
CORAZONES GRANDES
Justo en el día del amor con auspicio comercial, escuché al director penca de una radio penquista –motivado por las declaraciones de una ignota subsecretaria, en línea con su tribu– dar nueva prueba de que la Historia la escriben los vencedores, y lo hacen a su gusto y ganas.
El asunto era nuevamente desmarcarse de lo que conocemos como “Estallido Social” de 2019, y que, en sólo cinco años, pasó de ser una épica popular, a una amnesia inducida por el ‘gatopardismo’, esa corriente que el genio de Lampedusa identificó como la política de cambiar todo, para que no cambie nada. Así, los héroes de hoy no son los que arriesgaron algo o mucho, si no los que se quedaron en casa sin hacer nada, o los que como en la “Revolución Cultural” china, fingiendo que era voluntariamente, hicieron una revisión de sus convicciones, para sumarse a la doctrina imperante, asunto que los griegos definieron antes que los chinos como hipocresía, que viene del griego, “hypokrisis”, y del latín, “hypocrisis”, y que se compone de “hypo” y “crytes”, y su sentido es a prueba de “renovados”: “hypo” se traduce como “máscara”, mientras que “crytes” como “respuesta”. De esta forma, en la lengua griega, hablar de hipocresía se traducía, literalmente, como de dar una respuesta con máscaras, o sea, fingiendo.
Una gran prueba de cómo la hipocresía se tomó la calle, fue lo vivido alrededor de este maltrecho planeta en 1989: casi todos –probable excepción hecha por el director penca– se sumaron a la celebración de los 200 años de la “Revolución Francesa”, para cuyos festejos en 1988 el Ministerio de Cultura y Comunicación francés pasó a llamarse “Ministerio de Cultura, Comunicación, Grandes Obras y Bicentenario”, con la responsabilidad de «asegurar la coherencia de la acción gubernamental para la organización del bicentenario de la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano».
Claro, la Revolución Francesa triunfó, de modo que sería de mal gusto andar hablando de tanto desorden y tropelías que campearon por toda Francia, y particularmente en la bella París ¿Cómo vamos a andar comentando la forma sangrienta en que rodó la cabeza de Luis XVI por acción de Madame Guillotine? Todavía no me he encontrado a nadie que diga “¡Me encantaría la Revolución Francesa, si no fuera por tanto desorden que hubo, dios mío!”, pero más de alguno habrá por ahí. Así las cosas, para 1989 los diarios más empingorotados, las cadenas de televisión más procelosas del status quo, y probablemente la radio penquista, dedicaron sus buenos y caros espacios a unirse a la Historia de los vencedores. Así nomás.
Pero nuestra épica tuvo otro destino: aprendidas en 230 años las lecciones suficientes, la reacción de “la nobleza” le dio cuerda de inmediato a los actuales girondinos para poner en su lugar a los jacobinos, y aplastar a los cordeleros, ahogando entre acuerdos de medianoche y promesas como las de cada 14 de febrero, las posibilidades locales de revitalizar la Declaración de los Derechos del Hombre, para beneplácito de los hidalgos (“hijos de algo”) que salvaron el living, el juego de dormitorio, y de paso, las AFP, las ISAPRE, y las partidas de “Monopoly” en el club social familiar. Seguramente si la cosa no hubiese terminado así –porque la terminaron, no hay duda– el año pasado y probablemente sin cambiarle el nombre a ningún ministerio, se habría celebrado por lo alto el primer lustro del “Estallido Social” nuestro que dio la vuelta al mundo, generó esperanzas en varios otros países, e incluso tuvo incipientes e igualmente ahogadas imitaciones, y también muy probablemente encabezando las celebraciones veríamos casi a los mismos que hoy, en plena “revolución cultural a la chilena”, reniegan de sus dudas con el modelo, y falta poco para que digan que los tuertos se lanzaron contra los perdigones.
Por eso, en el día del amor con “sponsors”, prefiero pensar un rato en los enamorados sin auspicio, que pensando algunos en sus propios motivos, pero la mayoría, sobre todo jóvenes que no tenían nada que perder, creían tener mucho que ganar para los demás, y entendían eso como amor al prójimo: al abuelo con pensión miserable, a la madre con tres trabajos para parar la olla, al tío esperando cuatro años por una cirugía, al amigo que se le llueve la sala de clases, a la vecina que decidió prostituirse para pagar el pan que no paga el padre de sus hijos, y que pensando en todo eso y tantas otras cosas similares o peores, le pusieron el pecho, la cara, los ojos, la vida, a los perdigones que pudieron ser –y en algunos casos fueron– balas. Porque si hubo “primera línea” a un lado, que agarró piedras, palos o lo que fuera, fue después de que del otro lado apareciera la primera “primera línea” bien provista de armas y equipamiento para desarmarles el amor. Si el lector quiere mezclar en el mismo saco a aquellos, con el lumpen infaltable incluso en los partidos de fútbol, es un problema de su intelecto, no del mío.
En el “día del amor” con minúsculas, prefiero pensar en el amor con mayúsculas de esa mujer que sin tener por qué, se hace cargo de dos bebés semi abandonados y llenos de problemas médicos por madres drogadictas, a quien conozco menos de lo que debería, pero que sabe mejor que yo lo que es el amor. O en ese profesor rural, perdido en la escuelita sin recursos, que se gasta parte de su sueldo en hacer más grata la experiencia de sus pequeños estudiantes; también en el cura de parroquia marginal, que convive con drogadictos y delincuentes, o el paco que no está en la primera línea si no en la última, perdido en un rincón atacameño para ayudar a parir, poner un poco de orden y ejercer la autoridad del que sirve a los demás creyendo que hace patria, cuando en realidad hace amor; en esa auxiliar de enfermería que vi en la cama de al lado volver a cambiar las sábanas de un enfermo que las ensució en el mismo momento en que le ponía las anteriores. Para ellos y otros tantos congéneres irían mis chocolates, mis flores, mis abrazos, y sobre todo mi gratitud, que es la forma de manifestar amor de vuelta.
Un querido amigo escribió una canción que tituló “Corazones Grandes” (https://youtu.be/t8V-M8iBcpQ), y ya sé, le robé el titular, pero también sé que no le importa, porque es parte de esos amorosos de todos los días, no sólo de este, es el que acuñó ese verso maravilloso en su canción, que resume lo que pienso y siento que debe ser el amor: “SI NECESITAS ALGO, YO SOY TU ALGUIEN”, tal vez le hubiera gustado a San Valentín.
Arturo M. Castillo Cabezas
14 de febrero de 2025
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