar la desafección que se siente hacia una política incapaz de prestar atención eficiente a los problemas reales y diarios de las personas.

¿No habrá llegado el momento en que seamos capaces de reencontrarnos como comunidad, de abandonar el individualismo y de convencernos de que los problemas y carencias de unos y otros nos pertenecen a todos? ¿No será necesario que asumamos que el sacrificio y la solidaridad sin imprescindibles para avanzar tras el sueño de una patria buena y justa para todos?