
¿QUÉ MATARÁ AL NEOLIBERALISMO? (II)
Por: Guilmo Barrio Salazar, desde Georgia, E.U.A.
Tal como lo prometí la semana pasada, hoy continuaré presentando a mis entrevistados, quienes poseen un gran conocimiento sobre este tema, y ustedes, mis estimados lectores, podrán ver los diversos puntos de vista al respecto, y ojalá saquen sus propias conclusiones, para que las apliquen en sus áreas específicas.
En esta ocasión, les presento a PAUL MASON, quien es un editor de economía en las noticias del Canal 4 de televisión. Él nos conversará sobre cómo TOMAR EL ESTADO. Paul me dice: «Yo escribí en «Post-Capitalismo»: Una Guía Para Nuestro Futuro, que si no le abríamos una acequia al neoliberalismo, la globalización se rompería en pedazos, pero no tenía idea que eso sucedería tan rápido. En forma retrospectiva, el problema es que se puede colocar una economía en un apoyo vital para que sobreviva, pero eso no se puede hacer con una ideología.
Después de la crisis económica del año 2008, una ayuda cuantitativa y el apoyo del Estado a los bancos, mantuvieron vivo al paciente. Como el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, dijo el año pasado en la conferencia G-20 de Shanghai, los bancos centrales tienen más munición para sacar sus pistolas si así lo necesitan.
El cerebro humano demanda una coherencia, y cierta cantidad de optimismo. La historia neoliberal se ha transformado incoherente en el momento que el Estado tuvo que tomar pasos drásticos para poder mantener un mercado financiero en decadencia. La forma de recuperarse, estimulada por el levantamiento de la carga, aumentó la ventaja en las riquezas de los ricos, pero no el ingreso económico del trabajador promedio, y aumentando los costos del cuidado de la salud, la educación, y la provisión de las pensiones a través del mundo desarrollado, significó que mucha gente experimentó una «recuperación» en la recesión sufrida en sus hogares.
Así que comenzaron a buscar unas respuestas, y la derecha les tenía una muy fácil: Deshacerse de la globalización, del mercado libre, y de los reglamentos relativamente libres de una inmigración, como también aceptar los migrantes indocumentados quienes mantienen trabajando la economía. Así fue que se obtuvo a Donald J. Trump, también a Marine Le Pen, a Geart Wilder, a Viktor Orbán, al Partido Ley y Justicia en Polonia, y el Partido Independiente del Reino Unido en Gran Bretaña. Cada uno de ellos prometió hacer sus países «Grandes Otra Vez», desviando el crecimiento hacia todo eso, además de alejar a los migrantes y a los refugiados.
Por 30 años, el neoliberalismo le enseñó a las élites nacionales que ellos eran mejor colaborando en la creación de un juego positivo: Todos ganan, finalmente, aún si sus fábricas se van a la China. Ese fue el raciocinio establecido.
El nacionalismo económico es lógico si se cree que ese estancamiento permanecerá por mucho tiempo, dejando la cantidad de dinero en cero, o el juego de las cantidades en negativo. Pero los proyectos del nacionalismo económico fracasarán. Esto no es porque siempre ha sido una estrategia de pérdidas: Adolf Hitler prácticamente abolió el desempleo alemán en un período de 5 años, y Franklin Délano Roosevelt puso en funcionamiento una recuperación espectacular, estableciendo una nueva industrialización con el Nuevo Trato. Pero estos eran programas de otra época, en los cuales los modelos de los negocios eran primordialmente nacionales y operados como un monopolio en la esfera de una gran nación y sus correspondientes colonias; donde el Estado estaba profundamente enredado en la economía nacional; y donde el comercio global era muy débil y la emigración económica muy baja, en comparación con lo que tenemos hoy en día.
Tratar de repetir esa autarquía en el Siglo XXI disparará un desarreglo en gran escala. Algunos países ganarán: Es posible que, aunque sea dirigido por un imbécil, los Estados Unidos de Norteamérica podrían ganar. Sin embargo, «ganar» en este contexto significa llevar a otros países a la bancarrota. Dada la complejidad y la fragilidad del sistema globalizado, las ciudades de las naciones en pérdida podrían asemejarse a Nueva Orleans después del huracán Katrina.
A largo plazo, para la izquierda, la transición a un sistema más allá del capitalismo, debe estar basado en la posibilidad de un trabajo de baja intensidad y una sociedad de alta abundancia. Esta es la esencia del proyecto post-capitalista que propuse: un trabajo automático, reemplazo de los sueldos con un ingreso básico y un Estado comprometido en la provisión de los servicios, e imponer una competencia dentro de los monopolios en orden de poder enforzar un precio bajo de sus productos para que la gente pueda sobrevivir de sus escasos y precarios trabajos.
Tal como el grupo investigativo de Manuel Castell en Barcelona, España, ha encontrado el tambaleo del mercado, actualmente mucha gente ha comenzado a adoptar las tácticas de sobrevivencia sin utilizar el mercado, los mecanismos, y las instituciones como los prestamistas informales, las cooperativas, y el dinero alterno. Esa es la base para un contra poder económico para un gran capital y las altas finanzas.
Pero en pocas palabras, toda una generación de la izquierda que se ha revelado sin dirección y en necesidades horizontales para separar la diferencia entre eso y una política efectiva y organizada.
Lo más difícil de aceptar para la antigua izquierda es utilizar el existente, opresivo e imperfecto Estado, mientras que simultáneamente se trata de democratizarlo. Las protestas callejeras, la resistencia masiva, las huelgas, y la ocupación de ciertas zonas públicas son excelentes formas para ensamblar las fuerzas. Pero el arco de la historia desde el año 2011 al 2015 – Ocupar, los Indignados, y la Primavera Árabe – nos muestra que tenemos que hacer mucho más que simplemente crear un contra-poder: Necesitamos tomar el poder y difundirlo al mismo tiempo».
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