«El Antropoceno nos obliga a repensar no solo nuestra tecnología, sino nuestra ética y nuestra política.»

Bruno Latour.

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Desde la razón neoliberal hacia una liberal social democrática

Andrés Cruz Carrasco

Abogado. Doctor en Derecho (Universidad de Salamanca). Magister en Filosofía moral (Universidad de Concepción). Magister en Ciencias Políticas, Seguridad y defensa (ANEPE). Máster en Política Criminal (Universidad de Salamanca).

“Conforme el Estado mismo se privatiza, conforme la racionalidad de mercado lo envuelve y anima en todas sus funciones, y conforme su legtimidad descansa cada vez más en facilitar, rescatar y dirigir la economía, se mide como se mediría cualquier otra empresa. Sin duda, una de las paradojas de la transformación neoliberal del Estado es que se reconstruye con el modelo de una empresa a la vez que se obliga a servir – y facilitar- a una economía a la que se supone no debe tocar, muchos menos desafiar”, señala la politóloga Wendy Brown.

Es el Estado, que debería velar por desarrollar políticas públicas integradoras, la que se pone al servicio de un orden impuesto, favoreciendo la concentración del poder económico y también político entre unos pocos. Se degrada el rol de la autoridad, de  hacer justicia y brindar bienestar a los ciudadanos, que no debe confundirse con el puro asistencialismo caritativo. Se trata de abrir oportunidades que les permitan a todos, en igualdad de condiciones, aspirar a elegir su propio camino hacia un proyecto de vida. No debe confundirse con la caricatura del Estado intervencionista o los riesgos de uno autoritario.

Es un Estado que sea capaz de garantizar una igualdad en el ejercicio de los derechos y la participación en la soberanía popular que reemplace la formulación dogmática neoliberal que sólo distingue entre ganadores y perdedores, midiéndose a los seres humanos por lo que tienen y no por lo que son.

El Estado no es un gerente de empresa, como tampoco un ciudadano puede ser concebido como una unidad de capital empresarial, que debe sólo perfeccionarse para mejorar su rendimiento productivo, como si esto lo pudiese hacer más libre. Como si esta mercantilización del sujeto-consumidor que lo hace hundirse en la esfera privada, abandonando, por no ser rentable, el espacio público, fuese sinónimo de la optimización de su calidad de vida y de su proyección dentro de una comunidad. Así, lo político se hace incómodo, más aún cuando se lucha por la consagración de un Estado solidario, social y democrático de derecho, que asegure la inclusión, la igualdad y la libertad no ya como categorías económicas que faciliten la acumulación de riqueza, sino como dimensiones de la soberanía popular.

Debemos aprovechar el contexto histórico que estamos viviendo para reemplazar una vacía y cosificadora racionalidad neoliberal por una razón liberal y social democrática de convivencia fraterna que supere una visión estrecha y excluyente que sólo atienda al tamaño de las billeteras, al lugar en el que vive o donde se nació para medir el éxito y tener asegurado un futuro.    

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