Algo salió trágicamente mal
“Algo salió trágicamente mal”, la frase atribuida al primer ministro israelí ante el parlamento de su país para intentar explicar lo injustificable, es una mala excusa para dar legitimidad a lo imperdonable. Y si alguien pensaba sería un punto de inflexión en el conflicto, esto no sucedió.
Pasado el tiempo todo sigue igual desde aquel día en donde Hamas golpeó al Estado Israelí. ¿Qué pasó? Lo inevitable: una reacción y así hasta el día de hoy donde mutuamente se acusan y en ello la negación del otro como interlocutor válido en la búsqueda de un camino de salida… mientras tanto, los que sufren, los de siempre, siguen a la espera en las zanjas viviendo una vida de sobrevivencia lejos del bien perseguido.
El asunto que la acción de respuesta se ha venido elaborando desde la negación al otro. Asunto que traduce el privilegio del prejuicio en la lectura de la posición contraria. Y aquí el punto de complejidad en la relación humana: si prima en la construcción del camino de aproximación al otro el juicio que desautoriza la posición de otro ser humano, como el substrato cultural que por tiempo ha dado razón explicativa de su manera de ser, entonces el prejuicio es un modo de operar en negación, con lo cual se condena no sólo el destinatario sino también quién así juzga. De hecho, el prejuicio intenta invisibilizar marcos sociales, estructuras jurídicas, teologías, filosofías, arte, entre tantas materias de humana cultura al restarles valor constitutivo de sentido. Y ahí, en la invisibilidad forzosa de comunidades humanas concretas, se aloja el temor a descubrir que se es una simple partícula de segundo en la historia humana, y frente a este escenario, el sacrificio de aquel otro para certificar el paso a la inmortalidad en la memoria de sus seguidores que, se quiera o no, es su pueblo o, al menos, una parte de éste.
La muerte, heridos y desplazados por la guerra siempre es una tragedia más allá que el acto de legítima defensa sirva como argumento primario de una reacción punitiva a fin de lograr recuperar posiciones de dominio político y aumentar poder territorial. Pero el egoísmo que esto lleva consigo es marca de un narcicismo que arrastra convirtiendo en cómplices a su pueblo y otros Estados.
Lo que en ese tipo de acciones se revela, es un movimiento político que se alimenta del malsano espíritu como aquel que pretende borrar la faz de la tierra a otro ser humano independiente de edad, género y creencias. Su efecto inmediato lo sufre en su núcleo el valor de la humanidad. su significado es ético, pues se deja de considerar a otro ser humano como un igual. Por ello exclamar de que “algo salió trágicamente mal” expone una doble tragedia: carnal y espiritual de todo un pueblo y, además, entender con pena que la acción y el conjunto de agresiones proviene de una política racional a pesar de sí, y que persigue la eliminación de un pueblo y de una cultura por la fuerza. Si este modo de operar no es genocidio ¿qué lo es?, y si llega a darse una explicación que intenta justificar lo imposible como una suerte de declaración vestida de excusa, mas no construida desde el reconocimiento de la intención que es avasallar, ¿no deja entrever, paradojalmente, cierto grado de culpa que desnuda la hipocresía política? De esta forma, la acción de exterminio -es lo que parece subyace como intención- termina siendo una de las notas de la banalidad del mal, pues es llevado como acto vital por seres racionales cuya finalidad es lograr pleno control sobre un territorio rico en culturas, usando para eso a otros seres humanos como medios para sus fines.
Sabemos en conciencia que la presencia de otro ser humano da con la posibilidad de aceptar la condición finita de lo que somos y, a la vez, la capacidad de salir de nosotros mismos para encontrar en quien vemos, a quien sentimos, nuestra propia autocomprensión que, en toda circunstancia, no está disociada del espacio cultural en el cual estamos alojados como si de nuestro habitáculo se tratase, es decir: piso, paredes y cielo en donde hallar no sólo cobijo, sino también esperanza. Entonces, frente a acciones de menoscabo de colectivos y pueblos, la pregunta subyacente es ¿qué falla si al otro se lo considera como totalmente extranjero por no compartir convicciones o simples maneras de practicar el camino de la autonomía? La pérdida de la dignidad como criterio de las relaciones entre personas racionales sería, parece, la primera respuesta.
Fuente de figura:
https://www.cronica.com.mx/mundo/salio-tragicamente-mal-rafah-admite-netanyahu-detendra-ataques.html
Es una interesante columna. Abre espacios es explicar-nos mucho de los procesos filosóficos-culturales que están más cerca de lo que queremos ver. La imposición de una cultura sobre otra, de una forma sobre otra y por sobre todo de una visión que se asume, a priori, como superior.