
Argentina, el paraíso de la deuda perpetua
Al usurero lo único que no le importa es que se le pague la deuda (incluso la carga si el deudor lo hace), se trata de prestar dinero a quien sabe que nunca le va a pagar, pues el prestamista vive a expensas de los intereses, cada día más abultados, incluso si llegara a ocurrir que el deudor se declare en cesación de pago, se le cobra una parte de los intereses con otro crédito y así siguen los eternos pagos.
Estoy convencido de que Dios es argentino y ha premiado a su país con la “deuda eterna”. El drama principal del ser humano es lo efímero de la existencia, y en la vida buscamos calmar el hambre de eternidad, es decir, ser para siempre ricos, poderosos y amados.
La deuda perpetua se convierte en el castigo permanente, como el infierno para Argentina. Desde 1823 al líder bonaerense, Bernardino Rivadavia, se le ocurrió la genial idea de solicitar un préstamo de un millón de libras a Inglaterra. No se ganaba nada con tratar de hacerlo desistir pretextando que Buenos Aires tenía superávit, por consiguiente la solicitud de un crédito se hacía innecesaria, pero según Rivadavia, el crédito era útil para insertar el país en el mundo. El millón de libras se redujo a 850.000 y en el camino se le restaron otras 350 mil, es decir, realmente Buenos Aires sólo recibió la mitad del crédito pedido, reducido por otros pagos a 150 mil libras (este crédito término de pagarse en millones de libras a comienzo del siglo XX).
En 1825 se firmó el Tratado de Amistad entre Inglaterra y Argentina: el tirano Juan Manuel de Rosas quiso pagar la deuda, pero sus consejeros lo disuadieron; en 1850, la deuda inicial de un millón ya llegaba a 14 millones. Se pidió otro crédito, que aumentó la deuda a 48 millones. Se suponía que el dinero del préstamo sería empleado en el financiamiento de obras públicas, además de la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay. El Presidente, Domingo Faustino Sarmiento, aumentó la deuda con un crédito más (dejando apenas una ínfima parte para educación); los Presidentes Avellaneda y Peregrini continuaron por ese mismo camino de endeudar al país.
Dos veces durante el siglo XIX Argentina se declaró en cesación de pago, pero no fue óbice para pagar los intereses de las deudas anteriores. Inglaterra, a estas alturas, ya sabía que no se le pagaría nunca el monto de la deuda contraída, pero le importaba que siguiera pagando los intereses, (a estas alturas ya ascendía a cifras siderales).
En el siglo XX Inglaterra fue reemplazada por Estados Unidos como acreedor. Hasta fines de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos respetó la primacía del imperio británico como “usurero” principal, pero a partir del triunfo aliado los créditos a Argentina pasaron definitivamente al otro imperio, el norteamericano, a través del FMI y del Banco Mundial.
Los únicos Presidentes que no solicitaron créditos, ni a Inglaterra, ni a Estados Unidos, fueron los gobiernos progresistas: el “Peludo” Irigoyen, Juan Domingo Perón, Héctor Cámpora, Arturo Ilía y, finalmente, Néstor Kirchner, que durante su gobierno pagó el total de la deuda al FMI. Estos gobiernos coinciden con una importante inversión social y en obras públicas.
A partir de la creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial la deuda argentina empezó a crecer exponencialmente. Derrocado Juan Domingo Perón, los militares golpistas de la llamada “revolución nacional”, recomenzaron a endeudar al país: Aramburo pidió un crédito al FMI; posteriormente, Arturo Frondizi aumentó la deuda. Una vez derrocada Isabel Perón, el FMI abrió su “caja fuerte” sin límites a las dictaduras militares, y el ministro de Hacienda, Martínez de la Hoz, se endeudó sin límites, acrecentando la deuda de Argentina a 100 mil millones de dólares. Además, la deuda de los privados – empresas, bancos y personas – se mezclaba con las del Estado, y sus intereses eran pagados por el fisco.
Caída la última dictadura se esperaba que el gobierno de Raúl Alfonsín declarara una estafa la deuda contraída por la dictadura, sin embargo, sucedió lo contrario: cuando la inflación se salió de sus manos y los militares amenazaron la débil democracia pos dictadura, Alfonsín se vio forzado a recurrir al crédito.
Los argentinos estaban convencidos de que Carlos Saúl Menem iba a seguir el camino de su líder, Juan Domingo Perón, ¡pero cuán lejos estaban de la realidad! Endeudó al país como nunca en la historia, a través del FMI, aplicando exageradamente las “recomendaciones del FMI, duplicando así la deuda. En cada presupuesto el ítem primero era el pago de la deuda, y no hacerlo era enviar a Argentina al infierno del aislamiento internacional.
Domingo Felipe Cavallo, ministro de Hacienda del gobierno de Menem, decretó que el peso valía igual que el dólar. Los argentinos vivían en jauja, (como corresponde al país del domicilio de Dios), con los ricos cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres.
En el paraíso neoliberal, a diferencia del populista, (de Perón, Vargas, los socialistas del siglo XXI…), se trata de que los empresarios sean los protagonistas, mientras que los pobres sean invisibles, (el ideal sería encontrar una fórmula que los hiciera desaparecer para siempre de la faz de la tierra y gozaran del paraíso eterno).
La política de Menem consistía en que no se vieran las villas-miserias – como ocurría con Augusto Pinochet respecto a las poblaciones callampas -, y los turistas que llegaban al “París de América Latina”, jamás se enterarían de las “cabecitas negras”, los villeros.
Fernando de la Rúa aumentó aun más la dependencia del FMI y nombró a Felipe Cavallo, nuevamente, para mantener la política de “un dólar, un peso”, y como los dólares un buen día se acabaron, vino el “corralito”, y en diciembre de 2001, la huida de De la Rúa, en helicóptero.
Los Presidentes que le sucedieron duraban apenas semanas – De la Puerta, Rodríguez Saá, Duhalde… – hasta que finalmente llegó Néstor Kirchner, quien ganó gracias al retiro de Menem en la segunda vuelta, pero con una ínfima votación, pues entre otros detalles, nadie conocía a los “pingüinos”, no los tocaba la consigna de “que se vayan todos”.
El gobernador de San Luis, Rodríguez Saá, declaró la cesación de pagos, pero después lo enviaron a la casa – hoy es senador por San Luis.
Durante el gobierno de los “Pinguinos” ya Argentina no tenía ningún crédito internacional, sin embargo, Kirchner terminó con la deuda que habían contraído los anteriores gobiernos con el FMI. Parecía que Argentina se liberaría de esta peste que la había perseguido durante toda su historia, pero nadie puede de la deuda perpetua.
Mauricio Macri ganó con la promesa de eliminar la pobreza, pero en vez disminuirla, la aumentó, y ahora llega a un 35%, según estadísticas de la Universidad Católica Argentina.
El ideal de los países de ingreso medio, menos de 20 mil dólares per cápita, es la existencia de una clase media que no tenga el peligro de volver a la pobreza. En Argentina, las capas medias prácticamente desaparecieron debido a la política de Macri de multiplicar por dos o por tres el precio de los servicios y, además, de mantener una inflación del 45%. En un solo mes, enero 2019, creció un 2,7%, es decir, la inflación de Chile durante todo un año.
La tasa de interés de las Letras del Banco Central Argentino es de un 60%, inaccesible a cualquier PYME, pero muy útil para el especulador, que cada mes recibe un 60% de su capital invertido.
La deuda argentina alcanza al 80% del PIB, es decir, al gobierno le queda sólo un 20% para educación, salud, vivienda, infraestructura… Además, Argentina está en recesión con un 2,5% de caída del PIB, y el riesgo país es 800 puntos porcentuales. El peso respecto al dólar ha perdido un 57%. En toda historia argentina ha habido una recesión cada tres años, que se suma a las continuas recesiones de pago.
El gobierno de Mauricio Macri técnicamente está en cesación de pago: no cuenta con un solo dólar para pagar la deuda y, por otra parte, las reservas se han empleado para mantener el precio de la moneda norteamericana.
Actualmente, el FMI se ha propuesto salvar el gobierno de Macri, hasta las elecciones presidenciales de octubre del presente año, por medio de la entrega de un crédito de 50 mil millones de dólares. De cumplir las condiciones impuestas por este organismo, se le entregarían 11 mil millones de dólares a comienzos del mes de marzo, bajo condición de mantener la flotación del dólar; llegar a un déficit primario de 0%, es decir, sólo se descuenta para calcular los intereses de la deuda.
Llamar democracia a la Argentina de “la eterna deuda” es un insulto, pero, desgraciadamente, a los ciudadanos sólo les resta dos alternativas: o abstenerse de concurrir a las urnas o bien, a votar por un Presidente corrupto que, seguramente, declararía un default definitivo, pues hasta el FMI lo dejaría botado, como lo hizo con De la Rúa. Lo placentero de la deuda eterna y del default es el poder de la ciudadanía de gritar “que se vayan todos” y, finalmente, no tocarles una uña a los políticos corruptos.
Los argentinos de hoy carecen del coraje de los antiguos pueblos franceses e ingleses, que no sólo cortaban la cabeza a los reyes, sino también instalaban la guillotina – en Francia – en contra de los aristócratas.
Déjanos tu comentario: