«El mayor problema ecológico es la ilusión de que estamos separados de la naturaleza.»

Alan Watts.

Actualmente nos leen en: Francia, Italia, España, Canadá, E.E.U.U., Argentina, Brasil, Colombia, Perú, México, Ecuador, Uruguay, Bolivia y Chile.

¿PODER?

Rodrigo Pulgar Castro

Doctor en Filosofía. Académico U. De Concepción.

No es una pregunta banal lo del poder y su significado. Es legítimo preguntar si el interés y la preocupación es sobre la genuina acción política llevada por quienes hacen de ella su actividad principal. Acepto, de paso, que no toda persona tiene interés en lo político. El punto es que, en el campo de la construcción de derechos, si no se participa –abstención en ir a sufragar, por ejemplo– ocurre a menudo que triunfa quién sueña la realidad y la piensa diferente a como uno la sueña y piensa. De hecho, no ser parte del proceso es una ingenuidad, torpeza mayor incluso, pues supone renunciar a lo irrenunciable si se trata de la vida en común que tiene relación con la defensa de lo individual, vale decir: resulta absurdo negarse al ejercicio de una cuota de poder que, por muy marginal que se observe en el concierto general, aun así, significa el reconocerse a sí mismo como responsable por el bien común y propio. 

Terrible palabra aquella del poder que, paradojas propias de un concepto abierto, encierra en su núcleo de sentido el no estar autorizado a hacerlo todo, sino solo aquello que cabe en la esfera de las atribuciones; atribuciones respecto de derechos y deberes que nacen de contratos y reglas que nos comprometemos a cumplir. Y ahí el asunto: el poder tiene el límite de lo posible ético como legal, y de esto hay olvido por ¿torpeza o pragmatismo?

Una de las explicaciones para que ocurra este olvido, es que resulta más atractivo sumar apoyos que la verdad misma de los hechos si del poder se trata –si no lo tengo lo persigo, y si lo tengo mi motivo es mantenerlo–. Y esto si bien no es nuevo, adquiere ribetes de escándalo al usar de los medios digitales para transportar mensajes carentes de base de prueba. Así, mucho pasa del campo de la imagen que gana publicidad a medida que aumentan sus receptores y lo ingresan al territorio de lo considerado como legitimante propio; se trata de un proceso de apropiación que tiene el resultado de ser reconocido por una cantidad no menor de personas que, por acción concreta, ven en lo publicado valor de verdad o, al menos, lo acepta como verosímil y, en no pocos casos, con eso basta para condenar o aprobar sin prueba. Es inevitable que esta línea de construcción del sentido de realidad, termine por influir en el modo como se interpreta el núcleo cercano o tribal, contaminando por efecto las micro relaciones, también, por cierto, las relaciones en la estructura social y política. De este fenómeno somos responsables, puesto que no siempre aplicamos rigurosidad en la lectura de los mensajes; existe, torpeza sería negarlo, cierta flojera intelectual que implica no hacer esfuerzo mínimo alguno para averiguar fuentes a fin de evaluar si hay certeza en los mensajes que a diario y profusamente circulan en las redes sociales.

Así es fácil o relativamente fácil ganar elecciones y hacerse del poder y, ¿el costo? Fracaso a la vuelta de la esquina. A poco andar la historia pasa la cuenta; luego, por efecto, se vuelve a tensar el ambiente con un hilo que no es necesariamente nuevo, simplemente de otro color. Sabiéndolo, volvemos a la misma cuerda o, mejor, a la red que teje complicidades conscientes como inconscientes para, es su propósito, conquistar el poder. ¿Cómo es posible tal cuestión? Quizá obedezca a sostener que ser social es igual a ser político, hecho que da pie a manipulaciones. Pero no es así, ser social es una condición natural por razones de sobrevivencia individual; en cambio lo político tiene otros componentes como son palabra y acción. Palabra para persuadir (lograr sumar a favor de una idea) y acción para consolidar por intervención efectiva en el espacio tanto privado como social una posición de dominio. En otros términos, lo político articula la cuestión social y tiene su propia lógica, su propia necesidad de supervivencia que, en ocasiones, sacrifica la ética.

Algo suena mal en todo, o algo derechamente huele mal. Lo que soñamos o soñábamos, era un camino para dinámicamente construir espacios comunes de bien, pero esto se fue perdiendo por la publicidad de acciones de sujetos individuales o colectivos que cambian el rumbo de los relatos sobre el significado del bien.  Éste, el bien social que habla de igualdad de derechos, se oscurece en la maraña de relatos que circulan en las redes por el mero hecho de intentar cazar votos, lo cual suele suceder a favor de quienes así gestionan sus acciones, y resulta así porque entienden perfectamente sus actores que la suma de apoyos, en la era de la imagen y palabra fugaz, no se logra con racionalidad, sino con pura emoción. Ahí se confunde por querer intencional, la esfera de lo privado en lo público para acabar siendo una misma cuestión: lo social fundido en lo político y lo político en lo social.

Fuente de imagen:

https://www.bbc.com/mundo/noticias-56144392

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