Editorial. A medio camino, entre la violencia y la corrupción
La vida de los seres humanos en sociedad está sujeta a una serie compleja de normas cuyos alcances han ido evolucionando a través del tiempo. Estas normas nos orientan en cuanto a los comportamientos que debemos tener frente a nuestra pareja, a nuestros hijos y padres, a los miembros de la comunidad con los cuales convivimos, al medio ambiente que nos vivifica y sustenta e incluso ante el cuidado y protección de nosotros mismos.
En una sociedad contemporánea que se ha ido degradando paulatinamente en cuanto a ciertos valores sociales básicos, ya no sorprende la actitud de quienes reducen la violencia a la agresión física y tienden a simplificar el análisis de las conductas individuales y grupales a escuetos “me gusta” o “no me gusta” en las múltiples expresiones de las redes sociales.
La vida de las naciones (incluida la de Chile, por supuesto) desarrolla secuencialmente e institucionaliza diversos agentes socializadores (incluso se habla de “agentes moralizadores») que van incrementando el avance civilizatorio. La familia, la escuela, la iglesia, las instituciones sociales y económicas, los medios de comunicación, las entidades políticas, y, por último pero no por eso menos importante, el Estado, tienen responsabilidades a este respecto que están obligados a asumir y cumplir.
La violencia ha dejado de ser un tema sociológico o moral para transformarse ahora en un arma política. Cuando se considera lícito el abuso de poder, el sometimiento y la imposición, cuando humillar, oprimir y degradar a otros seres humanos se justifica simplemente porque se tiene la fuerza en las manos, estamos en el peor de los caminos. La dictadura, con sus servicios secretos, sus crímenes, torturas y desapariciones, llevó incluso a sus “cómplices pasivos” a explicar todo, cínicamente, “por el contexto de los hechos”. ¡Qué mejor lección que esa para entender la opción que muchos han elegido ahora!
La violencia es un fenómeno multifactorial y el primer paso para su erradicación está en la capacidad de la sociedad para entender sus causas partiendo por empatizar con las víctimas y por tener la voluntad y el coraje necesarios para darles justicia.
Pero, si en la sociedad el abuso, abierto o subrepticio, se ha hecho costumbre y la impunidad respecto de las conductas de ciertas pseudo elites campea por doquier, se están corrompiendo los cimientos mismos de una vida en común civilizada.
En nuestro país, el libertinaje económico ha hecho pan de cada día el engaño, la colusión, el fraude, el irrespeto a las normas legales, y el ciudadano mira atónito como sus autores se pasean desvergonzadamente y son presentados por los medios como personajes respetables. Un ejemplo para tener presente y no olvidar nunca, se tiene en el caso del financiamiento ilegal de la política en que grandes empresas, capitaneadas por SQM, incurrieron en graves inconductas y, al igual que treinta y cuatro políticos o funcionarios, terminan sin castigo simplemente porque el Servicio de Impuestos Internos decidió no interponer las querellas requeridas por la ley. Y hoy, desvergonzadamente, pretenden postularse a cargos parlamentarios. Todo esto, nos enseña que violencia y corrupción tienen un innegable parentesco.
Si nuestra sociedad pretende manejar su futuro en base a ciertos principios que eliminen la violencia y la corrupción, es bueno que sus ciudadanos estén atentos a este tipo de problemas y encaren a los violentos y a los corruptos con decisión.
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