«Aquellos o aquellas que creen que la política se desarrolla través del espectáculo o del escándalo o que la ven como una empresa familiar hereditaria, están traicionando a la ciudadanía que espera de sus líderes capacidad y generosidad para dar solución efectiva sus problemas.»

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AMBICIÓN, CODICIA Y EL FUTURO DE CHILE

Maroto

Desde Canadá.

Los sucesos de los últimos meses han dejado en evidencia la profunda frustración y rabia acumulada en nuestra sociedad. Frustración con un país cuyo modelo esencialmente individualista ha dejado de preocuparse por el progreso y bienestar equitativo de todos y se ha centrado en la consolidación de la riqueza de unos pocos. Rabia frente a gobiernos y una clase política y empresarial que reiteradamente demuestran vivir en un estado de enajenación y sordera respecto de las necesidades prioritarias de importantes sectores de nuestro país.

¿Qué ha ocurrido en Chile en los últimos 30 años que nos ha llevado progresivamente a un estado de total desconfianza y debilitamiento de nuestras instituciones? ¿Qué es lo que ha generado este rápido deterioro del tejido político y social?

Malamente podremos hacer frente a los importantes desafíos que como país enfrentamos si no identificamos primero cual es la raíz del problema.

Quisiera ensayar una respuesta desde la perspectiva de dos conceptos que siendo parecidos tienen connotaciones y potenciales totalmente distintos: la ambición y codicia.

La ambición se asocia generalmente al interés o anhelo de lograr objetivos y alcanzar metas; en tanto que la codicia se entiende generalmente como el deseo o apetito ansioso y excesivo de bienes o riquezas.

La ambición es un sentimiento legítimo que bien encausado se transforma en motor del desarrollo personal y social al motivarnos a buscar metas y objetivos que nos impulsan a crecer.  La ambición nos lleva a querer ser más y mejores.

La codicia en cambio tiene una innegable connotación negativa al exacerbar el deseo incontenible de tener más. Tener más bienes; tener más riqueza; tener más poder; tener más influencias. Es una búsqueda individualista por acumular más y más, sin empatía alguna para con quienes van quedando en el camino de este enriquecimiento y empoderamiento sin fin.

Después de 18 años de dictadura, nos encontramos en 1990 con la oportunidad única de construir un Chile nuevo; más democrático, justo, solidario, equitativo e igualitario. Una oportunidad que contaba con el apoyo de la mayoría de chilenas y chilenos, quienes desde diferentes posiciones políticas ambicionaban hacer realidad el sueño de un Chile mejor.

¿Qué ocurrió con estos sueños?

Se encontraron con un modelo capitalista basado en un individualismo profundo, que no sólo paralizó las oportunidades de cambio necesarias para establecer las bases de un desarrollo sustentable, sino que las diluyó hasta hacerlas desaparecer. Un modelo que, para defenderse, pervirtió conscientemente el centro valórico de nuestra sociedad y de un sector importante de nuestros políticos y empresarios sumiéndola en un deseo incontenible por tener más.

La ambición dio triste paso a la codicia. Una codicia que se apoderó de la mayoría de nuestras élites, aquellas en las que habíamos confiado nuestro futuro, transformándolas en verdaderas máquinas ansiosas por tener más.

Ya no bastó con ser un político honesto y comprometido con los intereses de sus representados, o un exitoso empresario.

La codicia se apoderó de muchos de aquellos cuyo rol era impulsar el desarrollo de nuestra sociedad; y ellos entonces privilegiaron sus propios intereses a nuestra costa. Colusión, evasión de Impuestos, financiamiento ilegal de la actividad política, cohecho, abuso de bienes públicos, etc… No son más que manifestaciones de esta necesidad de perpetuarse en la riqueza y el poder.

Es esta codicia sin límite de políticos y empresarios la que nos tiene acorralados, desesperanzados, frustrados y enrabiados.

Qué triste es ver cómo, con contadas excepciones, nuestras élites se defienden mutuamente en un esfuerzo por proteger y perpetuar un sistema que propugna una sociedad esencialmente egoísta.

¿Qué hacer frente a esto?

Seguir exigiendo cambios al modelo; cambios profundos y no de mero maquillaje.

Participar; informarse con capacidad crítica; levantar la voz; opinar; y votar.

Hacer de la convención constituyente una oportunidad real única para sentar nuevas bases para un nuevo modelo de sociedad.

Una sociedad que, desterrando la codicia, sea intrínsecamente solidaria y preocupada del bienestar de todos. Una sociedad que, como señalara Amartya Sen, premio Nobel de Economía, evalúe su nivel de progreso, no por los bienes materiales que se tienen, sino que por los niveles de libertad de la que gozan sus miembros; y su capacidad de remover las fuerzas que restringen la libertad de las personas, entendiéndose estas como la pobreza, todo tipo de discriminación y desigualdad, la exclusión social sistemática, la intolerancia, la falta de oportunidades, la negligencia en la gestión pública y el autoritarismo.

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