Del principio de certidumbre “No cabe duda” a la incertidumbre como vía de salida
Pronunciar sin titubeo “no cabe duda” frente a un hecho determinado, deja la sensación que se recurre a ella con un fin específico que consistiría en el intento de declarar la nula incertidumbre sobre un fenómeno. Con ello, y por derivación efectiva, se pretende evitar el debate, acto de diálogo que siempre va asociado a la aproximación dinámica a un hecho que cuestiona respuestas. Al realizar el acto calificativo de “no cabe duda” sobre un algo, automáticamente ese algo se identifica como cierto o, derechamente, de verdadero. Mas al momento de pronunciar el juicio se pone distancia entre quienes lo declaran al estimarse a sí mismos como dueños de la verdad y los otros, vale decir, los receptores de la sentencia. De esta forma se configura una distancia epistémica entre los primeros (que son los menos) y los segundos (que son los más). El problema que la exclamación no se pierde en el vacío comprensivo, ya que la exclamación refiere siempre a un juicio de circunstancia, por tanto, abre la puerta a la sospecha respecto de la consistencia del juicio mismo, en esto claramente aparece la sospecha sobre los dueños de la sentencia; además se suma que la fórmula propone la imposibilidad de poner en cuestión un, por ejemplo, juicio emitido por alguien respecto de otro, objeto o asunto de realidad. Quizá su utilización sea aplicable a criterios cuya arquitectura se apoye en consideraciones metafísicas, por ejemplo, para un creyente no existe duda alguna de los contenidos que hacen de la fe que profesa un principio de certidumbre, pues son los argumentos a los cuales echa mano a la hora de tener que interpretar la realidad con el objetivo de significarla para su provecho o del Dios que declara creer. Dejando de lado este juego descriptivo, quedemos que el uso de la fórmula se convierte en un recurso de autoridad, por tanto, denota, o pretende mostrar un grado de dominio sobre la materia que merece tal calificativo de certeza, de verdad a fin de cuentas.
Lo anterior, y no necesariamente por fuerza, se deja ver en relatos de construcción social. Son narraciones funcionales al deseo de mantener el estatus de privilegio, o en su contrario que consiste en pretender su modificación por medio de un proceso de transformación del canon de costumbres; cambio incluso radical para unos al estar implicada la inversión del juego tradicional de comprensión de la realidad. .“No cabe duda alguna” (ejercicio de reiteración a mi entender), que ambas líneas narrativas (quedarse atrapados en un modo comprensivo-práctico o su transformación sustancial) se descubren al mirar la realidad socio-política presente. Hoy, y gracias a lo cotidiano que es fuente de reflexión, la realidad al ser interpretada desde el plano del optimismo antropológico, aparece marcada por un deseo genuino de conversión de personas, por tanto, de crítica a toda una narrativa que históricamente se fue construyendo desde polos opuestos: los dominadores versus los dominados para usar una terminología prestada por Aristóteles, terminología que marca el ritmo teórico en filosofía política. Lo que ahí se estudia, vale decir en filosofía política, en muchos casos declara esa relación vertical, a veces profundamente jerárquica y defendida como cuestión del orden natural en las relaciones sociales. Visto de esa forma, no debe sorprender que para un sector social lo que como país está en riesgo son las modalidades de dominio que, por cierto, para ellos no merecen ser puestas en duda. Dudar significaría poner en tela de juicio principios de certidumbre, marcos de referencia epistemológica, relatos de construcción en ética, estructuras jurídico-políticas, el Estado mismo y, por efecto, el orden social en su conjunto; en fin: una manera de ser cultural. El asunto que, en el reino de lo presente, todo está en frágil posición, pues todo es discutible y, paradójicamente, si cabe tal apelación a la contradicción, “no cabe duda alguna” que es así. La realidad indica que estamos en una época de fragilidad explicativa, lo cual da posibilidad a relatos de novedad que, sin temor, se propongan nuevos constructos socio-culturales en donde lo real efectivo de las distintas posiciones filosófico-políticas se enfrenten al debate aceptando la duda -respecto de lo considerado como inalterable en los modelos ideológicos- como criterio constructivo. Por ello, extrañamente, a pesar de la incertidumbre, hay una gran carga de esperanza que, por cierto, “no cabe duda en aquello” no todos ni todas necesitan compartir en principio.
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