«No podemos resolver la crisis climática sin cambiar nuestra relación con la naturaleza y con nosotros mismos.»

Naomi Klein.

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EDITORIAL. Las victorias transitorias.

Equipo laventanaciudadana.cl

Periodismo ciudadano.

En los regímenes auténticamente democráticos, toda victoria es transitoria. Ello, por una razón muy simple: quienes han logrado llegar al poder gracias al apoyo de la ciudadanía, se ven muy pronto sometidos al juicio de los mismos que votaron por los triunfadores, y que se ilusionaron con promesas que van siempre más allá de lo posible, lo que obliga a estos a mantener un proceso de permanente pedagogía política para hacer sustentables en el tiempo las esperanzas que alimentan las aspiraciones concretas de una comunidad.

Pretender que con un triunfo electoral se ha clavado la rueda de la fortuna para siempre, no solo es una necedad manifiesta sino también una patológica incomprensión de la realidad.

Una rápida mirada a la realidad nos permite constatar que todos los gobiernos, del Norte y del Sur, de Oriente y Occidente, de izquierda y de derecha, que han querido perpetuarse en el poder se han salido del molde tradicional de las democracias liberales, caracterizado por el pluripartidismo, la alternancia en el poder, y el respeto a las libertades y a los derechos humanos, para transformarse en engendros dictatoriales de nunca acabar.

Los países, sin excepción, están expuestos a este riesgo, el que se concreta en la medida en que sus ciudadanos carecen de la adecuada formación cívica y se dejan manipular por grupos de interés y medios de comunicación social, formales o informales, que están a su servicio.

Nuestro Chile no es ajeno a esa realidad.

Tras ser considerado, junto a Costa Rica y Uruguay, como una de las democracias más sólidas de América Latina, los diecisiete años de dictadura destruyeron su ethos esencial, degradándolo hacia el individualismo, hacia la pérdida de los valores sociales y comunitarios, y, peor aún, haciéndonos creer que la única forma de abordar los problemas es a través de la violencia.

No se necesita ser muy perspicaz para comprender que estamos viviendo una etapa particularmente crítica, para salir de la cual se necesita un gran esfuerzo colectivo en que cada uno asuma personalmente su cuota de responsabilidad.

Hubo un momento de nuestra historia presente en que estuvimos convencidos de la necesidad de darnos un nuevo orden jurídico, social y económico que asegurara mayores niveles de justicia, dignidad y equidad, y una institucionalidad que hiciera posible concretar las aspiraciones mínimas de la gente.

Sin embargo, no fuimos capaces, por nosotros mismos y por nuestros representantes, de actuar conforme a la razón y al respeto mutuo que nos debemos como connacionales. La Convención Constitucional acumuló una suma de inepcias que logró opacar y anular los avances positivos propuestos y nos condujo fatalmente al fracaso.

Ahora, la situación vuelve a repetirse aunque con distintos actores. Quienes criticaron con vehemencia el intento anterior, cuestionando su exacerbado ideologismo, sus pretensiones refundacionales, la conjugación de intereses de grupos identitarios, todo ello con la pérdida del sentido del bien común, no tardaron mucho en seguir la misma senda que sus antecesores buscando hacer retroceder el reloj de la historia hacia rangos y niveles ya largamente superados.

Los indicadores que miden la gestión de los nuevos grupos dominantes, no son auspiciosos. Todo parece indicar que predomina en el seno de la ciudadanía un sentimiento proclive a la reprobación de la conducta hegemónica y partisana de quienes se creen ahora poseedores de la verdad y que, por lo tanto, están dispuestos a imponerla a sangre y fuego.

El eventual rechazo significará no solo la constatación del tiempo y los recursos perdidos sino un decepcionante nuevo fiasco de consecuencias imprevisibles. También debe considerarse la posibilidad de la aprobación del proyecto de nueva Constitución por un muy estrecho margen, circunstancia que mantendría el perenne cuestionamiento a un nuevo orden institucional con su deriva de incertidumbre constante.

En verdad, nuestro país no se merece todo esto.

Menos, aún, los sectores más vulnerables de nuestra sociedad que ilusamente sueñan con una realidad un poco mejor.

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