
Última cuenta presidencial: más táctica que estratégica
No hay duda respecto de la poca trascendencia de la que hoy gozan las cuentas presidenciales. Hace rato que este rito republicano perdió su objetivo y simbolismo de antaño. Su lógica, la que los gobernantes rindieran cuenta a la Nación, descansaba en los primeros pasos de un ejercicio de accountability de la gestión pública que hoy parece superado y que requiere de una mayor densidad más allá del solo ejercicio formal de comparecencia pública.
Así concebida y, aunque deseable y necesaria, la cuenta presidencial que hacen nuestros mandatarios tenía más sentido en un mundo analógico y donde los medios tradicionales ¾diarios en papel, radio y televisión¾ jugaban el rol clásico de intermediación ya que eran los únicos canales a través de los cuales la ciudadanía accedía a información acerca del rendimiento social de las decisiones y de las iniciativas en materia de políticas públicas de los gobernantes. Hoy hemos pasado del examen final a la evaluación continua, con un nivel exigente y crítico de monitorización, fiscalización y observación aumentado y empoderado gracias a las tecnologías sociales. De ahí que las cuentas presidenciales tengan más del ciclo que está muriendo del que está por nacer.
Por eso la intrascendencia e irrelevancia para el clima de opinión pública de la última comparecencia de Piñera para dar cuenta del estado de la Nación. Los medios deben seguir informando de estas, pero la una parte significativa de la ciudadanía ¾sino la mayoritaria¾ probablemente ni se entere de este ejercicio republicano-
Junto a las cuestiones de formas hay elementos de fondo que sobresalen del análisis de las cuentas presidenciales de Sebastian Piñera incluida esta última: el hiperliderzgo y personalismo, la negación de la realidad y la simplicidad de las soluciones ofrecidas.
Hasta en su última cuenta el gobernante y sus asesores no renunciaron al relato del presidente como único y principal actor del juego político. Según esta última cuenta pública Piñera y su gobierno habrían propuesto y promovido la salida institucional del acuerdo por la Paz, Justicia Social y Nueva Constitución. También habría sido su decisión colocar urgencia al proyecto de matrimonio igualitario lo que ha provocado una intensa polémica al interior de su coalición que acusas una decisión personal y unilateral del mandatario. En otro parte de la cuenta pública realizo un conjunto de afirmaciones como “ciudadano” sobre el Convención Constitucional. Esta toma de posición en la práctica es una suerte de rayado de la cancha al trabajo de los convencionales. Gran parte de la cuenta pública es esencialmente la respuesta personalista a los desafíos y retos del país.
El tono de la cuenta pública careció de realismo político. Varios de los anuncios, mismos que requieren de tramitación legislativa, parecen buscar recuperar el programa de gobierno perdido hace tres años. El problema es que cuenta solamente con seis meses efectivos de mandato para materializar varias de las iniciativas anunciadas. Todas las cuentas presidenciales de Sebastian Piñera ¾y esta última no fue la excepción¾ han girado sobre las expectativas que generan sus anuncios. La realidad muestra que mucho de estos anuncios tiene su viabilidad política comprometida o seriamente amenazada por la correlación de fuerzas del gobierno. Lo que observamos es una suerte de negación de la realidad. El presidente ha agudizado su problema de ceguera situacional, es decir aquella parte o perspectiva de la realidad que no vemos. Se agrega a lo anterior un problema estructural de cierre cognitivo del gobernante y su equipo. Ignoran el dato clave.
En todas las encuestas el presidente y su gobierno tiene un rechazo de más del 75% de las personas y menos del 20% de respaldo. Con ese dato no parece realista pensar en delinear una agenda para los últimos 9 meses de su mandato como la que se anunció en la una cuenta pública.
Por último, observamos una vez más un estilo de liderazgo presidencial caracterizado por una cierta tendencia a la simplificación de los problemas políticos y sociales, que permea además en las soluciones que propone. El problema de la Araucanía donde reconoce que ha fracasado el Estado se intenta abordar con soluciones como mejoras a la conexión de internet, infraestructura vial, trasporte, catastro de tierras, leyes e incluso declarar feriado el 24 de junio como día de los pueblos originarios. El presidente olvida que este es ante todo un problema político donde las soluciones deben ser primero políticas y luego técnicas. Fiel a su estilo las respuestas simples a problemas complejos se han caracterizado por: ser apuestas al azar, apoyadas en la intuición y por una puesta en escena pensada siempre en términos comunicativos para consolidar la marca personal. Todas con el sello indeleble de la sospecha “letra chica”.
Esta última cuenta pública parece más un intento desesperado por dar una señal de vigencia de un gobierno sin capital político y extenuado. También de una pulsión presidencial irrefrenable por trascender. Estas pretensiones parecen caer en el vacío de una ciudadanía a la que ya le resulta irrelevante lo que haga o deje de hacer el gobierno. Que la irrita con cada vez mayor frecuencia la figura presidencial y que más bien parece contar los días para que el presidente concluya su mandato.
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