
EDITORIAL. ¿Qué nos depara el destino?
El proceso electoral chileno ha entrado en su recta final. Solo dos semanas nos alejan del día decisivo, aquel en que la ciudadanía debe definir quienes serán los dos postulantes que pasarán a la segunda vuelta, ya que a toda s luces parece impsible que algún candidato o candidata alcance la meta soñada, casi ilusoria, de la mayoría absoluta.
Hay algunas consideraciones que necesariamente debemos tener presente. Todo parece indicar que en la ronda final estarán la candidata del progresismo, Jeannette Jara y alguno de los nombres que representan a la derecha tanto política como empresarial.
Precisamente, es en este campo donde se presentan los mayores niveles de riesgo-país.
Evelyn Matthei, la candidata de los partidos de la derecha tradicional, quien hasta hace menos de un año se vislumbraba como la futura presidenta el país, ha sufrido un increíble deterioro electoral: La imagen de su padre reconociendo en 1980 el triunfo del NO, lo que le aportaba puntos importantes en un eventual crecimiento hacia el centro, se diluyó por sus sucesivas torpezas y ambigüedades, tales como la de justificar los muertos tras el golpe de 1973 o, ahora, cuando señaló que quienes buscaban a los “detenidos-desaparecidos” no perseguían justicia sino venganza.
El postulante de la extrema derecha, José Antonio Kast, ocupó pronto el primer lugar en las encuestas. Su sólida posición se diluyó desde que mostró graves falencias técnicas – meses sin explicar fundadamente cómo reduciría 6.000 millones de gasto fiscal – y también cuando empezó a eludir sistemátcamente todo pronunciamiento en cuestiones valóricas o en materia de política internacional.
Tales indefiniciones, permitieron el avance – por el lado menos esperado – del postulante de la ultra derecha extremista, Johannes Kaiser que con un discurso duro, de tintes populistas, ha sido capaz de perseverar hasta encontrarse ahora en condiciones de pelear el acceso al balotaje. Sin ocultar nada de su pensamiento, Kaiser ha justificado el golpe militar de 1973 y ha aceptado, sin remilgos la eventualidad de un nuevo golpe, ha hecho ostentación de su misoginia (“un 62% de las mujeres tiene la fantasía de ser violada”, “debe darse una medalla de honor a los violadores de mujeres feas”) , ha amenazado con agredir a Bolivia si insiste en legalizar el contrabando de autos robados (“le van a tener que cambiar el nombre a su capital La Paz (NR: la capital de Bolivia es Sucre y no La Paz), ha proclamado, asimismo, su voluntad de abandonar el “multilateralismo” como política de Estado, retirarse de los tratados y organismos que protegen los derechos humanos y diversos otros que limitan, según él, la soberanía nacional. La lista es larga e implica (¿qué duda cabe?) un grave atentado a la convivencia democrática dentro de la comunidad nacional.
Lo grave de todo esto, es que Jeannette Jara, según todas las encuestas confiables y no confiables, perdería con cualquiera de ellos en la segunda vuelta.
La agresiva campaña anticomunista de los grandes medios de comunicación, por supuesto que ha ido produciendo efectos. Si Jara es capaz de deshacerse del lastre que significan las actitudes desleales de los termocéfalos de su partido, las cosas pueden cambiar favorablemente para ella y la coalición multipartidaria que encabeza. La pública nominación de tres o cuatro nombres claves de su gobierno (Hacienda, Interior, Relaciones, Seguridad ) sería, sin duda, un golpe efecto contundente. Solo la sensatez podrá evitar el drama. Para que ella se imponga, se necesita audacia y voluntad de correr los riesgos correspondientes.







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