«La conservación es un estado de armonía entre el hombre y la tierra.»

Aldo Leopold.

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El rostro contemporáneo de Judas

Rodrigo Pulgar Castro

Doctor en Filosofía. Académico U. De Concepción.

Que hay una crisis en la democracia como forma de gobierno es ya un lugar común en los debates. Pero ¿es algo que ocurre hoy o es algo que viene sucediendo desde antiguo? No debería sorprendernos que la crisis sea una constante, pues como toda propuesta de organización social está sujeta a los vaivenes propios de la existencia: proyectos, expectativas, fines, medios entre tantas variables que concurren al hecho de la vida social. En efecto, la democracia cambia según cambian las percepciones y las cargas de valor o lo que importa en un momento de la historia personal y comunitaria, cuestión que también se ve mediatizada por factores publicitarios que responden a intereses de particulares o colectivos. Además, que el cruce de cargas simbólicas cuyo núcleo puede tener distintos componentes como el religioso o, por el contrario, un componente desacralizado de los espacios de celebración, claramente influye en la construcción de propuestas y respuestas que provienen de distintos sectores sociales.  Si bien la crisis es un postulado que el modelo democrático recoge como uno de sus factores telúricos, lo riesgoso es que la crisis se gatille desde  el ataque a su centralidad de sentido y lo permea al punto de una desconfianza y que, en su efecto, se elija mirar a otras formas de organización menos pluralistas y, sabemos, ahí se pone en jaque la idea de justicia y sus escalas y ya hay signos de aquello: abundan los comentarios y las acciones, los privilegios de algunos se acrecientan a costa de la falta en pueblos enteros, tal es el caso de Gaza o el desmadre narrativo de un Trump que no anticipa efectos negativos de sus decisiones  a escala global, asunto que en su territorio de gobierno sufren entre otros, inmigrantes, comunidades como las universidades. Las cuñas del desprestigio de la democracia ya sobrepasan el sentido de lo racional. Se instala en el relato político la negación de causas de golpes de Estado o la justificación de los atropellos a los DD HH como es el caso de Argentina y Chile. En fin:  justificar lo injustificable como si de un vulgar juego de poder se tratase, olvidando que la acción política sólo es buena si está llena de contenido de justicia. Sabido que la lucha por el poder no es mala si se enmarca en el respeto al contrario pensando que ese también tiene el derecho y, en ocasiones, el deber de proponer concepciones de bien; lo cual el pluralismo lo acepta, e incluso lo pide para la posibilidad de un diálogo sobre materias de justicia y para denunciar que en alguna propuesta hay un riesgo potencial en el goce efectivo de derechos (lo vemos en la idea matriz de negar el derecho a las minorías). En este torbellino de situaciones, me encontré en medio de la Semana Santa que los relatos la acaban de convertir en un peón político, y con ello, crucificando su sentido hallado en el tiempo del silencio, en el tiempo callado.

Unamuno, en la apertura al poema “El Cristo de Velázquez”, lanza una de las más complejas preguntas al Cristo mismo muerto que hoy resulta de una brutal actualidad: “¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío? ¿Por qué ese velo de cerrada noche de tu abundosa cabellera negra de nazareno cae sobre tu frente? El poema lo tuve de telón de fondo y, sin mediar intención, pasó a ocupar mi espacio “ese velo de cerrada noche” como criterio para preguntar sobre hechos de negación del otro u otra diferente que abundan en el escenario sociopolítico.  Es cierto, a veces la necesidad de hacerse con el poder tiene cara de hereje; especialmente, cuando prima como casi único factor sumar votos y en la pugna ganar espacio. Pero ¿qué sucede con la consecuencia de la afirmación que refuta hechos de realidad histórica con argumentos carentes de prueba? Vuelve el error y el terror a mostrar su cara. Y los más desvalidos temen. Fea forma de manipular conciencias para un fin no bueno. Mas realidad casi imposible de cambiar en una escenografía gestionada con la velocidad de TikTok, de una que sobrepasa la capacidad de tomar distancia del absurdo comunicativo que vuelve a crucificar lo esencial de la vida en comunitaria. Y he ahí, en la negación del otro como un igual, vuelve a aparecer el rostro contemporáneo de Judas.

Fuente de imagen:

https://artistasycuadros.com/nikolai-nikolaevich-ge/la-cabeza-de-judas-estudio-para-la-pintura-la-ultima-cena/

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