
Conflicto y democracia en lo cotidiano
Enero, año 2022, y las cartas sobre la mesa, al menos las políticas, vale decir, aquellas que tienen directa relación con el gobierno del Estado ya son sabidas y aceptadas y, por qué no, queridas. La otra carta, la que propondrá el marco constitucional, pasó de la construcción de la estructura, de reglas, de mecanismo de acción a la redacción de sus capítulos. Sabiamente, es decir, por acción prudencial, hubo ahí un cambio de gobierno, lo cual supone, también, una modificación en los criterios de lectura de la realidad y sus territorialidades: transitamos de dos personas cuyo eje interpretativo es la acción educativa, a otras dos personas en donde la marca que direcciona la lectura del desarrollo social de derechos es la salud. Feliz coincidencia que en la constituyente estos ejes de derechos sean reconocidos desde la testera que, a su vez, por elección de la asamblea, canaliza intenciones de variado tipo. De suyo, es una buena forma de comprender en la práctica el sentido de ser comunidad deliberativa que, es verdad, no es fácil de construir por apegos a modos comprensivos, por intereses de clase o particulares.
El escenario actual es interesante. Arduo y demandante por lo complejo que significa intentar responder a expectativas de derechos. En sí, quienes tienen las tareas de gobierno, deben procurar trabajar en desarrollar espacios de consenso sin que ello ponga fin a los conflictos que, por extraño que resulte, son necesarios al ser componentes de la dinámica democrática tal como enseña la filosofía política en sus análisis descriptivos de las democracias modernas: los conflictos son abiertos y son negociables, y por serlos, se evita entonces la tragedia del punto final por imposición de los más fuertes. Empero, a pesar de aquello, hay cierta intuición que es precisamente la aceptación del conflicto como factor dinamizador lo que se niega sistemáticamente.
En el contexto democrático, la tarea no es solo un desafío para quienes gobiernan, también es una aventura comunitaria-personal plena de obstáculos puestos o autoimpuestos que son a veces los más complejos de resolver a causa de la dificultad de comprenderse como alguien cautivo de convicciones estáticas, por tanto, no dialogante. En este caso, la labor no es solamente política, es de fondo ética y cultural sin duda, puesto que la finalidad y sentido (aspectos que componen la teleología de la acción humana) consiste en reconocer, a fin de lograr el auto-reconocimiento, la presencia permanente de un componente de mi propia estructura conflictuada como es aquel o aquella que se plantea desde códigos culturales diferentes, por tanto, desde un aspecto ético original. Esto ocurre porque en la construcción de las variables que dan vida a la determinación de la existencia cotidiana, está la participación en su núcleo de una seria de tradiciones en disputa; discusión hoy acentuada por las corrientes migratorias que traen otras cosmovisiones que, lentamente y en proceso dinámico, se integran en una síntesis (sin dejar por ello de ser abierta a otras experiencias de elaboración de cosmovisiones). Más es aquí, en este territorio de conflicto, donde construimos lo cotidiano, concepto dinámico que significa espacio de encuentros entre singularidades, lugar compartido de derechos, tiempo y espacio para la deliberación que identifica aquello que es común y aquello que es singular o simplemente identificado como lo propio…
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