«En país bien gobernado, debe inspirar vergüenza la pobreza. En un país mal gobernado, debe inspirar vergüenza la extrema riqueza»

Confucio

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Días de incertidumbre y esperanza

La dura y agresiva contienda presidencial llegará a su término hoy 14 de diciembre, cuando poco más allá de las 19 horas el SERVEL dé a conocer el resultado de la tan esperada segunda vuelta. El nuevo mandatario o mandataria tendrá un período de casi tres meses para dar a conocer al país los nombres de su equipo de gobierno, el que,  de seguro, sufrirá el cuestionamiento ciudadano que juzgará su pasado político y personal. Ello constituye una  inveterada costumbre  criolla y también una característica propia de la democracia.

El problema de fondo pasa a ser no el de los nombres en sí mismos, sino el de las acciones que cada funcionario realice conforme a la voluntad de quien dirige la orquesta. La gente del  bando de los derrotados tiene temores y aprehensiones, los que no se disiparán sino una vez que se constate a ciencia cierta que todo se hará conforme a la ley y con pleno respeto a la normativa y a la institucionalidad vigentes.

El clima de agresividad y violencia, de amenazas  y mentiras que se mantuvo  en la campaña, es claramente nocivo para la comunidad nacional. Sería importante  que los actores lograran entender que es imperativo para los nuevos gobernantes mostrarse dialogantes y positivos pues sin la voluntad de  encontrar puntos comunes de coincidencia, difícilmente  se podrá avanzar.

Hay ciertas consideraciones que  es necesario relevar. La primera, es que el ganador o ganadora del balotaje aunque formalmente haya logrado más del 50% +1 de los sufragios, en los hechos (tal como en el caso de Boric pero que sus partidarios nunca lo aceptaron) la adhesión lograda será minoritaria, lo que moral y políticamente obliga a dialogar para lograr acuerdos sustantivos. La otra consideración, nos indica que la nueva oposición no puede jugar sus cartas “al fracaso” del nuevo gobierno. Si se desea competir con ciertas probabilidades de éxito en cuatro años más será imprescindible construir un proyecto político convocante, serio y no demagógicamente populista.

¿Significa esto que seremos llamados a conformar una oposición pasiva, sometida a la aceptación silente de los hechos y acciones que los demás determinen? Evidentemente que no. Como en los meses de campaña, las partes en contienda se han acusado mutuamente de afanes o peligros totalitarios, es imperativo detener de inmediato todo aquello que pretenda alterar la esencia misma de la democracia, no solo atendiendo a las formalidades institucionales. El respeto real a la dignidad de las personas, chilenos o inmigrantes, a sus derechos inalienables a través de las garantías establecidas, constituyen el arma democrática que debe ser enarbolada sin claudicaciones. Consecuentemente,  debe dejarse establecido que toda acción violentista o terrorista constituye el caldo de cultivo de iniciativas autoritarias o totalitarias. Como se ha dicho reiteradamente, el fascismo no es una enfermedad política que surge a través de un golpe de estado. Al contrario, es una patología social asintomática que se va desarrollando y creciendo  día a día sin que nos demos cuenta. Cuando dividimos el país entre los buenos -nosotros- y los malos – los otros- , y somos incapaces de aceptar que existan individuos que legítimamente puedan pensar distinto, cuando menospreciamos al  pobre o al inmigrante, estamos ya contagiándonos de una enfermedad moral altamente peligrosa para la sociedad.

La vivencia plena de una filosofía de los derechos humanos es nuestra garantía de sobrevivencia de la democracia. A partir de ese principio fundamental, podremos deducir consecuencias prácticas y levantar las barreras de contención necesarias para detener a tiempo lo que antes vimos solo como amenazas.

El reconocimiento de los derechos de todos, el respeto mutuo, la fraternidad y la solidaridad, terminan siendo los parámetros a los que deberemos ahora y siempre ajustar nuestras  conductas y actitudes.

Transformemos, entonces, nuestras incertidumbres del presente en esperanzas concretas de avance  hacia una sociedad más justa.

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