
Editorial. El traje nuevo.
Las cuatro semanas que el país tiene por delante coparán la atención de una ciudadanía llamada a pronunciarse frente a un dilema que comprometerá nuestro destino como país por muchos años y, a lo mejor, por muchas décadas.
Hay ciertos elementos que hoy están presentes, que se deben tener en debida cuenta para un análisis correcto de la situación y la correspondiente adopción de definiciones cruciales
El “plebiscito de salida”, programado para el próximo 4 de septiembre, convoca a una masa de electores superior a los 15.000.000 de personas, cifra inédita para Chile, y, además, restablece la obligatoriedad del voto torpemente suprimida hace algunos años. Sin embargo, todos los analistas coinciden en precisar que la cifra de partícipes reales en el evento cívico, llegará solo a un 75% para los optimistas y a un 56% para los pesimistas. Todo, hasta ahora, parece indicar que el recordatorio del SERVEL relativo a la eventual aplicación de las multas vigentes por incumplimiento de este deber cívico, no alterará sustantivamente estos vaticinios.
El otro dato grueso a tener cuenta, tiene que ver con el resultado del “plebiscito de entrada”, cuyo recuento final arrojó un 79,8% de apoyo a la opción favorable a una nueva Constitución, reduciendo a una mínima e inesperada cifra a los partidarios de la mantención del statu quo.
Al elegirse los integrantes de la Convención Constitucional, este organismo (cuya legitimidad democrática no puede desconocerse) quedó integrado, gracias al sistema, de una manera que no puede considerarse como muy representativa de la sociedad chilena. Además, los procedimientos adoptados para la realización de su tarea impidieron un trabajo mancomunado abriendo espacios a anécdotas, desencuentros y confrontaciones en que con frecuencia predominaron las pasiones partisanas por sobre la racionalidad, la sensatez y el interés común.
Lo dicho configura un cuadro preocupante que, más allá de cual sea el resultado final de septiembre, nos lleva a enfrentar una alternativa que no es satisfactoria para nadie. El triunfo del “rechazo” implicaría una apreciación negativa de la forma en que se cumplió la tarea constituyente y una vuelta atrás que no responde a lo que el país quiere y necesita. La victoria del “apruebo”, por su lado, y en esto creemos que no hay dos lecturas, no significaría rubricar sin condiciones un texto en que se conjugan un montón de cosas buenas con múltiples definiciones que responden más a ideologismos de grupo que a vías operativas que conduzcan a un mejor país.
Como siempre sucede en los hechos de la vida de una comunidad, ninguna solución es gratis y, por lo tanto, cada opción tiene costos, generará desafíos y conflictos y es ilusorio pensar siquiera el día después Chile se encarrilará en un clima de normalidad.
El creciente compromiso del gobierno con la opción del “apruebo” significa que la autoridad política determinó asumir los riesgos de esa conducta en el entendido de que le es posible realinear en su torno la votación alcanzada en la segunda vuelta presidencial y que llevó a Boric a la presidencia. Este planteamiento adolece de dos dificultades: una, no entender (al igual que Piñera) que gran parte de esos votantes corresponden a ciudadanos que lo vieron como un mal menor frente a la candidatura de extrema derecha; otra, que un resultado negativo comprometería el destino del gobierno mismo.
El texto sometido a la consideración ciudadana, tiene una carencia significativa de elementos que le den un marco doctrinario y ético que exprese y busque configurar el tipo de sociedad que queremos, y a través del cual podamos leer e interpretar cada una de sus disposiciones. La pobreza de su preámbulo (nacida de la incapacidad de los convencionales para llegar a acuerdos amplios e inclusivos en esta materia) es patética, habiéndose podido llegar perfectamente a convenir un sustrato sobre cuyos principios se asiente nuestra vida.
En suma, nuestra responsabilidad presente está en informarnos como es nuestro deber y en apreciar en forma adecuada las consecuencias que puedan emanar de nuestras decisiones, estando abiertos a imponer las correcciones indispensables que los tiempos nos exigirán. .
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