A falta de argumentos….
A esta altura de los tiempos, ya ha pasado a ser un lugar común, con un nivel de generalizada aceptación, la constatación de que ante cualquiera situación de conflicto y, a falta de argumentos, la parte que vislumbra su derrota en una discusión o cuestionamiento, antes que reconocer su derrota recurra a la agresión o a la injuria como forma burda de salir del atolladero en que se encuentra metida. Schopenauer, en un muy inteligente opúsculo (“El arte de ganar una discusión”) diseñó las diversas argucias y artimañas que pueden ser utilizadas en una confrontación para salir triunfante en un debate o asunto en disputa.
El gobierno venezolano se encuentra ante uno de esos contrapuntos, el que tiene especial gravedad porque supera los márgenes personales derivando hacia un problema internacional en que existen claros desencuentros entre los significados y alcances atribuidos a los términos “democracia” y “dictadura” (lo que va más allá de una cuestión puramente lingüística o académica) y, como esquirlas políticas, las consecuencias que la habilidad o torpeza pueden traer para el desarrollo de las fuerzas progresistas en América Latina.
Los comicios del 28 de julio en la nación caribeña tuvieron un resultado muy esperado: Antes de que se terminaran de contar los votos, el organismo oficial electoral proclamó la victoria del candidato a la reelección Nicolás Maduro. Pero, hubo un ”pero”: las fuerzas opositoras desconocieron esa información dando a conocer que disponían de copias de las actas de un 75% de las mesas y que en ellas constaba el triunfo del opositor Edmundo González. En consecuencia, emplazaron al chavismo gobernante a hacer públicas las actas en que se había fundado el “resultado oficial”. El gobierno ofreció entregarlas en 48 horas, luego en una semana y, más tarde, se excusó arguyendo que el sistema había sido hackeado desde Macedonia, sin que, hasta ahora, se conozcan tales documentos.
El descontento interno creció y, en el plano internacional, numerosos países del continente más la Unión Europea, insistieron en exigir la publicación de las actas y terminaron desconociendo el dato oficial. Países tremendamente incidentes en el concierto sudamericano, como Brasil, han cuestionado el triunfo de Maduro. Chile pasó, desde la exigencia de publicidad de las actas a la declaración tajante y categórica de su Presidente, precisando que nos encontramos ante “una dictadura que falsea elecciones”, que “reprime al que piensa distinto”, que “es indiferente ante el exilio más grande del mundo, solo comparable con el de Siria producto de una guerra”.
Lo dicho suscitó la airada reacción del canciller caribeño Yvan Gil, quien presume de ser el más letrado del equipo de Maduro: “Hoy Boric pasa a ser el hazmerreir del continente, el más sumiso peón norteamericano”, “Boric es una pieza comprada por los EE.UU., cobarde y arrastrado a intereses que nada tienen que ver con los anhelos de los pueblos de Nuestra América”, “cobarde y ridículo sirviente”…”¡Cuánta falta hace en Chile un Salvador Allende!”
Como se ve, Gil no es capaz de contraargumentar frente a las imputaciones que se le hacen a su régimen: ¿Fue limpio el proceso electoral? ¿Gozaron las fuerzas contrincantes de condiciones similares de equidad? ¿Es posible tener resultados oficiales cuando queda a lo menos un cuarto del electorado sin escrutar? ¿Es autónoma, independiente y libre la autoridad electoral del país? ¿Tiene competencia el Tribunal Supremo de Justicia para validar el escrutinio cuestionado sin haber visto y revisado las actas? ¿Y si el TSJ revisó las misteriosas actas, por qué no las ha hecho públicas? ¿Sabe Gil que Isabel Allende, hija del Presidente Allende, ha condenado el espurio proceso electoral venezolano?
Pero, más allá de lo dicho, el que está metido en un gran brete, es el PC chileno. La colectividad, tras su conciliábulo del sábado 23, entregó por boca de su del presidente Lautaro Carmona, una aguada declaración, sin gusto a nada. Primero, reafirma el pseudo – triunfo de Maduro; Segundo, cuestiona la “injerencia extranjera” en el proceso, olvidando que su partido aceptó una injerencia similar durante la prolongada dictadura de Pinochet; Tercero, elude explicar cuál es la diferencia conceptual que tienen al comparar una dictadura “de izquierda” con una de signo contrario, en buenas cuentas entre “perseguir” y “ser perseguido”?
Todo tiene su límite.
El Pe Ce, según palabras del propio Carmona, es el principal partido de la coalición gobernante en Chile. ¿Puede entenderse, entonces, que frente a la andanada de exabruptos y groserías de Gil, guarde medroso silencio, privilegiando su lealtad con las dictaduras que gozan de su simpatía por sobre su deber, moral y político, de fidelidad para con el gobierno del que forma parte?
Sin duda, muchos de sus compañeros, militantes y simpatizantes, están hastiados de sufrir estas “contradicciones vitales”. Muchos más de los que uno se imagina, ya no aceptan estas conductas propias de un dogmatismo regimentado y presionarán por abrir caminos distintos. Veremos qué sucede.
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