REFLEXIONES DESDE MI VENTANA
Desde mi ventana observo el mundo desde mediados de marzo. Es decir, una parte del mundo. Aquella que rodea el condominio donde vivo, esa parte del mundo que incluye la placita del condominio, las calles aledañas y algunas casas vecinas. El resto, ese mundo que veía diariamente y que pensaba, o más bien tenía internalizado, porque no me detenía a reflexionarlo, era la “normalidad”, incluía mi lugar de trabajo, la ruta que tomaba cada mañana para llegar a él y la ruta de vuelta a casa, el gimnasio, las casas de mis familiares y amigos, los café donde nos reuníamos con las amigas a conversar acerca de tantas cosas a las que llamábamos “cotidianas”, el supermercado, la peluquería, los lugares que solía frecuentar los fines de semana o en vacaciones.
El mundo más global lo veo a través de la televisión. Pero ese casi prefiero evitarlo. Me producen desazón las noticias, incertidumbre, temor.
No estaba preparada para esta pandemia. Nadie lo estaba. La mayoría de nosotros nunca imaginamos que nos tocaría vivir una de ellas. Sabíamos que habían ocurrido varias a lo largo de la historia, que, si las dimensionamos en área geográfica, fueron más bien epidemias, ya que no abarcaron todo el mundo, como ésta.
¿Qué hace que la actual se haya masificado de esta manera y tan rápido? Pienso que la facilidad para trasladarnos de un país a otro. Lo que pensábamos era un gran avance en la internacionalización, en las comunicaciones, en el transporte, el comercio, la economía, nos terminó jugando una mala pasada. Sin duda es positivo poder estar en unas horas en el otro extremo del mundo, pero, así como viajamos nosotros, viajan también los microorganismos. Y los transportamos nosotros mismos.
¿Qué nos une y qué nos diferencia de las personas que vivieron la “gripe española”, cien años atrás? Creo que nos une el temor, el no tener respuestas, de nosotros mismos ni de los demás, frente a un sinfín de preguntas que se atoran en nuestras mentes, corazones y bocas, que muchas veces no queremos dejar salir para que no se conviertan en un río que no se pueda frenar y que nos lleve, inevitablemente, a la desesperación y a la angustia. Seguimos aparantemente estoicos, fuertes pero vigilantes, valientes pero objetivos, proactivos en adaptarnos a una nueva manera de hacer las cosas. Una nueva manera de trabajar, de estudiar, de comunicarse con la familia y con los amigos, una nueva manera de comprar, de hacer deportes, de vivir. Porque de eso se trata…de vivir.
Y no solo de sobrevivir. Aunque eso es vital. Pero también vivir, es decir, aprender a disfrutar este nuevo día a día, con las limitaciones que tiene, y que son muchas, indudablemente, pero debemos hacerlo. Lo sabemos y nos esforzamos en ello. Ser resilientes. La primera vez que escuché esa palabra fue para el terremoto del 2010. Resilientes. Somos resilientes, lo hemos aprendido y nos ha sido puesto en nuestros corazones y mentes. Vamos hacia adelante, aprendiendo, a medida que avanzamos, cómo hacerlo.
Miro hacia atrás, unos pocos meses atrás, y veo “mi otra vida”. La que tenía hasta marzo. Y pienso cuán poco agradecida fui, y quizás fuimos muchos de nosotros, tantas veces, de tener aquello que considerábamos “normal” tener. Caminar, andar en bicicleta, tomar el sol en una playa, laguna o piscina, nadar, compartir un café, un almuerzo, un asadito, reunirnos en patota con la familia y conversar, reír, cantar. Tomarnos de las manos, abrazarnos, mirarnos a los ojos, sin mascarillas, sin temores a la cercanía y a que quizás alguno esté enfermo, sin temor a enfermarnos ni a enfermar a otros. Ser libres ¡Libres! ¿Cuántas veces le dimos otra connotación a esa palabra?
Ahora ya no nos interesa que nuestro cabello esté más largo de lo que debiera, o más rizado de lo que nos gustaría, o más canoso. Ahora ya no nos interesa andar todos los días en buzo deportivo y zapatillas.
Hemos aprendido a valorar lo importante. O estamos aprendiendo. Y espero que este aprendizaje perdure en el tiempo. Que aprendamos que lo que agrada a los demás es lo que somos. La belleza de cada uno está en su corazón, en el amor que tenemos para entregar, la solidaridad, la empatía. Debemos aprender a acogernos, a escucharnos. A ser comunidad, a ser familia. Incluso a pesar y, especialmente, a pesar de la distancia física. Que no confundamos ésta con una distancia social. No estamos juntos presencialmente, pero deben unirnos los sentimientos, los afectos, la amistad, la fraternidad. Ponernos en el lugar del otro, detenernos a pensar y a averiguar cómo estará, qué necesitará, y ayudar en lo que esté a nuestro alcance.
¿Y qué cosas nos diferencian de aquellas personas que vivieron la llamada “gripe española”? Pienso que, fundamentalmente, la tecnología que nos permite conectarnos a pesar de estar separados físicamente, que nos permite seguir trabajando o estudiando desde nuestras casas, que nos permite “reunirnos” con nuestros seres queridos, que nos permite disfrutar de momentos de esparcimiento, que nos permite tener asesoría psicológica, médica o de otra índole. Esta tecnología que muchos veíamos como una amenaza para nuestros niños, en el sentido de no compartir con sus pares en forma presencial, ahora nos ayuda enormemente. Por supuesto habríamos deseado que tanto los niños como los jovenes y adultos hubiesen dedicado mucho más tiempo a estar con otras personas cuando podían hacerlo, y a estar de verdad, sin estar en cuerpo pero con su mente en una pantalla. Pienso que este tiempo también pondrá las cosas en su justo lugar. O por lo menos lo espero.
También nos diferencia de lo que vivieron las personas en pandemia cien años atrás, los avances en medicina y farmacoterapia. Podemos esperar una vacuna que nos libere, que rompa estas cadenas que hoy nos aprisionan, que nos permita reencontrarnos, abrazarnos, sin miedos, sin incertidumbres, que nos devuelva nuestra vida, pero una mejor vida, una vida más solidaria, más humana, más sensible frente a las necesidades de los demás, más empática, más respetuosa, más enfocada en lo realmente importante. Sin hacer diferencias de colores, razas, etnias, nivel sioeconómico, cultural u otras. Hoy todos estamos enfrentados a un mismo enemigo invisible. De diferentes maneras, es cierto, pero lidiamos con un mismo enemigo. Nadie está libre, independiente de sus riquezas, status, color de piel, nacionalidad u otros aspectos. Deseo que no se nos olvide. Somos todos seres valiosos y únicos, y juntos podemos ser mucho más que solos.
Fuente de figura: https://es.slideshare.net/sussie_lu12/resiliencia-25470590
En el futuro, “Reflexiones desde mi ventana” de Sigrid Mennickent Cid, será un gran testimonio sobre la Pandemia, y constituirá una lectura obligatoria para las próximas generaciones.
Que profunda reflexión sobre la Pandemia que nos ha tocado vivir.
Sin duda que la clave ha sido la resiliencia que unidos en Familia y Amigos hemos sabido impregnar con la ayuda de las comunicaciones modernas.
Gracias a Dios, la tan esperada Vacuna ya está llegando a los brazos de quienes hemos logrado sobrevivir a esta extraordinaria experiencia de Vida.
Gran escrito de Sigrid Mennickent Cid.
Muchas gracias! Creo que este tiempo ha sido de reflexión para todos y todas. Saludos!
Profundas y sólidas reflexiones .
Por supuesto, en la mente, alma y corazón de una mujer, buena pluma Sigrid.
Gracias Sigrid, para asomarse a su ventana a reflexionar…
Abrí esta ventana y yo me inspiré leyendo sus reflexiones, felicitaciones.
Muchas gracias! Me alegra que podamos unirnos unos con otros en reflexión, inspiración y sentimiento! Saludos!