
Los sismos y sus secuelas en Chile. (Acerca de “lo natural”)
La Tierra, nuestro hogar, se habría originado a partir de una gran explosión cósmica. Esa parece ser la explicación científica aceptada universalmente. Por ahora.
Tras un parto tan violento, no es raro que el destino del planeta esté marcado por la fuerza incontenible de los llamados “elementos”, desatados sin control posible cada cierto tiempo.
La gran masa ígnea que palpita en su interior –un corazón siempre ardiendo- marca, es lógico entenderlo así, la latencia de una presión física increíblemente poderosa actuando hacia la costra superficial: de ahí las fallas detectadas por geólogos, la aparición y pérdida de tierras superficiales, y la natural presencia de volcanes activos que ayudan permanentemente a liberar presión de la gran caldera.
La Tierra, nuestra Tierra, es –y no hablo metafóricamente– un ser vivo. Nació y seguramente morirá. Como todos los seres vivos, cumplirá su ciclo alguna vez.
Chile, territorio sísmico.
Los movimientos telúricos de acomodación y liberación de energía son pues, algo consustancial a la naturaleza misma del planeta.
Lo que no es “natural”, en cambio, es la actitud con que el hombre enfrenta las llamadas furias de la naturaleza.
El hábitat artificial que el hombre ha desarrollado, sobre todo en los grandes conglomerados urbanos, es un concepto de progreso discutible, incompleto aún, y a menudo está regido por principios ajenos a la lógica más elemental de supervivencia.

Es aquí donde debemos buscar la explicación al daño producido por los fenómenos naturales, y es aquí donde debiéramos actuar a objeto de reducir al máximo los riesgos que comportan los grandes sismos (terremotos) y posteriores tsunamis, que son, en el caso de Chile, una condición de vida.
En tal sentido, las normas de planeamiento urbanístico y construcción deberán ser revisadas una vez más -a la luz del sentido común- a fin de impedir o controlar, por ejemplo, la ejecución de construcciones en zonas costeras de riesgo, el exceso de altura permitida en áreas donde es conocida la baja resistencia del suelo, (la construcción de piscinas en terrazas de edificios de gran altura -como ha sucedido en Concepción-, constituye un botón de muestra de insensatez mayúscula), elevando también la exigencia normativa en cuanto a resistencia antisísmica y, finalmente, implementar un riguroso sistema de inspección técnica certificada, sobre todo en la etapa de ejecución de la estructura de las edificaciones, a fin de garantizar al máximo la calidad e integridad futura de las obras.
La eventual exigencia de responsabilidad civil y penal insoslayable a las empresas dedicadas al “negocio inmobiliario” sería, por otra parte, un argumento disuasivo para los inescrupulosos que aumentan ganancias a costa del riesgo de vidas humanas.
En el caso de viviendas bajas, de hormigón o albañilería armada -de uno y hasta 4 o 5 pisos- está demostrada la buena respuesta que tienen ante la acción sísmica. Las construcciones en madera -o de estructuras metálicas livianas- por supuesto, también. Es conveniente, entonces, promover su uso sobre todo para el caso de las viviendas llamadas ‘sociales’.
En el mismo sentido, es hora de innovar en los sistemas de cimentación tradicionales: hay experiencias que muestran la clara minoración del impacto sísmico al usar fundaciones menos rígidas (“flotantes”) como apoyo de las estructuras, y debiéramos considerar realistamente opciones de este tipo.
Sistemas de alarma naturales.
Como colofón agregaremos que, aceptando la vergonzosa y lamentable realidad del “fallo humano“ en nuestros sistemas de alarma a la población (como ha sucedió el 27 de febrero de 2010) y conocedores también de que el hombre ha perdido buena parte de su primitivo instinto de supervivencia -por la vida artificiosa y despegada de la naturaleza en que nos empeñamos-, deberíamos entender que los animales caseros pueden ser nuestros mejores aliados en los momentos previos a tsunamis y sismos. Son muchos los casos donde se sabe que la población observó conductas de “pánico de salvataje organizado” en gatos, perros, caballos, aves, roedores e incluso insectos en las horas o minutos previos a un terremoto. Sólo que, en nuestra escasa capacidad de observación, no fuimos capaces de atender al aviso que esta conducta implicaba, y que bien podría haber significado la salvación para muchos humanos.
No lo olvidemos: si los ratones se echan a nadar y huyen del barco, es que éste se hunde irremediablemente, y más nos vale buscar tierra firme sin pérdida de tiempo.
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Rocomar, abril 2010
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