
EDITORIAL. Desenmascarando la violencia
Aunque no nos guste reconocerlo, nuestro país vive y respira en un ambiente de extrema violencia y agresividad. Lo fácil es echarle la culpa a otros, en una actitud que claramente refleja cinismo y cobardía moral. Es cómodo atribuir las responsabilidades a los pobres, a la gente que no es como uno, a los inmigrantes que han invadido nuestras calles y que usan nuestras escuelas y centros de salud, etcétera, etcétera, para así lavarnos las manos y poder dormir tranquilos sin cargo alguno de conciencia.
La violencia, con su carga de odiosidad y resentimiento, ya sea que se manifieste en su forma más burda y visible como lo es el ataque físico o se exprese mediante el atropello sibilino e hipócrita que constituye el abuso en situaciones de poder, es un hecho, más bien dicho una forma de conducta que envenena el alma de una sociedad.
La verdad es que la violencia ha estado siempre presente en todos los grupos humanos y en todos los tiempos, pero, en la medida en que la vida en común ha experimentado avances civilizatorios, las conductas agresivas se han morigerado a la vez que se han ido generando sistemas jurídicos e institucionales que las han calificado como ilícitas y sancionables.
Fanatismos religiosos, políticos, raciales, han dejado marcada su impronta en la vida de la humanidad. En buenas cuentas ¿qué diferencias sustantivas podemos encontrar entre los torquemadas de la Santa Inquisición, los crímenes masivos del nazismo y del estalinismo, las matanzas de Camboya y el genocidio de los pueblos aborígenes de América, África y Oceanía?
En la época actual, pareciera haberse alcanzado un consenso mínimo en cuanto a entregar al Estado democrático la facultad exclusiva y excluyente de ejercer, monopólicamente, una cierta violencia legítima, sujeta a procedimientos reglados y conocidos por la ciudadanía, para reprimir delitos y conductas ilícitas, que afectan la vida de la comunidad. Los principios fundamentales en que se asienta el derecho penal liberal, constituyen, al menos formalmente, una garantía de los derechos fundamentales de las personas.
Sin embargo, si queremos apreciar objetivamente la realidad, podemos constatar que los sentimientos larvados de violencia afloran frecuentemente en todos los ámbitos de la vida común. Lo fácil es atribuir dichas situaciones a la delincuencia como si fuera esta una categoría social rígida y específica. Lo difícil es reconocer que el ámbito en que se desarrollan tales inconductas, está permeando todos los sectores sociales, económicos y políticos.
Un rápido inventario de los últimos días, refleja a cabalidad lo que estamos viviendo. Un empresario que abusa sexualmente de niñas de corta edad, una manada de adolescentes “de buena familia” que usando medios tecnológicos de última generación abusa de sus propias compañeras de colegio, un Subsecretario del Interior que viola a una subordinada, un futbolista que asimismo es imputado como autor de un doble delito de violación, una turba vecinal que persigue a un presunto ladrón y lo asesina haciendo justicia por mano propia, los innumerables casos de feminicidios, son casos que deben preocuparnos profundamente y conmover la conciencia colectiva.
Mas, eso no es todo.
Existe una “cultura ambiente” (en el sentido más amplio de la expresión) que constituye el caldo de cultivo de estas manifestaciones y que torpemente propicia su mantención y desarrollo, difundiéndolas con placer, justificándolas expresa o tácitamente. Informativos televisivos que se refocilan en la multiplicación hasta el cansancio del material disponible de esta naturaleza, seudo programas “de debate político” que no son sino sitios de intercambio de injurias y ofensas, parlamentarios mediocres y desconocidos que pretenden alcanzar su minuto de fama formulando una cuña que escandalice, aunque no tenga razón ni sentido alguno, son casos ejemplares en esta materia.
Preocupante, sin duda, es el caso del decano de la prensa nacional. El Mercurio tiene una doble vida que no deja de llamar la atención. El diario – papel mantiene la formalidad que le ha sido tradicional, bien presentado, bien escrito, de buen léxico y defensor de las buenas costumbres. El diario digital Emol (El Mercurio On Line), tras una simplificada presentación de las informaciones, sustenta un generoso espacio de “comentarios” plagado de groserías, ofensas, injurias, expresiones de racismo, discriminación, sexismo, que lo constituyen, sin duda en el peor reservorio del periodismo nacional.
Las redes sociales, por su lado, cumplen un papel no menor al exacerbar este clima tan nefasto. La radicalización de posiciones deteriora las relaciones interpersonales e intergrupales y nos conduce por vías absolutamente inadecuadas para abordar nuestros problemas.
Mis felicitaciones al Equipo de La Ventana Ciudadana por informarnos la triste realidad chilena actual con respecto a la violencia asesina que se está viviendo en nuestro país, cosa que el resto de los periódicos ni lo mencionan, por estar controlados por millonarios que no les interesa presentar esta realidad.
Hoy, Chile está dentro de los 13 países con mayor violencia en el mundo, con 503 asesinatos cada año usando armas de fuego, lo que demuestra que Chile dejó de ser el mejor país en América Latina. Claro, el país que está en Primer Lugar en el mundo con esta violencia mortal de cada año, es Los Estados Unidos de Norteamérica, con 37.040 asesinatos anuales, segón lo demuestra el Reporte otorgado por la organización BRADY unido contra la violencia con armas de fuego, y Chile está en el Séptimo lugar, dentro de los 13 países más violentos.