«Lo que le ocurra a las bestias, pronto le ocurrirá al hombre. Todas las cosas están relacionadas.»

Jefe Seattle.

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Coronavirus y desigualdad

Sergio Moffat

Arquitecto.

El coronavirus sabemos que afecta gravemente a los adultos mayores y casi no tiene efecto en los niños. Eso sería cierto si no hubiese grandes diferencias socioterritoriales y la administración de la pandemia no fuese tan centralizada, como ocurre en muchos lugares y particularmente en Chile.

Cuando se haga el recuento final de sus efectos quedará en evidencia, como ya está ocurriendo, que no es lo mismo ser habitante de Las Condes o Recoleta, de Reñaca o de los cerros de Valparaíso.

 Ayer solamente se veía al alcalde de Las Condes, visitante permanente de los matinales, explicando como su municipalidad está demarcando las calzadas y ciclovías, para hacerse cargo del distanciamiento social, lo que evidentemente está muy bien, no obstante ser una medida que otros alcaldes no pueden imitar no solo porque no les alcanzan los recursos, sino porque muchas veces no tienen calzadas suficientemente anchas o están tan deterioradas que sería un sinsentido tratar de generar delimitaciones.

Este ejemplo se repite en múltiple iniciativas, que pueden tomar los municipios ricos y que los demás no pueden permitírselas porque tienen urgencias más apremiantes que enfrentar. Así ocurre que municipalidades como Providencia o Las Condes tienen presupuestos de $ 1 100 000 por habitante, mientras que Recoleta o Valparaiso solo dispone de $ 260 000. Como esto viene ocurriendo desde hace muchos años, las inequidades territoriales entre municipios se han acumulado y se expresan en la calidad de las obras públicas, los equipamientos sociales y los servicios que los municipios prestan a sus vecinos. Así, los municipios ricos, prestan mejores servicios a habitantes que tiene también mayores ingresos, con lo que las brechas sociales se amplían por acción de las administraciones comunales.

No se requiere mucha imaginación, para darse cuenta que en ciudades tan segregadas socialmente, el virus afecta de manera distinta a sus habitantes, dependiendo donde estos vivan. Solo imaginemos lo que significa hacer la trazabilidad de los casos de coronavirus para un municipio cuyos habitantes viven con altos niveles de hacinamiento en comparación con uno que debe hacer seguimiento a enfermos que pueden permitirse el confinamiento sin sufrir ni hacinamiento ni estrecheces económicas. Lo increíble es que para enfrentar la situación más compleja un municipio tiene menos recursos que aquel cuya tarea es menos exigente. Así se expresa, como en muchos otros casos, la inequidad socio territorial, agudizada por la propia acción del Estado.

El otro aspecto destacable del manejo de la pandemia, es el excesivo centralismo conque las autoridades han operado y siguen operando. Además del centralismo tradicional chileno que hace descansar sobre los hombros del Presidente todas las responsabilidades de la acción del Estado, en el caso presente esto se exacerbó por la coyuntura política en la que hizo su aparición el Coronavirus.

En efecto, el país estaba bajo los efectos de lo que se llamó el estallido social, ocurrido en Octubre del año pasado, y que entre otras consecuencias consumió casi todo el capital político del Presidente de la República. El presidente, cuya habilidad más destacada, y a esta altura de los acontecimientos quizás la única, es su capacidad de aprovechar las oportunidades que se le presentan. Esta habilidad, que ha explotado profusamente en especulaciones de la bolsa, no resulta siempre exitosa en el ámbito de la política como ha ocurrido en esta ocasión. El Presidente, suponemos, vio la oportunidad de hacer un manejo exitoso de la crisis sanitaria, lo que tendría el efecto de recuperar el capital político perdido en Octubre. Para eso era necesario no compartir el éxito, de manera que solo él y su gobierno fueran identificados por la población como los héroes de la epopeya. Eso exigía un manejo centralista y un ministro de salud autoritario y seguro de sus conocimientos, dispuesto a asumir los riesgos y a no escuchar otras voces.

Y pasó lo que ya sabemos: el ministro mandatado por el Presidente, actuó no solo con autoridad sino que también con prepotencia, seguro de que dominaba la situación y de que Chile prontamente podría retomar la normalidad. No escuchó a los Alcaldes ni al Colegio Médico que pedían cuarentenas tempranas, no aceptó el aporte de la Salud Primaria para efectuar trazabilidades aduciendo que había que proteger la confidencialidad de los pacientes. Ensimismado en sus aparentes éxitos, llegó a asegurar textualmente que estaba recibiendo felicitaciones internacionales hasta el cansancio. Luego vino la crisis, cuando la llamada meseta se transformó en una cuesta empinada, y la cuarentena aparentemente exitosa en el barrio alto, explotó en un desastre incontrolable en las comunas populares. Entonces el inefable ministro reconoció que no se imaginaba el nivel de hacinamiento que había en dichas comunas y que todas sus proyecciones se “ habían caído como un castillo de naipes”

Los errores cometidos son consecuencia de la extrema desigualdad de nuestro país, cuya expresión territorial se constata  en que la vida de habitantes de ingresos medios se da de tal manera, que no tienen espacios compartidos con los de bajos ingresos. Ni viven en lugares cercanos, ni comparten sistemas educacionales ni de salud, ni espacios recreacionales, ni de locomoción, todo es segregado al más puro estilo del apartheid. Solo se encuentran en espacios laborales pero en relaciones de subordinación y no como ciudadanos de un mismo país. En este escenario ¿es acaso sorprendente que un gobierno que representa a la élite económica, carezca de capacidad para entender las necesidades de las capas medias y bajas de la población?

Así, al gobierno le faltó capacidad, no digamos sensibilidad, para comprender que medidas de confinamiento necesarias para controlar la epidemia debían ser acompañadas de efectivas acciones de apoyo social, que permitieran a las personas permanecer en sus casas. Y eso sin considerar el hacinamiento ya mencionado y que tanto sorprendió al ministro.

¿Cómo actuó el gobierno, de un país que, digámoslo, tiene reservas y acceso amplio al crédito, frente a la emergencia social? Actuó representando fielmente a la personalidad del Presidente, es decir especulativamente. Repitiendo el libreto de Octubre y los mismos errores, trató de aplacar las demandas sociales, con ofertas mezquinas y desfasadas en el tiempo, de manera que todas resultaron ser insuficientes. La dinámica siempre la misma: Anuncios rimbombantes de aportes millonarios, que se diluyen en la burocracia y la letra chica y que dejan a la mayoría sin acceso. Lo peor es que los recursos o son del Estado o provienen de los propios afectados, como es el caso de los seguros de cesantía y ahora del retiro de los fondos previsionales. Mientras esto ocurre se la devela a la población que su gobierno tiene interés sólo en proteger los privilegios de los que se han beneficiado del sistema que mantiene estos niveles de desigualdad que los agobian.

Luego de este panorama desolador, está crónica termina con dos conclusiones optimistas:

La primera es que el desastre ha hecho aflorar, como tantas veces en nuestra historia, la solidaridad popular y el sentido de comunidad. Son cientos las ollas comunes que han surgido en el territorio nacional, como respuesta a las necesidades y a la inoperancia gubernamental. De ahí que el lema unificador de estas iniciativas  “ solo el pueblo ayuda al pueblo” refleja tanto solidaridad como autonomía.

La segunda, es que las demandas de Octubre, lejos de pasar a segundo plano por la pandemia, están más presentes que nunca y eso abre la esperanza de que podamos en un futuro cercano construir un país en el que valga la pena vivir.

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