
CUÁL PROSPERIDAD ES LA QUE BUSCAMOS
Hace algunos días atrás, Jacinda Ardern, Primera Ministra de Nueva Zelandia se refirió, con preocupación, al avance de las amenazas que se ciernen sobre los valores e instituciones de la democracia.
Frente a la respuesta fácil del miedo y la permanente búsqueda de culpables, la Primera Ministra Ardern nos invita a explorar la posibilidad de una respuesta diferente. Su llamado es a no volcarnos hacia adentro, encerrándonos como micro sociedades o comunidades aisladas, sino que a optar por dedicar nuestros esfuerzos a mejorar y fortalecer aquellas instituciones que nos han ayudado a resolver conjuntamente los conflictos internacionales y a proteger la paz global. En lugar de implementar medidas de austeridad, que tienden a aumentar las diferencias entre pobres y ricos, nos hace un llamado a optar por ofrecer un apoyo real, significativo y profundo, más allá de lo meramente económico, a aquellos que se encuentran en el fondo de la escala. En lugar de destruir lo que funciona en nuestra sociedad, nos hace un llamado a examinar el modelo para cambiarlo en aquellas áreas en que las políticas públicas han demostrado su ineficacia para atender los desafíos que nos presenta el actual sistema económico.
Parte fundamental de la invitación planteada por Jacinda Ardern es un llamado a “revisar nuestra idea de lo que la prosperidad realmente es; porque, si un país ha estado creciendo económicamente en los últimos 30 años, pero un porcentaje importante de su población no ha visto los beneficios de este crecimiento, ¿puede esto llamarse avance? Si un país tiene un PIB relativamente alto, pero es negligente en aquellos temas que debieran importarnos, como la salud de los niños o la existencia de vivienda y condiciones de vida apropiadas ¿puede ser realmente considerado como un país que progresa?”
La prosperidad puede ser entendida de diferentes maneras. Sin embargo, su más común acepción, cuando se refiere al bienestar de un país, tiene relación con lo material. Normalmente, cuando los gobiernos y las instituciones económicas tradicionales se refieren a un país próspero, lo hacen en relación al crecimiento económico; al progreso sustancial que experimenta la economía de un país y a la capacidad de la población para acceder a bienes materiales. En este contexto, el Producto Interno Bruto (PIB) y el Producto Nacional Bruto (PNB) son considerados como las medidas por excelencia para evaluar el grado de bienestar material de una sociedad; y los gobiernos, fundamentarán parte importante de su éxito o fracaso, en la habilidad técnica que exhiban sus equipos para manejar de manera satisfactoria el PIB y PNB y los diferentes factores económicos que inciden en ellos.
La primera Ministra Ardern nos llama justamente a revisar esta idea de prosperidad, que se aleja en muchos casos de lo que sectores importantes de la ciudadanía experimentan día a día.
La prosperidad a la que debiéramos aspirar es un concepto definitivamente más complejo, que trasciende el mero bienestar material. Catherine Ponder señaló en su libro “Las Dinámicas Leyes de la Prosperidad”, que el grado de prosperidad de una persona está determinado por el nivel que esta experimenta en paz, salud y plenitud en el mundo. Gandhi a su vez definió la prosperidad como “la salud, que es realmente bienestar y no sólo pedazos de plata y oro”.
Amartya Sen, Premio Nobel de Economía, señala que el éxito de una sociedad debiera ser evaluado por los niveles de libertad de la que gozan los miembros de esta sociedad. Según Sen, la potencialidad de desarrollo y prosperidad de un país está dada por su capacidad de remover las fuerzas que restringen la libertad de las personas, entendiéndose estas como la pobreza, todo tipo de discriminación y desigualdad, la exclusión social sistemática, la intolerancia, la falta de oportunidades, la negligencia en la gestión pública y el autoritarismo.
La diferencia entre medir el desarrollo y prosperidad de una sociedad concentrándose únicamente en la riqueza y bienestar material o hacerlo mirando la plenitud con que se vive, es una importante cuestión a la hora de conceptualizar la prosperidad que buscamos.
Aristóteles señaló “la riqueza no es, desde luego, el bien que buscamos, pues no es más que un instrumento para conseguir algún otro fin”; y este otro fin, de acuerdo a la visión de prosperidad propuesta por Ardern, Sen, Ponder y Gandhi, tiene más que ver con el concepto de calidad y libertades fundamentales con las que una persona vive su vida y menos con los meros recursos materiales o la renta que una persona posee.
El Índice de Prosperidad desarrollado por el Instituto Legatum, sin ser perfecto, nos ofrece una herramienta interesante para evaluar el grado de prosperidad de un país, usando para ello un criterio menos tradicional y más cercano a lo planteado por Ardern. Este índice pretende cambiar el enfoque de la discusión, moviendo el eje desde “cuanto tenemos” a “en quienes nos estamos transformando”, concentrando la evaluación no sólo en el progreso material, sino que también en el bienestar social. Para lo anterior, el índice mencionado considera la calidad de la economía, el ambiente de negocios, la gobernanza pública, las libertades personales, el capital social, la seguridad, la educación, la salud y el medio ambiente, en 149 países. Los resultados del 2018 posicionan a Chile en el lugar 38 (cinco puestos más atrás que en el 2017), siendo las áreas con una evaluación más baja las de medio ambiente (calidad, presiones y esfuerzos de protección del medio ambiente), gobernanza pública (estado de derecho, integridad y funcionamiento del gobierno y participación política) y libertades personales (avances en el respeto a derechos legales básicos, reconocimiento a libertades personales y grado de tolerancia social).
Si bien los resultados anteriores sitúan a nuestro país en el cuartil superior de los países evaluados, la tendencia a la baja experimentada en el último año y la naturaleza de los criterios que recibieron la peor evaluación, reafirman la necesidad de preguntarnos cuál prosperidad es la que realmente buscamos como país, qué hacen nuestros políticos y gobierno para progresar en este objetivo, y cuál es nuestra responsabilidad como ciudadanos para coadyuvar en avanzar en este camino.
El tipo de prosperidad que realmente buscamos, no depende del modelo, depende de cada uno de nosotros.
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