«El mayor problema ecológico es la ilusión de que estamos separados de la naturaleza.»

Alan Watts.

Actualmente nos leen en: Francia, Italia, España, Canadá, E.E.U.U., Argentina, Brasil, Colombia, Perú, México, Ecuador, Uruguay, Bolivia y Chile.

AGUANIEVE

FRAGMENTO [*]

1

Punta Arenas es una ciudad hermosa. En 1978 me recibió como a un hijo que se había perdido, sonriéndome en medio de la nieve. Y como una madre dispuesta a contestar mis preguntas y restañar mis heridas. Sospechaba que todo esto era aparentemente inútil. Que no tenía mucho sentido recorrer y oír los acordes o incoherencias del pasado.

Pero aquí estaba vagando solitariamente por las calles de mi ciudad. Sólo después comprendí la necesidad del deshielo. Miré las aguas del Estrecho y la inmensidad de sus olas. La sinfonía de su oleaje, como en la Séptima de Sibelius, una inmensa marejada que devastaría mis débiles cimientos.

Y hablo de la música porque ella ha sido una compañera desde que comenzó la transformación. Debo mencionar la omnipresencia de Brahms y su Concierto para Violín con su gran poder evocador en la construcción de mundos insospechados y remotos cuando se activan involuntariamente los recuerdos. Como sobrevolar una extensa llanura de infinitos árboles, plantas, aves y retazos y anfractuosidades que, como efigies y enigmas de la infancia y de todo lo pasado, bajo caparazones de hielo palpitan en la profundidad de nuestros corazones. Mi padre gritando en medio de la nieve, o instruyéndome a la orilla del mar de Caleta Banner, o mi madre cocinando en silencio, o las expresiones del rostro de Mónica la primera vez o de Carolina, o las excursiones en los bosques, pendientes y colinas tras las frutillas en PA. Todos universos pequeños que constituyen un multiverso de fragmentos conocidos y otros desconocidos u olvidados. Son los recuerdos que la música libera. Sueños encriptados en las profundidades de la infancia de calle Talca cuando escucho Nimrod, de Elgar y que desatan tristemente la pequeña prisión de Felipondio en esos largos atardeceres. O la súbita aparición de Mónica ante el piano en la fría tarde de un invierno interminable mientras teclea los acordes de la “Danza Eslava” 16, de Dvorak o al escuchar las “Canciones que me enseñó mi madre”. Nada nuevo, por cierto. Ya lo dijo Proust detalladamente a lo largo de su obra al reflexionar sobre la “Sonata de Vinteuil” y los recuerdos de Swann y de Marcel. Mucho, mucho después tendría el privilegio de vislumbrar –al menos en alguna medida– las fronteras del infinito para llegar a Mozart.

[*] https://jpriveros.cl/aguanieve/

Recuerda que puedes seguirnos en facebook:

Déjanos tu comentario:

Su dirección de correo electrónico no será publicado.

*

Sé el primero en comentar

sertikex-servicios-informáticos www.serviciosinformaticos.cl