
EDITORIAL. El país proceloso
Nuestro Chile vive, desde hace varios años, una situación bastante crítica sin que por ahora puedan vislumbrarse caminos claros de salida.
Nuestros problemas se arrastran incesantemente y sería pueril atribuir al actual Gobierno la responsabilidad por todo lo que sucede.
La gran prensa, controlada de forma directa o indirecta por los poderosos grupos económicos, se ha empeñado pertinazmente en culpar a la administración vigente por medio de una campaña que no da respiros y que va mucho más allá del mero enjuiciamiento político propio de un sistema democrático.
Es evidente, y sería necio negarlo, que los actuales gobernantes han demostrado hasta la saciedad carecer de la experiencia indispensable para ejercer sus funciones hasta el extremo de ser tildados de “estudiantes en práctica”. Asimismo, es innegable que deben cargar sobre sus espaldas con un pasado de demagogia y de irrespeto a la institucionalidad vigente del cual deben estar a diario disculpándose porque en su época de estudiantes vociferantes no fueron capaces de medir las consecuencias de sus palabras y de sus acciones.
Pero todo eso no sirve para ocultar la dureza de la realidad.
Cuando mucho más de un millón de personas salió a las calles a marchar pacíficamente exigiendo reformas indispensables en educación, salud y seguridad social, no estábamos ante protestas descontroladas de minorías insensatas sino ante la expresión civilizada de un descontento generalizado ante el abuso, que se respiraba en el ambiente.
En ese momento, el gran triunfo de los sectores dominantes fue dado por los hechos de violencia, saqueos y delincuencia que ensuciaron las legítimas demandas sociales y que les permitieron desenfocar la atención pública silenciando los aspectos críticos que habían adquirido urgencia y notoriedad para apuntar al “desorden” y al “octubrismo”.
Así, de un día para otro, los requerimientos de justicia y equidad fueron remplazados por demandas angustiosas de orden y seguridad pública.
El tinglado hasta hoy aparece bien montado y eventualmente puede llevar al triunfo electoral de quienes aparecen encabezando encuestas y enfoques grupales realizados por empresas, universidades adictas y expertos, pero en ningún caso será suficiente para sobrepasar lo que es evidente.
Nuestro dilema como sociedad es: O mantenemos un orden como el actual, en que prevalecen el individualismo y la codicia como únicas razones de subsistencia como país, o somos capaces de dar un giro profundo a nuestra vida como comunidad para hacer de la solidaridad el elemento cultural esencial que encauce nuestras metas y sueños.
Por lo que vemos, el actual gobierno no muestra intenciones de dar un giro a nuestro actuar como comunidad hacia la solidaridad y la búsqueda del bienestar general con justicia para todos por igual. Más bien apreciamos que la inexperiencia de los “estudiantes en práctica” los muestras dubitativos e incapaces de “saber lo que está ocurriendo”, rasgo que, por lo demás le calza a ‘la población en general’, como lo expresara recientemente Noam Chomsky. Así las cosas han optado por seguir por la senda de “más de lo mismo y huyendo hacia adelante, hacia el abismo, acicateados por temor al poder económico y la derecha.
El escándalo salmonero que no se quiere cortar y la tozudez en insistir con el hidrógeno que llaman verde, son dos muestras de lo que estamos observando.