
ECOFASCISMO, DECRECENTISMO Y COLAPSO
En el contexto actual, los estamentos en lucha no han abierto espacio alguno para el designio de poner freno al proyecto macabro del crecimiento, para la urgencia de redistribuir radicalmente los recursos y para la premura de desarrollar respuestas de carácter colectivo.
Carlos Taibo
Estamos observando, de un tiempo a esta parte, el uso cada vez mayor de conceptos como el ecofascismo [1][2], el decrecentismo (entendido como la detención del crecimiento económico en un globo de recursos -o mejor dicho bienes comunes naturales- limitados y finitos), como también el colapso [3].
Vamos con el primer concepto, ¿qué es esto del neofascismo?:
“El fascismo es una corriente social-política que inicia en Italia de carácter totalitario, de nacionalismo exacerbado y que se caracteriza por el corporativismo. Recientemente esta ideología ha tomado tintes ecológicos dando nacimiento a un nuevo término: el ecofascismo. De manera sencilla lo podemos entender como una postura ecologista en la que se incluyen ideas del fascismo. En pocas palabras, aquellas corrientes de pensamiento que colocan la integridad del medio ambiente antes que al bienestar y derechos de las personas o colectivos” [1].
En segundo lugar, ¿cómo se define el decrecentismo:
El decrecentismo es una teoría económica que propone subvertir algunas de las máximas del capitalismo pues vivimos en un nocivo contexto económico-social en el que se prepondera el beneficio material, la productividad y la incesante tarea por conseguir más y cada vez más crecimiento y desarrollo. Esta corriente de pensamiento surgió a finales del siglo XX desde los postulados y contribuciones del matemático y economista norteamericano Nicholas Georgescu-Roegen [3].
En tercer lugar y final, la definición de colapso de Carlos Taibo (que dio origen a su libro del mismo nombre “Colapso”):
“El colapso es un golpe muy fuerte que trastoca muchas relaciones, la irreversibilidad del proceso consiguiente, profundas alteraciones en lo que se refiere a la satisfacción de las necesidades básicas, reducciones significativas en el tamaño de la población humana, una general pérdida de complejidad en todos los ámbitos, acompañada de una creciente fragmentación y de un retroceso de los flujos centralizadores, la desaparición de las instituciones previamente existentes y, en fin, la quiebra de las ideologías legitimadoras, y de muchos de los mecanismos de comunicación, del orden antecesor” [5].
Estamos viviendo el advenimiento de estas tres concepciones originadas por el sistema capitalista vigente en el mundo desde la primera Revolución Industrial de mediados del siglo XVIII y principios del siglo XIX, sostenido por el uso de la energía hidráulica y eólica, primero y por los motores y máquinas movidos por los combustibles fósiles directamente y también por la intermediaria electricidad. Las evidencias son los fenómenos de desequilibrios políticos, económicos, energéticos y ecológicos que están padeciendo la humanidad y los ecosistemas en todo el mundo.
Cuando hablo de estas cosas en diversos ámbitos sociales en los que desarrollo mis actividades profesionales y las relacionadas con el medio ambiente y la ecología, casi siempre oigo los mismos comentarios o preguntas desde el bando de los continuistas partidarios de “más de lo mismo” para resolver los problemas y ‘combatir’ la pobreza: ¿Cómo haremos para dejar de crecer, si hay que producir y crear puestos de trabajo?
Y debo repetir, haciendo mención a los científicos que desde los años 70’ han dicho, con sólidos fundamentos, que no hay otra opción posible pues el globo se hizo pequeño para tanta población, tiene bienes naturales comunes y recursos energéticos finitos y lo hemos maltratado y esquilmado tanto que estamos obligados a decrecer; lo que puede hacerse (aún queda algo de tiempo, no mucho) de modo ordenado y con planificación si todos somos capaces de comprender esto o, de lo contrario, sucederá de todas maneras, pero de modo desordenado y caótico, mediante el colapso.
Y aquí viene lo más grave de todo el problema, el ecofascismo. Los grandes grupos económicos y de poder mundial -conscientes de los fenómenos y alteraciones de las dinámicas atmosféricas y oceánicas por efectos del cambio climático y la crisis energética a nivel global- están ahora abocados a hacerse de los escasos recursos que van quedando, marginando y afectando a las mayorías que viven en los países subdesarrollados. De este modo las elites del mundo occidental, desarrollado a expensas de la extracción de materias primas desde los territorios del tercer mundo, se están valiendo del ecofascismo que podría terminar en nuevas formas de exterminio para reducir la población mundial, como lo ha expresado Carlos Taibo en varias de sus conferencias.
El ecofascismo está presente en el mundo y lo vemos con sus manifestaciones de neo-colonialismo como continuismo del sempiterno imperialismo, como una forma de colapso. Y se está aplicando también en Chile; abramos bien los ojos, miremos a nuestro alrededor y observaremos como comienzan ya las primeras manifestaciones de colapsos. Vamos a ver.
Partamos por una pregunta: ¿Qué es esto del hidrógeno que propagandísticamente llaman “verde”? Pues nada menos que un neocolonialismo energético desde países europeos -con Alemania como el cabecilla- que pretende invadir la Patagonia chilena y el Norte Grande repletando territorios de parques eólicos y fotovoltaicos para generar electricidad y producir ese hidrógeno. Y Chile les abre las puertas de par en par invitándolos con llamados de estas tonalidades: … ¡vengan a invertir y crear fuentes de trabajo señores inversionistas extranjeros, ayúdenos a alcanzar el ansiado desarrollo, bienvenidos!
Segunda pregunta: ¿Para qué serían los parques eólicos que están invadiendo agresivamente campos agrícolas en la provincia de Biobío, en Los Ángeles, Mulchén, Laja y en la provincia de Arauco y otras regiones del centro-sur? Pues para lo mismo.
Tercera pregunta: ¿Para qué la línea de alta tensión Itahue-Hualqui que pasaría cruzando en una longitud de aproximadamente 407 kilómetros por tres regiones Maule, Ñuble y Biobío? Piénselo usted mismo, estimado lector y arme su propia respuesta.
Otro claro ejemplo de colapso que estamos sufriendo es el del nefasto proyecto “Concesión Vial Puente Industrial” sobre el río Biobío y los humedales urbanos de las comunas de Hualqui y San Pedro de La Paz, tantas veces expuesto en otras columnas de este semanario.
En fin, todo esto es más de lo mismo, la ‘huida hacia adelante’ con las absurdas pretensiones de continuar con el desastroso crecimiento, dando desesperados palos de ciego para una ‘reactivación sustentable de la economía’ (en palabras de nuestras autoridades).
Como estamos viendo, el colapso ya no es cosa de futuro, el colapso está aquí, entre nosotros.
Figura de cabecera: ‘La Tierra se hunde’ Gerd Altmann en Pixabay [5]
Referencias:
[1]https://read.luv.it/que-es-el-ecofascismo-ecologia-fascismo-pensamiento-ideologia-politica-discurso/
[2]https://www.ecologiapolitica.info/ecofascismo-uno-de-los-peligros-del-ambientalismo-burgues/
[3] https://www.catarata.org/libro/bioeconomia-para-el-siglo-xxi_142247/
[4] https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0187-57952008000100003
[5] https://niaia.es/pensando-en-el-colapso-y-el-decrecimiento/
Para una mejor compresión conceptual del texto descriptivo del «ecofascismo» de mi articulo, comparto acá, la Conclusión del artículo de la Referencia [2]
«En su carta a Extinction Rebellion, la organización Wretched of the Earth señala: «Durante siglos el racismo, el sexismo y el clasismo han sido necesarios para mantener este sistema y han dado forma a las condiciones en las que nos encontramos». Un ambientalismo transformador necesita, por tanto, despojarse de su halo clasista, racista y machista; cuestionar posturas conservadoras y puritanas para pensar en la transición hacia un mundo sin explotación capitalista. La insólita situación a la que nos ha abocado el nuevo coronavirus es una oportunidad no solo para cuestionar la velocidad a la que opera el sistema y sus mismas estructuras, sino para experimentar que sí es posible producir menos, socializar las ganancias privadas y proteger lo público. Defender el ambientalismo como el espacio para pensar esa transición con justicia ecosocial demanda desterrar las sombras del ecofascismo, siempre demasiado listo para culpar a «la humanidad» abstracta y homogénea y para naturalizar la «limpieza social» en nombre de la preservación ambiental.»