
Editorial. De nuevo, la Guerra y la Paz.
La Paz es una realidad que no se ve ni se siente pero que las personas la viven y la respiran casi sin darse cuenta. La Guerra, al contrario, es una explosión cruenta que miramos desde lejos pero que, de pronto, está a nuestros pies y afecta a seres humanos que de seguro no conocemos pero cuyas vidas tronchadas por el dolor y la sangre nos imaginamos.
De la noche a la mañana, la Federación Rusa ha pasado desde las amenazas y bravuconadas de Vladimir Putin a las acciones militares que traspasan impunemente las fronteras de Ucrania.
El desequilibrio entrambas naciones es enorme. Rusia, el país más grande del planeta con 17.125.191 km2., frente a Ucrania con 603.700 km2 (reducidos a 523.444 si se excluye la península de Crimea ocupada por su enemigo y las provincias rebeldes y separatistas de Donetsk y Lugansk. Rusia con 143 millones de habitantes, Ucrania 41.511.000. Las diferencias se reproducen al considerar los volúmenes de tropas, tanques, aviones, barcos de guerra, misiles, todo lo cual hace previsible el resultado de un enfrentamiento.
Rusia es la gran heredera de la fenecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y busca recuperar el liderazgo mundial que tuvo su antecesora en los tiempos de la Guerra Fría.
Mientras Ucrania es actualmente una república semipresidencialista, la Federación Rusa es una república federal semiparlamentaria. Sin embargo, en los hechos Rusia ha derivado paulatinamente hacia una autocracia bajo la férula de Putin, quien fuera uno de los más importantes funcionarios de la KGB, la policía secreta y represora del estalinismo y que desde siempre renegó de los más esenciales principios democráticos buscando perpetuarse en el poder, triquiñuelas mediante.
En 1945, concluida la Segunda Guerra Mundial, en la Conferencia de San Francisco se convino la creación de las Naciones Unidas con el fin de “preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra”. En su órgano esencial, el Consejo de Seguridad, se contempló la presencia de cinco miembros permanentes: República de China, Francia, la URSS (sillón ocupado hoy por Rusia), Reino Unido y Estados Unidos. Por esas extrañas paradojas de la historia, la presidencia del Consejo la ocupa actualmente Rusia.
En la baraja del poder mundial, la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), alianza militar en la que los EE.UU. juegan un papel relevante, invitó a Ucrania a incorporarse al pacto, hecho que dio a Rusia el pretexto que necesitaba para dar comienzo a su escalada invasora. Ni las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas tendientes a promover la solución pacífica de los conflictos ni el más esencial sentido común pudieron impedir la agresión.
Hoy las tropas rusas han invadido Ucrania, han ocupado Chernovil y la capital Kiev, y han dejado en un solo día cientos de muertos esparcidos en calles y caminos, la mayor parte de ellos civiles.
Como se ha señalado juiciosamente, no hay posibilidad alguna de resolver una crisis y salvaguardar los Derechos Humanos con tanques, soldados, aviones y barcos de guerra. Una situación de conflicto armado sin duda va a desencadenar una catástrofe humanitaria con impensadas consecuencias, además, en los planos energéticos y económicos que afectarán a múltiples naciones no involucradas en el conflicto.
Pero, por sobre todo lo más grave para el mundo entero es el debilitamiento de las instituciones internacionales, la imposibilidad de preservar los derechos humanos debidamente, el predominio de la fuerza bruta por sobre la racionalidad humana.
En la agresión a Ucrania está amenazada la vida e integridad física de siete y medio millones de niños y de decenas de millones de civiles, todos destinados a ser víctimas sin razón de los señores de la guerra.
Felizmente, en el plano nacional se ha dado una profunda coincidencia entre la actual y la futura ministras de Relaciones Exteriores, quienes han condenado sin ambages ni medias tintas a los responsables de lo que está sucediendo.
En el fondo de sus declaraciones, está presente lo que manifestara un académico de la Universidad de Padua: “Con la guerra, todo está perdido. Con la paz, todo es posible”.
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