EDITORIAL. La Semana de la Chilenidad.
En torno al 18 de septiembre, el país celebra la instalación de la Primera Junta Nacional de Gobierno. Las festividades patrióticas se extienden por varios días y los edificios públicos, las casas y colegios se embanderan. En todas las comunas, miles de personas se vuelcan hacia las tradicionales ramadas y fondas para degustar y consumir tragos y platos típicos y también para bailar cumbias y algunos pies de cueca.
En las comunas del privilegio, las Fiestas Patrias se visten de gala, con elegantes trajes (que permanecerán guardados con naftalina hasta el año próximo) y de ello quedará constancia en el mosaico de “fotos sociales” del diario predilecto de las elites, demostrando cómo, en estos elevados territorios, está presente el compromiso vivo con “la chilenidad?
Pero… ¿qué es “la chilenidad”?
Simplonamente podría decirse que es “el orgullo de ser chileno”, de pertenecer a un pueblo que jamás se rinde y de tener un Ejército que nunca ha sido vencido. A lo mejor, de tanto repetir estos eslóganes, los terminaremos creyendo.
Sin embargo, se hace necesario escudriñar en nuestra historia, analizar nuestro presente, vislumbrar lo que nos depara el futuro.
El primer y más remoto antecedente que salta a la vista es aquel que nos indica que nuestro suelo estuvo habitado por diversos pueblos originarios precolombinos y luego fue parcialmente conquistado y colonizado por los españoles, estableciéndose una convivencia, a veces pacífica, a veces violenta, con predominio de un consolidado criollaje. Paulatinamente, al tiempo que se estructuraba lo que se ha denominado “el Estado en forma”, esta naciente nación recibió una variada inmigración de familias de origen alemán, vasco-francés, italiano, palestino. croata, etc., y de españoles que abandonaban su tierra asediada por las atrocidades de una cruenta guerra civil. En nuestro tiempo, la llegada masiva de inmigrantes procedentes de Haití, Perú, Colombia, Venezuela, terminó por configurar un heterogéneo cuadro poblacional que nos anuncia que, dentro de tres o cuatro décadas, la mitad de los habitantes establecidos aquí serán descendientes de estos nuevos grupos.
Lo dicho, nos obliga a volvernos a plantear ¿”qué es la chilenidad”?
Ciertamente, no la constituyen ni la pertenencia a un pasado común que, como se ha dicho, es muy variado. Menos aún, la integran las minorías encerradas en sus mansiones aherrojadas del Oriente de la metrópoli y que se niegan a conocer siquiera el Chile real con sus déficits y carencias. En buenas cuentas, solo seremos un país en la medida en que seamos capaces de ser una comunidad, lo que implica ante todo aprender a convivir con otros seres humanos de diverso origen y de distinto color de piel, con respeto hacia ellos y su descendencia, pero sobre todo con voluntad de integrarlos en todos los planos de la vida en común.
Es duro decirlo, pero aquellos que se encierran en sí mismos; aquéllos que ven la patria solo como un lugar en que pueden hacer negocios y ganar dinero pero que están prestos a abandonarla buscando otras tierras en las que, lícita o ilícitamente, florezcan sus patrimonios; aquellos siempre dispuestos a eludir y evadir impuestos; aquéllos que no se hacen problema en explotar a sus trabajadores; aquellos que ven sus destinos personales o familiares separados del sino de sus semejantes, muy difícilmente estarán disponibles para reconstruir una nueva chilenidad.
En suma, solo asumiendo que la justicia y la dignidad de los demás nos puede garantizar un futuro compartido podremos caminar hacia adelante. “La chilenidad” es una tarea nuestra de todos los días y que necesita el esfuerzo permanente de cada uno.
Déjanos tu comentario: