«Debemos luchar por una educación que nos enseñe a pensar y no por una educación que nos enseñe a obedecer»

Paulo Freire

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El mundo de Bilz y Trump

Si se desea hurgar en el pensamiento del presidente de los EE.UU. Donald Trump en materia internacional, escasos antecedentes podremos encontrar en su programa de gobierno. Se trata, en el caso, de un gobernante impulsivo y populista, que se maneja en base a eslóganes y que se ve a sí mismo como el emperador de una nación super poderosa y que todo lo traduce en la frase “Make America Great Again” escondiendo, así, el verdadero contenido  ideológico del mensaje: la FUERZA” como principio valórico de la relación de su país con las otras naciones.

Su primera pretensión, al parecer ya fracasada, fue la de alterar la geografía universal sustituyendo el nombre del Golfo de México por la denominación de Golfo de América.

A sur el Río Gghora, tras un año de gobierno, ha presentado su nueva Estrategia de Seguridad Nacional, documento de escuálidas 29 ´páginas, en el cual expresa su interés en “restaurar la preeminencia de Estados Unidos en el hemisferio occidental”, lo que en buen castellano implica pretender resucitar la obsoleta “doctrina Monroe” que, a inicios del siglo XIX, planteaba “América para los americanos” que, en el contexto histórico de la época, estaba destinada a promover  la independencia de las emergentes naciones del continente y a impedir la injerencia colonialista de las monarquías absolutas europeas. Vale la pena recordar, más allá de lo dicho, que los EE.UU. siempre consideraron a América Latina como su “patio trasero”, terreno en el cual sin vergüenza alguna, sostuvieron dictaduras y derrocaron gobiernos, todo en defensa de sus intereses económicos inmediatos. Sería en la época de John Kennedy cuando se mostró una actitud distinta, se procuró la renovación de las rígidas estructuras conservadoras de las sociedades del sur del Río Grandepromoviendo políticas de reforma agraria y considerando condiciones de igualdad y respeto a través de la Alianza para el Progreso. Sin embargo, persistió el entrenamiento de “fuerzas militares antisubversivas, tortura de por medio, en la siniestra Escuela de las Américas asentada en Panamá.

El documento del gobierno trumpista dedica cuatro páginas a América Latina que busca asentar la hegemonía de los EE.UU. en el hemisferio, considerándolo como un terreno propicio para la explotación  de recursos naturales de su interés, sin llegar a establecer un cuadro respetuoso de relaciones con sus vecinos y, ¡atención ! sin una sola mención de la palabra democracia, La política internacional del imperio carece de un sustento valórico, ya que como se ha señalado, ni la democracia liberal como sistema político ni los derechos humanos, constituyen preocupación para el errático jefe de estado norteamericano. Su sueño es repartirse el mundo con otras potencias respetando áreas de influencia de Rusia en Eurasia, de la República Popular China en Asia y de la India en Asía del sur y en África.

El matón del barrio olvida que el planeta vive una situación más compleja. En América Latina no es fácil que al menos México y Brasil acepten este reparto,  en Asia es imposible que la RPC deje de actuar en su afán de someter a Taiwan a su soberanía, numerosas naciones africanas no tolerará el dominio de la India ni tampoco diversas naciones árabes permitirán que se les imponga un destino ajeno a su voluntad.

El descriterio de Trump alcanzó uno de sus puntos más altos cuando al comienzo de su mandato expresó que vería con muy buenos ojos que Canadá  se incorporara como un nueva estado de la Unión, es decir que un país independiente de 9.984-670 kilómetros cuadrados, con un altísimo nivel de vida, con una integración social y cultural sobresalientes en que conviven sin problemas inmigrantes procedentes de diversas naciones del mundo, pasase a ser el vagón de cola de la conflictiva sociedad del imperio del norte.

Mientras su idea fue de inmediato despreciada, Trump arremetió por otro flanco, instando a que Groenlandia, gigantesco territorio insular de 2.180.000 kilómetros cuadrados perteneciente al Reino de Dinamarca, proclamase su independencia y se uniese como otro estado  de los EE.UU. de América, ofreciendo una serie de beneficios económicos y financieros a sus habitantes, para “comprar” su voluntad. Esta semana, reiteró su iniciativa motivando las airadas protestas  de Dinamarca y de la Unión Europea que defendieron la integridad territorial de la Europa Occidental ante un ataque que rompe con todos los principios y valores del Derecho Internacional, escrito y consuetudinario.

Aunque en los hechos no tiene ello mayor importancia, no deja de llamar la atención el silencio cómplice de la gran prensa chilena que,  obnubilada en su fiebre opositora al gobierno de Boric, se niega a condenar las actitudes del gobierno del gran país del norte en terrenos como los descritos o en su incondicional adhesión al gobierno israelí de Benjamín Netanyahu en su  cruzada genocida en Gaza que lleva ya casi 70.000 muertos, fundamentalmente niños, mujeres, heridos e inválidos, víctimas de bombardeos a escuelas, hospitales y campamentos palestinos.

Así, el decano de la prensa escrita y sus columnistas insisten en que no es conveniente  que un país chico como Chile, critique a Trump y al imperio ya que es conveniente cuidar las buenas relaciones comerciales y hacer caso omiso  de cuestiones de valores y de principios.

Pregunta: ¿Qué pasaría si Trump, con el mismo argumento de la importancia estratégica usado para los casos de Canadá y Groenlandia, promoviera la  anexión de Rapa Nui al Imperio? ¿Cuál sería la actitud de esta prensa  nacional tan desvergonzadamente servil ante intereses extranjeros?

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