
ESPERA II
Desde Castelar, Argentina
(N. del E.: ESPERA I fue publicado en la edición del 02.04.2023)
Ya es la mañana del día esperado este día en que traspasaremos
con la imaginación distancias, climas, caminos y espacios cuidados por la misma naturaleza para que no desaparezcan y puedan verlos, meditar
y disfrutar.
He llamado a cada puerta y estamos juntos, ansiosos por partir con la
mochila que he preparado.
Nada complicado, es liviana, alimentos y unas hojas y con lapiceras que
van a necesitar.
Es la hora, la mañana se presenta diría, gloriosa, una suave brisa da en la cara para terminar de despertarnos, no fue suficiente el café algunos ojos
aún necesitan más tiempo, pero no podemos detenernos.
La idea es que a medida que avancemos vayamos descubriendo
formas en las piedras y la vegetación.
Ya dejamos el hotel que nos albergó y desde uno de sus costados,
por un camino arenoso comenzamos a transitar casi como si fuera nuestra
propia historia un sendero que no siempre será recto ni llano.
Ni tampoco solitario.
Tal cual es la vida.
Prestemos atención al brillo de la arena fina y tan clara salpicada de esos
brillos que con los reflejos del sol parecen deslumbrarnos, es la mica
de las piedras.
Acompaña esa luz imprevista el canto de aves que a nuestro paso levantan vuelo, se paran en las ramas de los espinillos más altos,
curiosos, para vernos pasar mientras nosotros rompemos el silencio pues
comenzamos a experimentar el gozo de una aventura de la que nada saben, pero igual me siguen.
Qué bienaventurada confianza, me hace feliz.
Vamos subiendo, casi no se dan cuenta pues es un sendero trazado al estilo de los incas sobre todo en las trepadas que han sido tan suaves que nadie
dijo nada.
Cuando partimos las montañas de los Comechingones parecían que nos
aplastarían y ahora de pronto las miramos y ya no asustan por su presencia
imponente y su oscuridad en la vegetación mezclada con las piedras agrisadas por el tiempo.
Hemos subido trescientos metros.
Alto.
Miremos hacia abajo.
Sí, ese acogedor valle donde se destaca un pequeño caserío blanco es el lugar donde residimos.
Sí allá abajo.
Milagro de la arquitectura de sabios ingenieros de caminos atravesando y
haciendo posible lo imposible.
Los dueños de la tierra, de ese espacio que guarda tantos secretos.
De voces que volaron con el viento, en forma de canto, grito o ruego.
El sol nos da en la cara y de pronto nos detenemos pues una fragancia de
peperinas nos recibe embriagando los sentidos.
Acá, por un momento nos detenemos.
El primer descanso.
Saquemos de la mochila el agua, busquemos donde sentarnos, cada uno
encuentre su lugar, una piedra, la arena o el borde del río que salió a nuestro encuentro así de golpe como el mismo aroma a vida,
cielo y tierra.
Es el momento.
En esas hojas de blanco intenso dejarán escrito de este tramo el primer
sentimiento. Nadie leerá el secreto sobre el asombro, ánimo o desconcierto que los ojos al descubrir el lugar diferente a todos les deja impreso.
Sí, impreso pues ya no lo podrán olvidar, pues en tan poco tramo creen que
están tocando el cielo.
Si algo nos faltaba el agua nos brinda un genial concierto.
Suave en el remanso como arrullando un sueño, pero ahí, más adelante el salto en un fortísimo acorde que despierta el pensamiento.
Sacude, impulsa, provoca pues deseamos saber qué sigue luego.
Y luego el discurrir entre piedras como en un juego, voces pequeñas, tímidas, cantado al amor nuevo y las otras imperantes diciendo que
nos hace falta un amor bueno.
Respiremos la vida, el sol, el momento.
No habrá otro igual.
Guarden las hojas, ya falta poco para encontrar el misterio.
Seguiremos subiendo.
¿Me acompañas?
Gladys Semillán Villanueva
Argentina
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