Un laberinto enredado
El estallido social que reventó el pasado 18 de octubre y cuyas consecuencias y esquirlas permanecían vigentes hasta cien días después, conmovió las estructuras de la sociedad chilena. De la noche a la mañana, se reconoció que este ejemplar oasis de paz estaba construido no sobre la roca firme de una comunidad equilibrada y respetuosa de los derechos de las personas, de todas las personas, sino sobre la arenisca de una serie interminable de injusticias y abusos.
La clase política no daba crédito a lo que estaba viviendo ya que hasta entonces continuaba ensimismada, encerrada en su mundo de papel y de pequeños y grandes privilegios que la alejaban de la realidad social procurando abastecer a los ciudadanos electores con complejas y a veces incomprensibles medidas legislativas que nunca abordaron en profundidad los problemas reales del país.
Por su lado, el poderoso empresariado nacional, que gira alrededor de las 12 grandes familias y cuyo campo de control de la economía no va más allá de 200 grupos, ebrio de dinero, de influencias en la política y en los medios de comunicación, de pronto descubrió que todo lo que se veía brillar no era más que el oropel del consumismo alimentado no por una elevación de los ingresos del mundo del trabajo sino por el endeudamiento generalizado de las grandes mayorías.
En el período hubo pánico ante un panorama que se les arrancaba de las manos y que anunciaba un largo período de inestabilidad y conflictos.
Los señores políticos de todos los sectores rápidamente lograron un acuerdo en torno a la institucionalidad constitucional, acuerdo que poco a poco se fue enredando en los aspectos formales y procedimentales pero que nunca llegó a puerto ni siquiera en cuanto a identificar los principales problemas que era necesario resolver.
Por su parte, en el frente del poder real y efectivo (que se expresa en los dueños del gran capital productivo, financiero, especulativo) surgió un terror que lo llevó a formular una serie de propuestas de equidad social y económica. El tiempo se encargaría de demostrar que su disposición de ánimo era más aparente que real y que su voluntad de cambios era simplemente cosmética destinada a consolidar un modelo al que no se estaba dispuesto a renunciar.
Cuando la crisis estaba viva y se esperaba un recrudecimiento de la agitación callejera a partir del mes de marzo, el estallido social fue contenido por la pandemia pero los problemas sustantivos han seguido dónde mismo. Es claro que no ha habido de parte del Gobierno y los sectores que lo apoyan voluntad alguna de alterar ni siquiera parcialmente las aristas más provocadoras del modelo.
Post pandemia (y en este terreno estamos hablando de un día y de una época indeterminados que pueden llegar en meses o en años más tarde) en la pizarra estarán las mismas tareas de tiempos anteriores.
Un primer problema a resolver, tanto por su urgencia como por el solo hecho de que constituye la condición necesaria para el abordaje de las demandas impostergables de la sociedad, es el del orden público. En este plano hay indicios indiscutibles de que en las fuerzas dominantes prevalecerá la voluntad represiva, política que podrá contener parcialmente las manifestaciones pero que será incapaz de generar una estabilidad permanente de largo plazo. La contención democrática reclama la absoluta convicción ciudadana de que quienes ejercen el poder político lo estén haciendo en pro de los intereses mayoritarios de la población y no en pro de la defensa de grupos de interés que solo se mueven tras fines muy particulares y egoístas.
Solo una vez logrado un mínimo de racionalidad y paz social, se podrá elaborar una carta Gantt que exprese una estrategia política, económica y social a mediano y largo plazo para cuyo cumplimiento nos comprometamos a fondo todos como nación precisamente porque estamos convencidos de que este camino refleja el único camino de preservación de nuestro futuro.
Construir esa convicción y ese compromiso reclama liderazgos morales de envergadura – que por ahora no se vislumbran – que hay que construir colectivamente.
Tarea difícil, muy difícil, pero no imposible.
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