Entre golpes y asonadas
Desde Caracas, Venezuela
El 4 de febrero de 1992, los venezolanos nos despertamos con una noticia que venía a sacarnos del sueño que teníamos de ser un país por siempre democrático.
Terminaban así 40 años, sin movimientos militares que intentaban deponer al presidente de la república mediante un golpe de estado.
Pero hagamos un poco de historia; el 23 de enero de 1958, un movimiento cívico militar depone al dictador Marcos Pérez Jiménez, cuya sangrienta dictadura había perseguido, encarcelado y asesinado a no pocos líderes políticos. Habían cuatro grandes agrupaciones partidistas, Acción Democrática (AD- Social Demócratas), COPEI (Social Cristianos), el Partido Comunista de Venezuela (PCV) y la Unión Republicana Democrática (URD – Centro), cada una había pagado el tributo de enfrentarse al régimen, los más golpeados y de hecho ilegalizados fueron AD y el PCV; eso no amilanó a sus dirigentes que mantuvieron la lucha a pesar de la persecución.
El 7 de diciembre de 1958, se celebran elecciones, siendo elegido presidente Rómulo Betancourt, y el poder legislativo electo asume funciones de asamblea constituyente, la cual va a elaborar una constitución que comenzará a regir a partir de 1961. Era la carta magna número 23 desde la independencia en 1811.
La incipiente democracia, va a tener que enfrentar tres intentos de golpe de estado, el Barcelonazo, el 26 de junio de 1961, cuando se subleva el cuartel Pedro María Freites, de la ciudad de Barcelona; posteriormente, en mayo de 1962 hay una sublevación en la ciudad de Carúpano (Carupanazo) la cual es derrotada, pero trae como consecuencia que se acusa al Partido Comunista y al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de ser parte de la conspiración y son ilegalizados; el MIR era un desprendimiento en 1960 del partido de Betancourt (AD). Un mes después, en junio de 1962, ocurre otro alzamiento militar en Puerto Cabello, (El Porteñazo), es el último intento militar de derrocar a un gobierno hasta el año 1992.
Dos líderes militares aparecen en la asonada de febrero de 1992, los tenientes coroneles Francisco Arias Cárdenas, que toma la gobernación del estado petrolero de Zulia, y Hugo Chávez, quien se rinde en Caracas y se hace conocido por el país debido al mensaje que da en vivo en televisión. En los días posteriores, se conocerán más detalles, se trata de un grupo que tiene no menos de 10 años conspirando, algunos afirman que era sabido por los altos mandos y los dejaron hacer.
El intento de golpe fracasa y sus líderes son encarcelados, unos meses después, en noviembre, hay otro alzamiento que de igual forma no logra el objetivo.
En poco tiempo el Presidente de la Republica, Carlos Andrés Pérez, es destituido para ser sometido a juicio, y en 1993 el Dr. Rafael Caldera es electo presidente de nuevo en medio de una crisis política, económica e institucional. Una de sus decisiones más polémicas, es sobreseer el juicio de los golpistas, quienes salen en libertad y algunos son integrados a funciones de gobierno, al final de su mandato terminará entregando el poder a uno de los líderes del golpe del 4 de febrero de 1992, Hugo Chávez.
En diversas oportunidades, Chávez y quienes lo acompañan en su gobierno catalogan su alzamiento como una “rebelión del pueblo” ante la situación del país. Nada más alejado de la realidad, en las dos intentonas de 1992, no hubo salida del pueblo a las calles en su apoyo, fue un movimiento exclusivamente militar.
Como reza la sabiduría popular, ¡Donde las dan las toman!, en abril de 2002, le corresponde al presidente Hugo Chávez, ver las calles plenas de gente pidiendo su salida, en una operación que no ha sido aclarada, francotiradores que nunca fueron capturados, asesinan a 17 personas en el centro de Caracas, y cuando se ordena a los altos mandos militares aplicar el “Plan Ávila”, consistente en la represión por fuerzas militares, los comandantes le retiran el apoyo. En la madrugada del 12 de abril de 2002, el general y ministro Lucas Rincón anuncia que Chávez aceptó renunciar; el documento firmado nunca aparece, todo se transforma en una comedia de equivocaciones que termina con su retorno al poder, al final unos opinan que hubo “vacío de poder”, otros argumentan que fue un golpe de estado, lo cierto es que no hubo movilización de tropas para deponerlo, sino un retiro del apoyo del alto mando militar.
En los años venideros, Chávez dirá que lo ocurrido fue una “estrategia” para descubrir quiénes eran leales y hacer una purga en las fuerzas armadas.
Y llegamos al 30 de abril de este año, cuando en la madrugada Juan Guaidó presidente de la Asamblea Nacional y principal líder de la oposición, se presenta frente a la Base Aérea de la Carlota en Caracas, acompañado de Leopoldo López, dirigente político y fundador del partido Voluntad Popular donde milita Guaidó; la imagen nos indica que López ha salido de su casa donde cumple una condena penal, bajo custodia del organismo de inteligencia (SEBIN); desde allí informan que ha sido “liberado” en un franco acto de desobediencia al régimen de Maduro, y convocan a los militares a quitarle el apoyo para iniciar un proceso de transición política.
Se afirma que hay altos jefes militares comprometidos, se citan nombres, pero salvo el director del SEBIN, ningún oficial o unidad militar manifestó su apoyo. Por supuesto, de inmediato el régimen denuncia un golpe de estado, pero similar a lo ocurrido el 4 de febrero de 1992, de una rebelión popular sin pueblo, aquí ocurre un “golpe militar sin militares”.
Ha pasado un mes desde esos hechos, y la crisis política se agudiza; la Asamblea Nacional Constituyente y el Tribunal Supremo de Justicia, han iniciado procesos contra diputados de la Asamblea Nacional, unos han sido detenidos sin respeto al debido proceso, en la opinión pública y también algunos líderes políticos, llaman para que ocurra una intervención militar de los Estados Unidos, como existe la certeza que el régimen prácticamente se sostiene con el apoyo puramente militar, hay una especie de ansiedad por un desenlace rápido, sin medir los costos de una acción de ese tipo, y parecen olvidar que estos conflictos al final se resuelven mediante la negociación y los acuerdos políticos; es lo que nos enseña la historia, entonces ¿por qué no darle una oportunidad a una salida pacífica?
Nota del Autor:
En la fotografía, el sacerdote Luis María Padilla, capellán de la Base Naval de Puerto Cabello, está auxiliando a un soldado herido durante el golpe de junio de 1962. El fotógrafo Héctor Rondón, del diario «La República», recibió el premio Pulitzer por ella.
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